Perintö (Herencia)
Los momentos finales de alguien durante el Erasmus son intensos. Un contraste de emociones y de pensamientos interrumpidos por la rutina del resto del grupo. Todo el mundo sigue teniendo que ir a clase, a prácticas, de fiesta… y todas estas rutinas se mantienen salvo para una cosa: las herencias. Quizá no puedas despedirte de alguien porque tienes clase o puede que te despidas la noche anterior porque saldrás de fiesta y te da una pereza terrible madrugar con la resaca pero siempre, absolutamente siempre, podrás hacer un stop en tu en tu vida para saquear la casa del prójimo. Recuerdo la primera vez que me convertí en uno de esos buitres. Se marchaba una de las escocesas, Megan. A penas había tenido relación con ella, sin embargo, mientras llorosa me repetía lo bien que se lo había pasado y todo lo que echaría de menos yo no paraba de preguntarle si podía coger esto o aquello. Y ella con los ojos en lagrimas, entre abrazos, me iba dando uno tras otro platos, vasos, cuchillos, una tetera (no bebo té), fuentes para el horno, algo de comida, algo de cerveza… etc. Era como un buffet libre, si nadie lo había reclamado primero ya tenía dueño: yo. Supongo que es ley de vida. Ella nunca más lo iba a utilizar y para que la compañía arrendadora se lo quedara ¿Qué mejor que dárselo a un compañero? Así que cual escuadrón de la muerte todos nos íbamos acercando a coger lo que nos era útil o simplemente lo que nos convenía. Todos mostrando nuestro pesar por su marcha (aunque en realidad que se fuese la escocesa a mi no me afectó lo más mínimo) en un juego en el que ella misma sabía que muchas veces era un simple formalismo educado y que ella tampoco nos iba a echar de menos a todos. Así era mucho más fácil saquearla y sobre todo para ella era más fácil marcharse.
De esto modo al irse uno tras otro, en mi caso, pasé de tener un mobiliario escaso a parecer de verdad una casa. Cuando llegué sólo tenía un plato, un vaso, un tenedor, una cuchara y un cuchillo. Cuando me fui, no solo tenía una de las vajillas más completas de la residencia sino que tenía, además, dos bicis, dos colcones, una mesita de noche extra, tres lámparas de mesa, una alfombra y un sofá entre otras muchas cosas. Una de las herencias más curiosas que recibí (junto con la del sofá que me dio la vida) fue una llave que abría una taquilla en el sótano de la residencia (que no sabía ni que existiera) donde unos italianos que allí vivieron hace unos años legaron su herencia. Lo más curioso de todo lo que allí había era que tenían todo el material básico para la fabricación de cerveza: todo un regalo. En cuanto vimos semejante regalo un compañero de Vitoria (Iván) y yo no pudimos evitar un pensamiento común, había que fabricar cerveza. Os contaré con más detalle cómo nos fue en próximos post pero os aseguro que solo el proceso de fabricación ya merece la pena.
Por supuesto no todo es de color de rosa en el mundo gominola del Erasmus. Existe gente que no entiende del todo lo que significa comunidad y grupo. Gente que no estudia empresariales porque afición al conocimiento sino al dinero. No pondré nombres ni cara de estos indeseables porque tampoco es justo hacer carnaza de nadie así que me referiré a ella como V. Erónica. No lo voy a negar cuando se marchó esta mostoleña me alegré. Pero me alegré como nunca antes de perder alguien de vista. Era la reencarnación de la ruindad y la avaricia. Una persona que no sólo pretendía recibir dinero por lo “suyo” lo heredado, sino por los préstamos de algunos que se fueron antes de poder devolverles lo que cedieron. Alguien que para pedirle un colchón (que ella no usaba) por tener visitas debías soltar cinco o diez euros como “alquiler”. Capaz de pedir dinero por una aspiradora que todos usábamos o de, prácticamente, subastar una bici que alguno se olvidó en el garaje el semestre pasado. No voy a negar el asco que me producía, ni que deseo no volver a saber de ella en toda mi vida… no todo el mundo iba a ser estupendo, que le vamos a hacer. V. erónica te dedico este párrafo a sabiendas que no mereces los tres minutos que he invertido en redactarlo.
Pero claro, llegado el último día, también me tocó ser saqueado. La verdad es que en mi caso no hubo una jauría ávida de llevárselo todo, más bien fue un momento chino. Hao, uno de los chinos que vivían en la residencia me pidió permiso para empezar a saquear y en menos de diez minutos se llevó todo lo que yo había sacado al pasillo y parte de lo que tenía en casa. Fue curioso estar al otro lado. Ver mi habitación involucionar a como estaba cuando llegué en diez minutos. Sin sofá sin decoración ni lámparas, los estantes de platos vacios, apenas cubiertos escurriendo en la fregadera… de nuevo yo y las cuatro enormes paredes blancas, la destartalada cama y el desvencijado colchón. Esta vez no hubo falsedad, Hao no era Erasmus, estudiaba en Finlandia y había saqueado muchas veces ya. Un simple muchas gracias que tengas buen viaje sirvió. Nada más que decir ni que aguantar, todo mucho más real. Mejor. Algo bueno tenía que tener irse el último te ahorras las plañideras, y los falsos pesares de gente que sabes que le importa una mierda lo que pase en tu vida a partir de ese momento. De alguna forma es como volver al inicio, al principio de mi estancia aquí. Yo, una habitación vacía, nadie conocido alrededor y unos días venideros un tanto inciertos.
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