Intensiteetti (Intensidad)
Decir que el Erasmus es un periodo de vivencias y sentimientos intensos es un tópico. Citar que por aquí te “fabricas” tu propia familia no lo es menos pero algo así se produce. Algo te sale de dentro que hace que cualquier persona mínimamente afín sea para ti imprescindible. Quizá por una cierta soledad compartida, quizá por la necesidad tan humana de agruparse en núcleos sociales o quizá simplemente porque sí, en cuestión de días te rodeas de una gente con la que compartes algo más que el tiempo. Compartes esas pequeñas cosas que no se dicen pero que se sienten, que percibes sin quererlo y que muchas veces sino las tienes las añoras. Te conviertes en un pequeño padeciente de un cierto síndrome de Estocolmo que da sentido y cohesión a ese artificio de amalgama de personas que componen un grupo Erasmus.
Una vez vi en una película que no recuerdo o quizá en un libro que he olvidado en el que decian que la única forma de hacer que dos grupos totalmente contrarios se unan es que tengan un enemigo común. Quizá algo de eso halla aquí. Y puede que no sean los fineses los enemigos, puede que seamos nosotros mismos. Nuestros miedos e inseguridades de “sobrevivir” en un mundo totalmente ajeno y diferente. Así que, como supongo todo ser humano o quizá no todo, acabas estableciendo relaciones con prácticamente cualquiera que se encuentra en una situación similar. Es un poco artificial porque no eliges, coges lo que te toca y te viene con la etiqueta Erasmus, como si fuese un pasaporte a amigo del alma. Así que te fijas en las virtudes y puntos comunes y obvias el resto. En una palabra te quedas con lo que quieres de cada persona, reinterpretas tu realidad para hacerla más cómoda a lo que esperas de tu vida aquí.
Lo común, lo normal y lo que siempre pasa es que todo funcione correctamente. Todo el mundo acaba en ese manido pacto de yo no te apuñalo y tú no me manchas con tu sangre porque, por muy diferentes que seamos, algo tenemos en común: queremos pasarlo lo mejor posible y no tenemos a nadie más aquí. Así con todo, las pasiones se desatan, uno se hace amiguísimo de uno, el otro es más gracioso que ninguno y aquel que de puro simpático no se aguanta así mismo, se queda como el peculiar del grupo en un estatus que jamás hubiera tenido en su país de origen. Quedan pues vacantes las plazas del gilipollas, el pesado, el muermo, el insoportable o el de la histérica pero a nadie parece importarle como si esa función de desahogue, esa libertad de descargar tu ira contra alguien no fuera tan sano como amarse.
Asi pues comienza el Erasmus en una orgía de alegrías sin igual. Las noches de fiesta se hacen noches increíbles, el bar de mala muerte acaba siendo “nuestro sitio” y la discoteca cutre es el “Amnesia” finlandés. En seguida le siguen excursiones, idas y venidas, amores y amistades, ligues y polvazos descomunales en un in crescendo que no sólo no da vértigo sino que produce adicción y tolerancia a un ritmo desmesurado. Pero como siempre en la raza humana, pulsiones compartidas son difícilmente aceptadas y el humanoide común entra en conflicto. Al igual que en tiempos muy lejanos cuando la ley del garrotazo mas fuerte decidía quien se quedaba con el mamut y la cueva, hoy (siendo seres mucho mas sociales y cabales) reaccionamos muy mal cuando vemos que se pone en peligro algo nuestro, ya sea un estatus, un amigo o simplemente alguien muy cercano nos trata mal.
A partir de ahí toda esa vorágine de placeres y júbilos se convierte en todo lo contrario. Te sientes mal, solo de repente, sin ánimo, una gran decepción te invade. Te acaban de sacar el Estocolmo de un bofetón y aún tienes en el cuerpo los sudores del delirium tremens. Entonces cuando despejas la mente y se te enfría la sangre empiezas a pensar con algo de cordura y te das cuenta de lo estúpido de la situación. ¿Cuántas veces he discutido con intimísimos amigos? ¿A cuanta gente he echado de mi vida sin contemplaciones? Sólo entonces te das cuenta que no has perdido nada. Que la gente que has conocido, no la conoces tanto. Que quizá deberías dedicar tiempo a entender al otro y no suponer que es bueno solo porque lo aparenta. Que quizá tú tampoco seas Teresa de Calcuta. Que los realmente valiosos se quedaron en Bilbao o Valencia y que ésta gente que tengo aquí por conocer, que son geniales y maravillosos…pero son eso: gente por conocer aún
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