Tenerife en Murcia (VI)
Después de dormir no sé cuántas horas del tirón desperté aun sintiendo el cansancio en mi cuerpo. Me encanta esa sensación al día siguiente tras un largo viaje, es señal de que lo he vivido intensamente. De las primeras cosas que hice por la mañana -prácticamente era mediodía ya- fue llamar a mi querida amiga Carmen. Hacía mucho que no hablaba con ella y me apetecía decirle lo mucho que la echaba de menos desde que dejamos de compartir piso (durante los dos últimos años universitarios). Como siempre, ella fue quien tomó las riendas de la conversación, relatándome sus últimas novedades y finalizando -tras media hora sin callar- con un "y eso es todo, creo que no se me olvida nada. Ahora te toca a ti".
La conversación se alargó unos cuarenta minutos más (aproximadamente) y el último tema a tratar fue el de mi aventurilla tinerfeña. Ella no se sorprendió de nada, me conoce muy bien, aunque me escuchó de manera tan atenta como siempre. A los dos minutos de colgar el teléfono, mi móvil comenzó a sonar. En la pantalla se leía "número oculto" y ante esa amenaza siempre me viene a la cabeza cualquier teleoperadora follonera de una compañía telefónica, por lo cual descarto la idea de descolgar el aparato inmediatamente, pero... aquella mañana fue distinto.
- ¿Díagame?
- Murcianica, ¿qué pasa? - contestó una voz cálida e isleña al otro lado del altavoz. Reconocí al canario al instante y una gran sonrisa se dibujó en mi rostro.
- Pero, ¿qué haces llamándome, niño? - respondí excitada, mezcla de la sorpresa y un punto de diversión.
En lo que duró la conversación nos dio tiempo a charlar, reír y coquetear, siguiendo el patrón que habíamos marcado en el aeropuerto el día anterior. Me dijo que me llamaba desde número oculto porque no tenía que ser tan fácil ganarme su número, (¡Ay que ver con el canario, qué rápido aprende!). A veces su voz se entrecortaba, síntoma que me llevó a deducir que iba hablando desde el coche, y para mi desconcierto me confiesa repentinamente que está de camino a Murcia, que viene a ver a su familia paterna, que ha sido idea de su progenitor, pero que sobre todo lo que más le apetece a él es verme a mí (¡¡a mí!!). Ahora sí que sí cobraba sentido literal el título que encabeza este capítulo: ¡Tenerife estaría en Murcia físicamente! Tratando de guardar la compostura -totalmente descompuesta- y hacerme un poco de rogar le digo que no sé, que ya veré, lo tengo que mirar, pero seguramente sí, y culmino con un "te llamaré después de comer, ¿vale?".
A eso de las ocho de la noche me metí en la ducha. Ya habíamos concretado hora y lugar, así que no quería que se me hiciera tarde. Me froté el cuerpo así como unas tres veces por cada zona, el pelo lo lavé con champú para rizos, acondicionador del color y crema capilar con efecto de no sé qué que tenía que mantenerse sin aclarar durante cinco minutos. Comprobé mientras tanto que ningún pelo de mi cuerpo estuviera donde no debiera y me arreglé las uñas. Con la toalla enrrollada en la cabeza a modo de turbante y el albornoz de color chillón debidamente anudado a la cintura me dirigí a mi cuarto, donde me rocié de crema hidratante por todo el cuerpo, me vestí y desvestí así como unas tres veces y empecé a maquillarme. Me lo tomé como si se tratara prácticamente de otra primera impresión que causar, así que no quería ir ni muy recargada ni pecar de sencilla, quería ajustar la balanza entre ser yo mismo pero con un toque de atractivo femenino. Creo que finalmente lo conseguí, y cuando me reconocí a mí misma frente al espejo decidí salir de casa para no estropearlo.
Bajé las escaleras a toda velocidad y me despedí de mi madre desde el pasillo, pero ella mucho más astuta que yo (¡madres!) alcanzó la puerta de entrada sin que ni si quiera me diese cuenta.
- ¿Adónde vas? No has cenado, anda llévate un plátano por lo menos. ¿Y ese perfume? ¿Es nuevo?
- Que no mamá, que luego vendré, seguramente cene algo por ahí. Hasta luego... -y cerré la puerta tras de mí con la sensación de que a pesar de no haber dado ninguna explicación, mi madre lo había leído todo en mi mente durante esa fracción de segundo: el aeropuerto del norte, el libro de Colubi, el cambio de asientos en el avión, el beso rogado, la llamada matutina,... Con el corazón palpitando con viveza en mi garganta abandoné mi hogar y me introduje en el coche rumbo a Sangonera La Verde.
Si bien el buscador de rutas de Google había estimado que tardaría en llegar unos veintitres minutos hasta mi destino, a mí me tomó cerca de tres cuartos de hora (atravesando la autovía de un lado a otro a más de 140 kilómetros por hora durante algunos tramos). Me perdí y requeteperdí. Entre tanto vaivén no cesaban las llamadas por parte del canario "pero niña, ¿¿dónde estás??" "¡estoy helado!" "me estoy quedando pajarito, pero de verdad..." y un largo etcétera al que yo respondía con un "no me agobies, que ya lo sé, que no veo la salida, que no está indicado" y otro infinito etcétera, hasta que finalmente me bajé por enésima vez del coche para preguntar -en esta ocasión a una señora que se encaminaba hacia el interior de su propiedad- y ella me confirmó que ya estaba allí, había llegado a Sangonera la Verde (que no la Seca, ¡manda huevos!).
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Comentarios (2 comentarios)
Gabrii Marcháis hace 11 años
pero esto es una telenovela por capitulos.... me muero por leer el siguiente
Vir SN hace 11 años
jajaja, quizás lo pueda publicar algún día! :P