Primer (espero) viaje a París (III)
El tercer día en París iba a ser el último que pasaríamos entero en la ciudad, por lo tanto iba a ser el más intenso. Quedaban muchas cosas por ver, fue un día cansado pero desde luego el día en el que más vimos de la ciudad de todos.
Yo venía de pasar muchas horas de pie en el día anterior, por lo que mis piernas estaban algo resentidas. Aun así no me impidió poder subir y bajar Montmatre andando y esperar las colas para entrar a Louvre y pasar un buen rato dando vueltas por el mismo, lo cual no es cosa menor, es cosa mayor (como diría nuestro presidente Rajoy)
Por la mañana
Volvimos a madrugar bastante, queríamos aprovechar al máximo el día. La mañana amaneció fría, con un poco de niebla incluso, pero no demasiada como para ser un día considerado de niebla. Lo primero que hicimos fue ir directamente en metro al Palacio de los Inválidos. La entrada al recinto y al patio interior del Palacio es totalmente libre y gratuita. Otra cosa es ya el Museo del Ejército y el Museo de Historia Contemporánea, que se encuentran aquí y que entre otras muchas cosas contienen los restos mortales de Napoleón.
Yo soy de la opinión de los que piensa que es mejor no pasar a los museos de una ciudad si no se está realmente interesado en lo que se va a ver una vez dentro. En ese momento no estaba interesado en vistar esos museos, los cuales seguro que son muy interesantes, por lo que prefería no entrar a verlos. En otro momento, si vuelvo a París, quizás esté en un momento en el que me entren más ganas por descubrirlos.
La visita, si uno no entra a los museos, es muy breve, prácticamente se tarda más en recorrer andando la explanada adyacente al Palacio que el tiempo en sí dentro de el Palacio de los Inválidos. Pero es un sitio bastante bonito en general, que además tiene una conexión directa con uno de los puentes más espectaculares de todos los muchos que cruzan el Sena, el puente de Alexandre III. Este puente llama mucho la atención por la decoración muy ornamentada, las cuatro esculturas de cada vértice y las farolas tan características. Además ofrece una perspectiva fantástica del Sena, de las mejores de toda la ciudad, y de los demás puentes que lo cruzan a lo largo de la ciudad.
Es probablemente el puente más famoso de todos, de hecho ha salido en muchas películas, como por ejemplo en la escena final de la película de Woody Allen ‘Midnight in Paris’, película que ya he nombrado, por cierto, a la hora de hablar de la famosa librería Shakespeare & Co. Y es que esta película de la que hablo es una película imprescindible si se va a viajar a París, ya que presenta la ciudad como un sitio ultramaravilloso al que dan muchísimas ganas de ir. Lo mejor de todo es que luego la realidad no decpeciona, auqnue no es tan idealizada como en la película.
Era uno de esos sitios que deseaba ver con más ganas, y fue en gran parte gracias a la película. Además, en ese mismo instante en el que estábamos visitando el puente nos encontramos con dos chicas que eran turistas españolas (las cuales nos pidieron que les hiciéramos una foto) y que casualmente estaban comentando en ese instante que era el puente de la película que digo, Medianoche en París.
Después de pasar un buen rato en el puente, ya que da para muchas fotos, pasamos por la plaza del obelisco de Luxor, en la que casualmente nos encontramos con el propietario del apartamento en el que nos alojábamos en el coche mientras cruzábamos la plaza. Lo cual demuestra que incluso en una ciudad tan grande como es París el mundo sigue siendo un pañuelo. Una anécdota muy curiosa que contar, desde luego.
Seguimos andando hasta llegar al edificio de la ópera de París, un edificio que hace que de la sensación de que todo lo que ocurre dentro es caro. Muy caro. Aunque al fin y al cabo, todos los edificios que hay por esta zona de la ciudad, la zona más céntrica, se nota que son para gente con ingresos muy altos. Teatros, el hotel Ritz de París, una tienda de Chanel… se puede observar en el ambiente.
Dan muchas ganas desde luego de asistir a una ópera en la ciudad de París, pero es algo que imagino que no está al alcance de todo el mundo. Al menos para mí no lo está. Y, además, con las pintas de turista que llevé durante todo el viaje dudo mucho que me hubiesen dejado pasar dentro con ninguna condición.
Ya era la hora de comer y se acercaba el mediodía, por lo que iba a ser hora de subir a Montmatre y así poder ver el atardecer desde allí. Como nos quedaban pocas cosas ya por hacer en París, hicimos una que aún no habíamos hecho y que es imprescindible cuando visitas un país extranjero: visitar un McDonalds. Fuimos a tomar las hamburguesas a los jardínes de los campos Elíseos, lo cual es siempre muy agradable. Comer al aire libre con más o menos buen tiempo y coger fuerzas para una subida que pensábamos que sería menos en un principio.
Eso sí, como fue el día más frío y con peor tiempo, fue una labor un tanto difícil la de comer al aire libre. Es posible que eligiésemos el peor día de todos para comer en el exterios, pero en cualquier caso fue muy relajante, sobre todo por las vistas de los campos Eliseos de fondo. No creo que vuelva a comer una hamburguesa del McDonald's con tanto glamour en el ambiente.
Al atardecer
Hasta Montmatre hicimos buena parte del recorrido en metro, ya que de otra forma ni nos habría dado tiempo ni habríamos tenido las piernas lo suficientemente descansadas como para poder llegar a subir. Pero aunque el metro hiciese parte del camino, aun así seguía siendo necesario subir un buen trecho de escaleras muy muy empinadas para poder llegar al barrio de los Artistas, ya que la otra forma de hacerlo es en autobúes, y ciertamente pierde el encanto de ir viendo poco a poco el barrio a medida que se llega hasta arriba del todo. El momento en el que después de estar subiendo llegas a la plaza de los Pintores es muy gratificante.
En París hay multitud de sitios en los que puedes estar horas observando sin llegar a cansarte e ir descubriendo pequeños detalles a medida que va pasando el tiempo. Y esta plaza es uno de ellos. Filas y filas de gente pintando paisajes, haciendo retratos. Verdaderos artistas que no están reconocidos en realidad. Algunos con un estilo muy personal, otros a los que realmente se les puede ver talentosos y que merecen mucho más dinero y reconocimiento del que probablemente estén recibiendo en vida.
Es un sitio que no tiene fin, y si llega ese fin, puedes volver otro día ya que estará ocurriendo algo diferente. Cada mañana estoy seguro de que habrá gente diferente o sin ir más lejos los mismos artistas pintando cosas diferentes o acabando los cuadros que el día anterior estaban empezando.
Las cafeterías que rodean la plaza invitan a querer tomarse un café mientras observas esa escena propia de una época en la que el ambiente bohemio tenía cabida en la sociedad. Se puede considerar a Montmatre como eso, un reducto neobohemio en el que parte de esa historia de la ciudad de París se ha quedado impregnada y que muchas personas se empeñan en querer mantenerla rindiéndole un merecido homenaje como se hace en la plaza de los pintores.
Pero claro, luego uno ve el precio de los cafés o lo que cuesta cualquier vivienda en la zona y se da cuenta de que los tiempos en los que Montmatre era un sitio insalubre en el que se daban cabida algunos de los pintores y escritores más famosos de la historia llegaron a su fin. Ahora se busca mantener esa estética pero desde la distancia. Una distancia sólo al alcance de unos pocos privilegiados. Los turistas sólo tenemos el placer de contemplarlo e imaginarse lo que una vez fue, ya que eso es algo que Montmatre nunca perderá.
Después de un buen rato disfrutando de la plaza nos acercamos a la Basílica del Sagrado Corazón, la que se encuentra en la parte más alta del barrio de Montmatre. Entramos para verla, y después de dos grandes experiencias con respecto a los edificios religiosos se refiere, este último no me dijo nada. Me pareció muy estético por fuera y como quedaba en medio del ambiente general de la zona, pero por dentro me pareció un edificio religioso cualquiera, nada sorprendente arquitectónicamente. Aunque es sólo mi humilde opinión, no soy para nada un experto con respecto al tema.
A los pies de esta Basílica hay unas escaleras muy amplias que hacen a su vez de mirador. Debido a que es el punto más alto del barrio, la panorámica que ofrece de gran parte del skyline de la ciudad es muy buena. Se pueden ver a todo detalle conglomerado de edificios que forman la ciudad de París, con sus tejados y estética arquitectónica tan característica que ofrece la ciudad de París. Allí nos pasamos un buen rato contemplando pensativos toda la ciudad y yo personalemnte sintiéndome muy orgulloso de haber conseguido llegar hasta allí. Había cumplido un objetivo, un sueño.
Cuando ya estuvimos un buen rato allí decidimos ir hacia el Moulin Rouge, la otra parte del barrio y la actualmente, quizás, menos glamurosa. Desde un primer momento según te vas acercando se empieza a notar como el número de establecimientos dedicados al sexo o a la venta de artículos sexuales aumenta considerablemente. Fue una realidad del barrio de Montmatre y es algo que parece no haber cambiado al menos en esta parte del barrio (al menos estéticamente, en cuanto a contenido contenido no creo).
Una vez allí te encuentras con el más que conocido molino cuyas aspas parecen llevar girando durante tanto tiempo. Es un sitio simplemente para ir a mirar y, sobre todo para notar el ambiente de lo que es hoy esa zona, ya que la entrada al Moulin Rouge está sujeta al pago de una entrada previa bastante alta para evitar que curiosos entren. No hay que olvidar que hoy en día sigue cumpliendo su función, al igual que todos los locales de la misma índole de la zona.
Último anochecer
Cuando empezó a dejar de haber luz empezamos a volver a casa. Estábamos relativamente cerca de donde nos alojábamos, pero aun nos quedaban billetes de metro, así que decidimos ir callejeando hasta una parada de nuestra línea y así poder hacer una de las tradiciones parisinas que aún nos faltaban por realizar: tomar un crêpe en un puesto de por la calle.
Y eso hicimos, aunque parece una labor más fácil de lo que realmente es, ya que tardamos en encontrar un sitio en el que los hiciesen al instante. Al final lo hicimos, y las posibilidades de relleno son todas maravillosas, aunque la de Nutella con plátano o coco son mi recomendación personal.
Fuimos caminando de noche mientras nos acabábamos de comer el crêpe buscando una estación de metro que nos sirviese para llegar a casa. Leí una vez que en París no pasaban más de 200 metros caminando sin que se encontrase una parada de metro, lo cual yo creo que es una exageración y tuvimos muy mala suerte debido a la zona a la que estábamos, ya que caminamos unos cuantos minutos hasta encontrar la parada de metro.
Al final sirvió para callejear por París durante la noche, una ciudad que cuando se va la luz, luce realmente bonita. Como ya he dicho anteriormente, París da la sensación de ser una ciudad a la que le queda bien cualquier condición ambiental o meteorológica. Hay una atmósfera muy especial que cubre la ciudad de París y que es bastante difícil de encontrar en cualquier otra parte del mundo.
Ultimo día: Louvre y a casa
Amanecimos cansados, obviamente. Pero aún quedaba por hacer una cosa bastante importante: visitar el museo del Louvre. Así que sin demasiada prisa, después de hacer las maletas y recoger y limpiar un poco el apartamento, fuimos a ello.
La cola parecía enorme la verdad, pero extrañamente avanzó muy rápido y no se hizo pesada la espera. Cuando entramos el objetivo que teníamos era ver de forma rápida las principales y más famosas piezas del museo. Un ejercicio tan recomendable como a evitar si se hace de forma que parezca una carrera. El Louvre es un museo muy grande, es imposible verlo en un día, y sólo el hecho de recorrerlo andando llevaría mínimo una hora. Mi recomendación en todo caso es la de ir con tranquilidad y ver lo que apetezca ver, ya que, una vez más, siendo joven de la Unión Europea la entrada es gratis.
Nosotros optamos por ver todas las piezas de forma rápida, yendo de un lado a otro, ya que esa es otra, el museo acaba siendo un laberinto. Tiene colecciones espectaculares, las cuales, parte de ellas, me gustaría ver con detenimiento en algún momento de mi vida. Por ahora sólo guardo el recuerdo de ir un lado a otro de forma rápida. Eso sí, las piezas que vimos merece la pena verlas (aunque sea de esa manera).
Después de eso necesitábamos un descanso. Aún nos quedaban cosas por ver, pero ya no había demasiadas fuerzas y nuestro vuelo salía por la tarde, el cual salía desde el aeropuerto de Beauvais y al que nos llevaría en coche nuestro arrendatario. Llegar hasta Beauvais lleva una hora aproximadamente, por la cual nos cobró 80 euros que pagados entre los cuatro resultaron ser muy razonables teniendo en cuenta los kilómetros del recorrido.
Lo que hicimos después de haber almorzado fue ver relajados los quioscos que recorren la ‘rive gauche’ y que venden antigüedades y suvenires de lo más variados. Discos de vinilo, libros, reproducciones carteles de Toulouse Lautrec, láminas y pósteres del Mayo francés, mapas antiguos originales… una seria de objetos que recorren la idiosincrasia del pueblo parisino.
Tras visitar los puestos quisimos sentarnos a los pies de la catedral de Notre Dame, por la parte trasera del edificio, en un parque a orillas del Sena y así disfrutar descansando dentro de la tranquilidad ante lo que la ciudad de París nos había ofrecido durante cuatro días.
Finalmente, la persona que nos había alquilado el piso quedó con nosotros a una hora de la tarde para llevarnos a todos nosotro en su coche hasta el aeropuerto de Beauvais, situado a muchísima distancia del centro de la ciudad de París, la verdad. De otra forma habríamos tenido que tomar un conjunto de autobuses y de transporte público que habría hecho de la experiecia algo muy incómodo.
De esta forma, nos llevó a todos por el módico precio de 80 euros en total, es decir, 20 euros por persona. Un precio muy similar al que se habría tenido que pagar de haber tenido que ir en transporte público, por lo que en ese sentido se puede considerar que fue algo altamente satisfactorio.
El aeropuerto de Beauvais es un aeropuerto muy pequeño. Apenas tiene cuatro puertas de embarque. No es un aeropuerto que tenga mucho tráfico, y no tiene pinta de que funcione con demasiada fluidez. De hecho, nuestro vuelo se retrasó casi una hora (con RyanAir), pero el viaje de vuelta a Madrid fue completado satisfactoriamente sin ningún probelma mencionable.
Y ese fue el punto final a nuestra aventura parisina.
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