Misión Imposible II: Comer sano, rico y barato.

Se acerca la hora de comer y mi estómago cruje como si dentro tuviese un monstruito furioso. Se me hace la boca agua al pensar en uno de los maravillosos crepes bretones que comí el día anterior cerca de Montparnasse y, aunque no son muy caros, caigo en la cuenta de que la dieta mediterránea y equilibrada me la dejé olvidada en España (junto con la tarjeta de memoria de la cámara, las sábanas y mi adorada chaqueta de cuero). Así que echo un vistazo al pequeño frigorífico que hay en la habitación y en el armario de la comida y ¡qué sorpresa! sólo encuentro una botella de leche, algunas manzanas y galletas. Tengo que ir a comprar, pero mi estómago me recuerda que coma antes...

Y viene a mí memoria lo que leí acerca del CROUS: comidas a 3 € (con entrante, primer plato y postre) para todos los estudiantes (franceses o no) en posesión de un carnet que demuestre que están estudiando en algún centro de la Unión Europea. No lo dudo ni un segundo, cojo la tarjeta de la universidad (y también la ISIC, que tengo guardada de otras veces) y bajo al comedor que se encuentra junto a mi residencia.

Entro en la cantina y está llenísima de gente. Lo mejor es que no sólo hay estudiantes franceses, sino que veo italianos, ingleses, más españoles, americanos... Y me sumerjo en aquella Torre de Babel y, mientras trato de identificar los idiomas que se escuchan a mi alrededor (como buena futura intérprete), hago un recorrido por la zona del bufet para ver las comidas que ahí. Algunas no logro identificarlas, pero otras tienen un aspecto delicioso. Recuerdo el dicho que siempre repite mi abuela: “La buena comida entra antes por los sentidos que por la barriga” y estoy segura que esa comida no superará nunca la de mi abuela, pero lleno la bandeja, olvidando aquellos días en los que era una delicada con la comida.