Día 120. Moho.

Pues sí. La vuelta, que fue hace dos días, ha sido de lo más entretenida y productiva que te puedas imaginar. Al llegar, nuestro amable casero había desconectado todas las luces del piso. De este modo, el frigorífico se había detenido y la mitad de la comida que gané con el blog se fue al garete. Ahora, como todo lo deprisa que puedo lo que queda por si ocurre otra desgracia.

Claro que la nevera estaba llena de moho, por lo que tuvimos que pasar la primera noche de la vuelta dándole con lejía. Eso nos unió a los tres durante cuarenta minutos.

Hoy mismo, cuando pensaba que la mala pata ya había pasado, he descubierto que había pisado una mierda por la calle. Cuál ha sido mi sorpresa al ver que la sustancia marrón se extendía ¡por la pernera derecha del pantalón! Aún sigo sin entender cómo el truño ha llegado tan lejos…

Y al volver al casa, un portugués que vive debajo ha venido pidiendo explicaciones por el agua que está cayendo por el techo de su cocina. Le he explicado al hombre que nuestro casero se niega a venir hasta el viernes, y he zanjado la discusión dándole su teléfono. Para que al menos, uno de los marrones se lo coma él.

Pensé que el año 2011 había empezado mal porque el hámster que da nombre a este blog se levantó tiesa una mañana de enero, pero no era nada comparado con lo que me esperaba aquí. No obstante, he aprendido a desarrollar una curiosa indiferencia hacia lo que ocurre fuera el ámbito de la facultad, ya que con tanto trabajo no hay casi tiempo de mear.

Pues eso. La próxima prometo contaros que he ganado la lotería, como mínimo.