Excursión a The Cliff House

El día quince en California brillaba hasta que salí de clase. San Francisco hizo de las suyas y volvíamos a estar entre niebla. Y qué mejor plan cuando la niebla conquista la city que ir de visita con la escuela a la emblemática Cliff House. 

Según nos había contado Cory, la dicharachera profesora de inglés y variedades de entretenimiento varias (valga la redundancia), era un edificio muy chulo en unos acantilados al lado del mar y bla bla bla. Cuando llegamos cuál sería la sorpersa jaja.

El caso es que ha llovido mucho desde que la primera construcción de la Cliff House existiera. Más conretamente sus inicios se remontan ni más ni menos que ciento cincuenta y cinco años atrás. Allá por 1858 existió por primera vez la Cliff House. Eso fue cuando Samuel Brannan, una ex-Mormon de Maine, comprara por unos cientos o miles de dólares la madera rescatada de un barco que había naufragado en los acantilados de abajo. Y con esa misma madera construyó una casa en ese mismo acantilado. Una suerte de macabra construcción en memoria de un macabro suceso.

Todo un poco gris, siniestro y oscuro. Y esa era la foto que nos enseñaba Cory cuando nos decía que íbamos a visitar la Cliff House. Claro la foto de una especie de mansión tenebrosa de madera al borde de un acantilado en el mar. Muy apetecible de visitar.

Pero claro, estábamos ciento cincuenta y tantos años en el futuro desde aquel momento. Y hasta ese punto la casa había pasado ya por hasta cinco "reencarnaciones" materiales. 

Entonces, ¿qué visitamos realmente?

Pues visitamos lo que es ahora. Un restaurante encaramado en la punta del acantilado justo al lado del Ocean Beach, en la costa oeste de San Francisco. 

Aun así, desde allí se veían los "Sutro Baths" y forma parte del Golden Gate National Recreation Area, que lleva el Servicio del Parque Nacional. 

Pero entonces, ¿comimos allí?

Jajaja, qué va. Para comer allí necesitas ingresar muchos ceros al mes. Es un restaurante de categoría bastante curiosa. Aun así, nos dejaron asomarnos, ver un poco el percal y cómo no, pasar por la tienda de souvenirs, allí sí te invitan a pasar todo el tiempo que quieras. Normal.

Pero bueno, pasamos una agradable mañana-tarde de que llegamos allí y todo el tema. Aunque el viaje en el bus fue como ir en una lata de sardinas gigante con un olor extraño (y diréis, hombre si fuera una lata de sardinas ya tendría un olor extraño, y os digo que era un hedor más extraño aún, imaginad el percal). 

El caso es que después del rato, no poca cosa por cierto, de bus, todavía tocaba otro rato de paseo. Pero se hizo ameno porque esta vez sí que se apuntó bastante gente de la escuela. Además íbamos un grupo muy variopinto: japoneses, koreanos, españoles, alemanes, algún francés que se coló por allí y las profesoras americanas.

Así que casi diría que fue más productivo el camino que el destino mismo. Aunque algunos se quedaron después de la visita a la tienda de souvenirs a comer con las profesoras por allí. Otros decidimos bajar a la arena, aunque hacía un frío y un viento poco agradables, la verdad. Por no hablar de la niebla que no te dejaba ver diez metros por delante de ti.

El caso es que ahí planificamos el siguiente plan que no iba a ser moco de pavo. 

Decidimos en ese momento que iríamos a ver un partido de béisbol esa misma noche. Já. Así, a tocateja. Sin pensarlo.

Así que cogimos unos cuantos y sin más pusimos rumbo vuelta atrás (otra paliza de bus hasta casi la otra punta de la city) para buscar el estadio y tener un poco de información acerca del partido y de cómo iba el tema entradas.

Y eso hicimos, pero eso ya os lo contaré en otro post amigos...

Hasta entonces,

Seguiermos informando,

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