Día 23. La casa de los horrores
He visto la muerte muy de cerca, y eso que hace sólo dos semanas que salí de casa en busca de aventura en esta ciudad. Estando tranquilamente en mi cuarto con decoración de los años 20, me dispuse a subir la persiana de madera, que por cierto pesa un quintal. Cual fue mi sorpresa cuando el cajón de madera que sirve para guardar la persiana cuando está enrollada se me vino encima, literalmente; unos trozos de escayola se desprendieron y pasaron peligrosamente de mi cara y (oh, dios) de mi portátil, que estaba debajo. El resultado fue un fin de semana con la persiana atascada en posición diagonal, y el cajón a punto de caer al suelo. Por fin llegó el maravilloso lunes y yo, ingenuo e inocente, fui a visitar a mi casera. Se trata de una señora mayor que vivie justo en el piso de al lado (aunque eso es otr historia)Tras pasar a mi habitación a ver el destrozo, y de aconsejarme que pusiera la ropa sucia en la lavadora (sí, en serio), me ha dado una solución muy eficaz:‘’Ah, pues barres los trozos y colocas la persiana detrás de la puerta, como si no pasara nada’’Tras cagarme en ella (en silencio y metafóricamente) he tratado de explicarle que llevaba dos días sin luz en el cuarto y que eso, para mis dibujos, no me venía bien. Así que ella, tan pancha, ha acordado llamar ‘’ a los albañiles’’. El problema es que, por albañil, mi casera entiende un hombre de unos 80 años que casi no se tiene en pie y que, al parecer, le hace
los apaños a medio bloque por cuatro perras.
El mecanismo de la ventanas del piso apareció allá en el siglo XIX en unos grabados italianos.
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