¡La Torre Eiffel!... Creo que tampoco subo
Seguimos por París
Después de haber abierto el apetito con el Arco del Triunfo, el siguiente punto al que tenía que ir era la torre más famosa del mundo, la Torre Eiffel. Este monumento es la marca principal de París y de toda Francia, su insignia más preciada y la que más gente visita y por lo tanto la que más dinero genera.
Para ir hasta allí tomé de nuevo el metro en la parada Charles de Gaulle y me dirigí por la línea 6 hasta Trocadéro que aunque está relativamente cerca, tiene un paseo de los buenos a pie. Al salir de la boca de metro, me inundó en cierto modo la misma sensación que cuando salí a los Campos Elíseos para ver el Arco del Triunfo. Nada más salir y mirar alrededor, me encontré de frente a la Torre Eiffel, muy lejos aun y se la veía “pequeña”, pero ya se empezaba a notar que por algo era el monumento de pago más visitado del mundo. Antes de andar hasta los pies de la torre, me paseé tranquilamente por los Jardines del Trocadero, escoltados por los edificios del Museo Nacional de la Marina Francesa, la Ciudad de la Arquitectura y el Patrimonio, el Museo del Hombre y otros tantos… Desde el punto más alto de los jardines se podían hacer fotos de postal de las que gustan a todo el mundo, pero al ser primavera día soleado y encima vacaciones, estaba hasta arriba de gente, por lo que era difícil salir solo en la imagen. Después de hacer de fotógrafo para chinos, japoneses, ingleses, españoles, alemanes… (era presa fácil del “can you take a photo please? ” al no ir acompañado).
Alrededor de la Torre Eiffel se mueve de todo... ¡De todo!
Me fui acercando poco a poco a pie a la orilla del río Sena, para cruzarlo y llegar hasta la torre Eiffel con la idea cada vez menos clara de subir hasta arriba, disfrutar de las vistas y tirar doscientas fotos. Pero antes de seguir, me llamó la atención la gran cantidad de vendedores de recuerdos que había por la zona. Como era de esperar y como comprobaría más tarde, lo que te vendían en los puestos “legales” de alrededor de la torre, valía dos, tres, o cuatro veces más que lo que te vendían los “ilegales”. Eran cuadrillas de negros (y digo negros porque así eran), que sabían vender como si hubieran nacido para ello. Primero te preguntaban de donde eras en todos los idiomas que te puedas imaginar y cuando captaban tu atención era cuando te daban el precio de todo lo que llevaban encima, que no era poco. Los bajos precios de sus recuerdos, que seguramente eran los mismos que los que vendían las tiendas por mucho más dinero, hizo que cogiera artículos hasta para el apuntador. Por 1 euro creo que tenía cuatro llaveros pequeños de la Torre Eiffel. Y esos mismos llaveros comprobé poco después que los había por 2 y 3 euros en los puestos “legales”. Así que después de haber colaborado un poco con el comercio negro, así como hacían la mayoría de los que por allí pasaban, ya si que me fui directo a cruzar el Sena.
Las colas son interminables
Según iba llegando a la otra orilla del río, la afluencia de gente iba en aumento y donde se podía pasear a gusto se empezaba a estar un poco enlatado. Y la idea de subir hasta lo más alto de la torre más alta de París se me quitó de golpe al ver las enormes colas que había en las patas de la torre para subir. Creo que serían las 12 o las 13 de la tarde, pero aquello estaba hasta arriba de familias, estudiantes, jubilados… así que lo de subir hasta arriba habría que dejarlo para otra ocasión. El precio de la entrada joven (12-24 años), como era mi caso, era de 14, 50 euros lo que tampoco ayudaba demasiado a soportar aquellas interminables colas. Pero me lo cierto es que me conformé con ver la torre desde abajo, calcular seguramente sin acercarme lo que medía y sacar otras tantas fotos. Además esta situada junto a unos grandes y verdes jardines, llamados los Campos de Marte, donde me pude sentar a comer, descansar y seguir pegando el ojo a aquella increíble obra de ingeniería. Como no podía ser de otra forma, me pedían que les hiciera fotos hombres y mujeres de todas las nacionalidades. Además, compré una de las pocas cosas que no vendían los vendedores ambulantes y algo que tenía en mente comprar desde hacía ya un tiempo, una bandera de Francia. También me dejé seducir por el olor de los gofres y me pegué un lujo (que en los viajes “low cost” también se pueden permitir).
Y después de pasar gran parte de la mañana pululando por los alrededores de la Torre Eiffel, los Campos de Marte y acercarme a ver el edificio de la Escuela Militar, me puse de nuevo en marcha, esta vez hacia la Plaza de la Concordia, pero no por el camino más corto, sino por el que me iba a permitir ver más cosas y en el menor tiempo posible.
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