“Aimer c'est du désordre... alors, aimons!”

Abbesses. Probablemente, al escuchar hablar de esta estación de metro, muchos recordaremos aquel famoso momento de la película Amélie, en el que la protagonista recorre, risueña y soñadora como de costumbre, el andén de la estación con un gran letrero azul a sus espaldas en el que se podía leer “Abbesses”. Algunos, tal vez, no prestaron atención a ese soso cartel más preocupados en si la entrañable Amélie tendría el valor suficiente para darse a conocer, y otros, quizá, se preguntaron dónde estaría esta estación de tren y soñaron con verla algún día.

Gracias a Amélie, la estación de Abbesses está, en nuestras mentes, cubierta de un halo de calidez y magia que creemos no se puede disipar. Sin embargo, llegamos allí -desconocedores de su profundidad-, vemos a los parisinos subiendo al ascensor y contemplando las simpáticas pinturas de la pared, pensamos ¿por qué subir en una caja metálica cuando puedo disfrutar de una amena subida a pie? Así que, al igual que el resto de extranjeros, ignoramos el cansancio tras un día de caminata y el cartel que nos amenaza con su número de escaleras, y comenzamos a subir a pie. Subido el primer tramo, vemos otro ascensor y nos sentimos tentados de cogerlo, pero nos mantenemos firmes en nuestro empeño por subir a pie. Empezamos a sentirnos cansarnos y, flaqueando, buscamos otro ascensor con la mirada, pero no lo hay. “Ya quedará poco”, pensamos, pero no, miramos hacia arriba y las escaleras parecen no terminar nunca. Ya no prestamos atención a las pinturas de nuestro alrededor, ni recordamos el momento de la película, sólo deseamos llegar al final de aquella estación de metro que nos ha engañado con su aire bohemio.

Pero, por fin, salimos al aire libre, a la plaza de Abbesses y vemos ante nosotros otra de las maravillas escondidas de París: un muro azul con cientos de “Te quiero” escritos en diferentes idiomas. Lo contemplamos, tratando de buscar nuestro idioma. A nuestro alrededor los enamorados se besan haciéndose fotos junto al muro, sonríen, felices de estar allí. Se te olvida el cansancio (aunque en tu mente ya hay una nota que dice “la próxima vez, coge el ascensor) y comienzas a caminar por aquellas calles llenas de historia buscando otro cachito de arte del que poder disfrutar.


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