Banalidades
Inauguro este blog con un chorrito de mí que quiero compartir con una cacito de vosotros:
Las sombras acechaban por todas partes. Corría por una calle oscura… al menos lo intentaba. Olía a lluvia… a anís, como cuando se avecina una tormenta. No lograba ver mucho más allá en la oscuridad de la noche.
Tenía el corazón tan acelerado que apenas podía respirar – “Siempre supe que el ejercicio anaeróbico no era precisamente lo mío”-.
Parecía que cada uno de los altos edificios que le rodeaban, se le venían encima, como en una demolición a gran escala. Le recordaba mucho a algo de lo que había oído hablar en alguna ocasión. Algo llamado agorafobia… - “tener claustrofobia, leve, pero claustrofobia, es una cosa… empezar a padecer la dos, es una verdadera putada”-.
En esos pensamientos andaba. No miraba ni las calles, sólo daba vueltas, trazaba círculos perfectos, como la piedra rodada cuando la lanzas al lago. Como un torbellino o el ojo de un huracán… - “¿Qué se sentiría dentro de un ojo de huracán? Todo el caos rodeándote mientras tú lo observas desde el tubo de luz más seguro, en la parte de arriba del embudo, donde hay espacio suficiente…”-. Echaba de menos la luz. No recordaba la última vez que la vio… En realidad no recordaba exactamente haber llegado a verla alguna vez. Añoraba esos momentos de tranquilidad. Cuando todo era seguro y cálido. Justo unos meses antes de que empezara la agonía en la que se había visto envuelto.
El miedo empezó a apoderarse de la situación. Hacer algo, sin saber por qué lo haces, puede resultar angustioso. Sobre todo si tienes conciencia o principios… Pero tenía miedo. Y el miedo era algo muy humano. No iba a negar quién era. Si algo dentro de sí le decía que tenía que salir de ese círculo, no dudaría ni un segundo. – “Aunque tenga que ponerme a escalar estas paredes”-.
Hablar le tranquilizaba. Le daba seguridad. Como cuando estás sólo en casa y parece que todos los muebles se han puesto de acuerdo a la hora de crujir. Das todas las luces y te pones a cantar o a hablar. –“¿Qué bobada es esa de las películas de ponerte a preguntar si hay alguien aquí o ahí? Ni que si el asesino te fuese a responder con un: oh, lo siento, ¿te he despertado? ”-. Hay cosas que, simplemente por realidad (o por ficción) se escapan a nuestro control.
Las piernas no le daban más de sí. Empezaba a dolerle la cabeza. Como si toda la presión estuviese en un lugar entre sus sienes y la espalda. Toda la tensión, los nervios, las voces y las sombras. Si había calculado bien, estaba casi en el camino correcto, casi llegando a dónde sabía que tenía que llegar.
Ahora tenía frío. Le recordaba a cuando había corriente en casa y la abuela siempre decía con una sonrisa en la cara- “Cierra la puerta que se escapa el gato”-. Siempre le hizo gracia esa frase. Nunca habían tenido gato. –“Yo al menos no lo recuerdo”-.
Se sintió desfallecer. La tormenta había estallado hacía unos segundos. Como todo el agua de todos los mares y océanos arrastrándole –“Y yo sin paraguas”-. Voces de fondo.
-“Felicidades, es una niña”-
Y entonces ella, en un intento por coger su primera bocanada de aire, rompió a llorar.
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