Día 114. Tienda de señales.

Se acerca la hora de la vuelta. Y aunque echo de menos muchas cosas de Portugal (la comida me espera en la nevera), me he acordado de una tiendecita que hay en una callejuela de mala muerte por la que me perdí una vez. Es una de esas tiendas que parecen sacadas de una peli super mega fantástica en que unos niños flipadillos (con o sin padres), mediante un golpe de suerte, descubren y empiezan a pasarles cosas extraordinarias. Aquí lo más excitante que puedes hacer es dejarte las pelas en los miles de artículos que hay. No había visto nada igual en España.

Las paredes están llenas de esos relojes de cucú (que en efecto hacen ¡cucú! ); tiovivos de porcelana, cajas de música de todos los tamaños y melodías, caleidoscopios, otros relojes de agua y arena, puzles, piezas que encajan, cajitas de colores que al abrirlas comienzan a brillar, payasos horribles que dan mucho mucho miedo y que sonríen desde el techo… es un lugar increíble.

El problema es que, como hay poquito espacio, el primer día estuve a nada de cargarme uno de esos caros tiovivos al girarme; además, hay tanta variedad que no sabes muy bien qué llevarte para regalo. Lo que sí es seguro es que la próxima vez que quiera un souvenir de Porto voy a ir allí, en vez de regalar esos gallos tan horteras que me pide todo el mundo.