Cuando me hablaban de El Merendón me imaginé un sendero de tierra por el medio de un cerro, internándose en la selva. Que había que ir temprano por el calor, que había que llegar en auto (carro dicen acá). Que era una hora, que eran tres.
Eran tan inciertas las perspectivas que, a pesar de que descubrí que el transporte público deja a cuatro cuadras, nunca me atreví a ir sola. Ahora sí.
En el merendón se sube por una amplia calle pavimentada por la cual hay circulación más o menos constante durante todo el fin de semana (probablemente en la semana también, sólo que yo no he ido nunca de lunes a viernes). Te encuentras desde gente que va sola (tanto hombres como mujeres) ya sea a caminar o a trotar, hay grupos de todas las edades, gente paseando a sus mascotas, etc.
A la entrada del Merendón hay una caseta de seguridad donde no me pidieron ni me preguntaron nada, sólo me regalaron una sonrisa de bienvenida. Hay varias casas, aunque van disminuyendo en la medida en que subes, por lo tanto, al comienzo el paisaje es bastante urbano, volviéndose super exhuberante la vegetación al cabo de una media hora de caminata.
Más o menos cada veinte minutos de caminata encontré locales donde tomar agua de coco bien fría, o comer fruta u otros snacks.
La vegetación y la observación de pájaros fue increíble, vi y escuché tucanes y oropéndulas a lo largo de todo el camino, junto con otras aves de distintos colores cuyos nombres desconozco.
La gente, como ha sido la constante hasta ahora en Honduras, es muy, muy amable. Es común saludar cada vez que te encuentras con alguien, además de algún comentario divertido respecto de lo cansado de la caminata.
A los tres kilómetros de caminata está "la coca cola", un letrero de dimensiones gigantezcas que solía estar accesible para los visitantes, pero que hoy se encuentra cerrado. Un par de metros más y se llega a una zona de descanso decorada con banderas de diferenes países. Hay lugares donde sentarse, mirador para sacar fotos a la ciudad, máquinas de ejercicio, y un local donde consumir entre otras cosas agua de coco y naranjas, que son las recompensas características con que la gente de San Pedro Sula se premia por haber llegado a la meta de su caminata.
Esa es la caminata típica. Pero hay más. La reserva sigue por la misma ruta, siendo posible internarse por horas, pudiendo avistar diversidad de animales típicos de la selva. Hay anécdotas de encuentros con monos y panteras entre la gente más aventurera que se aparta de los caminos principales.
El lugar es seguro y limpio. El calor se contrarresta con la abundante y hermosa vegetación, totalmente recomendado.