Recuerdos de San Sebastián
Uno de los viajes que con más cariño recuerdo es el de la primera vez que estuve en San Sebastián. Es cierto que he llegado a estar una segunda vez, pero como ocurre en muchas ocasiones la primera vez es la que se te queda más grabada.
Viajar a San Sebastián suele ser un viaje largo desde la mayor parte de los puntos de la península, no obstante, debería ser una visita imprescindible de cualquier persona que se encuentre en España ya sea estudiando o haciendo turismo durante un tiempo. Los tiempos en los que internacionalmente se veía como un lugar en el que había un grave conflicto político español cada vez están más lejos. Sin duda es uno de los sitios de España en el que me he encontrado a gente más amable, y eso estoy seguro de que fue, es y será.
Viaje desde Madrid
Mi primer viaje a San Sebastián lo realicé en pareja con mi novia durante el mes de febrero. La forma más rápida y barata de ir es en tren, que de Madrid salen directos haciendo paradas en estaciones intermedias. De precio no sale caro, aproximadamente por esas fechas y sin mucha antelación el billete salió a 40 euros por persona aproximadamente. Se tardan unas siete horas en llegar, aunque no es un viaje que se haga extremadamente largo.
Nosotros salimos a una hora muy temprana y llegamos a la estación de San Sebastián. Una vez allí nos teníamos que dirigir al sitio en el que se encontraba nuestro hostal, que era en una calle céntrica. Decidimos ir andando a pesar de que tuviésemos el equipaje que, aunque era para un solo fin de semana, era complicado de llevar. Pero el camino hasta el centro de la ciudad no se hace largo. Sólo hay que seguir el río pasando los diferentes puentes de la ciudad hasta llegar a ver el mar, y una vez allí ya casi estas en el centro.
Primeras impresiones hasta el hostal
Para alguien que llega desde una ciudad como Madrid, lo primero que le llama la atención y le choca es la humedad de una ciudad con mar del norte. Pero es algo a lo que te acostumbras enseguida, salvo en el pelo, el pelo necesita una estancia más continuada para acostumbrarse a la humedad.
Probablemente en algo más de 40 minutos habíamos llegado al hostal, lo que indica que no es una ciudad muy grande, merece la pena ir andando a todos los sitios para no perderse detalle. Tuvimos que callejear por el casco antiguo hasta encontrar la calle del hostal, lo cual hasta que no te orientas mínimamente por la ciudad puede llegar a ser algo difícil al tratarse de un casco antiguo ciertamente algo laberíntico pero con mucho encanto.
La calle del hostal no parecía una calle muy segura, era como si fuese una calle que se frecuentase por la gente que salía a beber por la noche, con muchas pintadas y consignas terroristas, pero nada más allá de las apariencias, en ningún momento se sentía inseguridad fuera la hora que fuera.
El sitio en el que nos alojábamos era un hostal llamado Roger’s House con muy buen precio, a pesar que en cuestiones de alojamiento San Sebastián es una de las ciudades más caras de toda España. Teníamos una habitación doble con baño compartido y cocina con desayuno gratis. Llegamos algo antes de lo indicado en nuestra hora de entrada, pero el recepcionista (Roger, quizás) muy amablemente se ofreció a quedarse con las maletas e introducirlas en la habitación una vez estuviese lista y así nosotros poder ir a comer.
Después nos explicó cómo se cerraba la ventana de nuestra habitación, lo cual era complicado ya que era una ventana antigua que pertenecía a una fachada histórica, la cual era nada más y nada menos que la de la Plaza de la Constitución, por lo que no se podía modificar de ninguna forma. Por lo general no tuvimos ninguna queja del hostal.
Primeras visitas
Una vez habiendo comido y alojados salimos a la calle dispuestos para visitar el mayor número de cosas posibles en el tiempo que estuvimos. En primero lugar lo que visitamos fue la playa de la Concha. A día de hoy puedo decir que probablemente sea la playa más bonita que he visitado en mi vida y espero que así sea durante mucho tiempo.
Es una playa semicircular cuya semicircunferencia mide aproximadamente dos kilómetros, por lo que recorrerla entera puede llevar un tiempo. Hacía un día nublado, los días de playa habían pasado desde hace muchos meses, durante el resto del año sólo hay surfistas y gente paseando (aunque aun así se puede ver gente que se atreve a darse un baño).
Si se recorre toda la playa se llega al conocido como Peine de los Vientos, una serie de esculturas de metal realizadas por Chillida que se encuentran incrustadas y mimetizadas con las rocas del acantilado. Estás esculturas se han convertido en uno de los símbolos de la ciudad (el otro son los vallas que hay a lo largo del paseo marítimo).
En este lugar también hay una serie de agujeros que están conectados directamente con las olas, haciendo que cada vez que estás chocan emitan un silbido seguido de la expulsión de vapor de agua. Y claro, a cuanto mayor sea el oleaje, mayor el sonido, así como las posibilidades de salpicarse con una de las olas que rompen contra el rompeolas. Algo muy curioso y divertido que hace que merezca la pena la caminata hasta allí.
Entre el camino de ida y vuelta hasta allí se acaba cansado, por lo que lo que hicimos lo que quedaba de tarde fue volver al centro a callejear e ir ojeando bares de pintxos para la cena y para el resto de días. El casco antiguo es totalmente peatonal y merece muchísimo la pena perderse por él hasta llegar a la famosa plaza de la Constitución. Tras un par de vueltas empieza a ser más fácil orientarse y saber dónde se encuentra cada lugar.
Más andar y más lluvia
Al día siguiente teníamos dos opciones: subir el monte Igueldo o subir hasta el castillo de La Mota. Como este último era el que más cerca se encontraba, optamos por esa opción, ya que volver a recorrer toda la playa de la Concha era una opción demasiado cansada y además, ese día llovía algo más.
La subida era bastante prominente aunque nada del otro mundo. Cualquier persona en un estado de salud mínimamente bueno puede subirlo sin problemas, además estaba pavimentado con escaleras por lo que el reto no era más que cansarse un poco bajo la lluvia. Después de media hora andando llegamos hasta arriba del todo, donde hay un mirador desde el que pudimos ver toda la playa de la Concha y la ciudad a vista de pájaro. También es un buen sitio para poder fijarse con más detalle en la isla de Santa Clara, una formación rocosa que se encuentra enfrente de la playa y que le da un toque muy característico y curioso al paisaje donostiarra.
Bajamos y fuimos a visitar la otra playa, la llamada playa la Zurriola, una playa más pequeña y con menos encanto pero con un oleaje mucho mayor a juzgar por el número de surfistas que había en dicha playa. Para llegar hasta allí caminamos por el rompeolas, que en un día como aquel tenía una gran actividad ya que las olas llegaban perfectamente hasta el paseo. Algo bastante impresionante si eres un madrileño que ha visitado únicamente playas tranquilas en su vida.
Una vez allí fuimos a visitar la parte nueva de la ciudad, una zona con una arquitectura completamente diferente y con un número de bares de pintxos mucho menor. Es la zona menos turística de la ciudad, a la que también merece la pena echarle un vistazo. Fue por allí donde encontré una heladería que se llamaba Boulevard Gelato en la que probé uno de los mejores helados en mi vida desde que fui a Roma. Más tarde descubrí que es considerada una de las mejores de la ciudad, así que si alguien va le recomiendo que vaya allí a tomarse un helado con conocimiento de causa.
Esa noche cenamos en un bar de pintxos, los cuales son bares parecidos a los bares de tapas que hay en el resto de España pero con ciertas diferencias. Los pintxos en cuestión de cantidad de comida son similares a las tapas, pero tradicionalmente ofrecen manjares muy diferentes. La principal diferencia con los bares de tapas es que los pintxos están expuestos en en la barra. Para pedirlos hay que pedir un plato al camarero e irlos poniendo en el mismo. Cuando tengas todos los que quieres te cobrará. Así de simple. Algunos pintxos son calientes, por lo que a lo mejor hay que esperar un poco a que se hagan o se calienten.
La otra diferencia, más allá de las diferencias estéticas que hay con respecto a los bares del resto de España está en la cerveza. En Madrid te sirven una caña con las tapas; en San Sebastián pides una caña y te ponen prácticamente una pinta por el mismo precio. Es una diferencia que desde luego envidio.
Bares de pintxos hay tantos como boinas hay por la calle, todos ellos tienen sus cosas buenas aunque, como todo, siempre hay una mejor según la mayoría o uno preferido por uno mismo. Sólo es cuestión de descubrirlo probándolos. De precio todo suelen valer lo mismo, no hay mucha diferencia. No sale excesivamente caro comer de pintxos, probablemente igual que comer de tapas. Lo importante en este caso, como turistas o residentes de la ciudad por un tiempo, es mimetizarse con el ambiente.
Como era nuestra última noche fuimos a un bar de cócteles en la plaza de la Constitución (en realidad pasamos al lado y nos convencieron de tomar algo). Fueron caros, pero nada que no esperásemos.
Despedida y… Sol
Como suele pasar habitualmente, la vida te hace la puñeta y más cuando en cuestiones de tiempo meteorológico se refiere. El último día, en el que nos teníamos que ir, hacía un sol radiante. Al menos lo aprovechamos para ver la playa de la Concha con la luz del sol y dar un último paseo por allí antes de que saliese nuestro tren para volver a Madrid.
Como se puede ver, aunque claramente nos quedaron muchas cosas por ver, San Sebastián es una ciudad que se puede ver y disfrutar en dos días. No es un sitio muy caro para hacer turismo y es perfecto para desplazarse andando. Al ser una ciudad del norte sólo hay que esperar un poco de suerte para que haga sol, cosa no muy habitual en invierno como pudimos comprobar, pero que desde luego no es un impedimento para visitar la ciudad.
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