Recoger la toalla
Siempre me había costado mucho encontrar el modo de llegar a mi padre cuando se trataba de compartir pensamientos o emociones. También le pasaba igual a él, siempre nos ha costado mucho expresarnos y comunicarnos adecuadamente el uno
con el otro, pero considero que, en parte, eso está íntimamente relacionado con el hecho de ser muy muy similares (al fin y al cabo, los polos iguales se repelen, ¿no?).
Si bien esto ocurría hasta hará cosa de dos o tres años, hoy en día no sé lo que haría sin mi padre. Se ha convertido en mi gran apoyo y fuente de consulta permanente (incluso diría que diaria). He de reconocer que fue él quien dio el primer paso, pero no sólo hacia mí, aunque nunca lo hayamos hablado también creo que en más aspectos en su vida. Realmente admiro a toda la gente que no se conforma, que cambia, se renueva, viaja, escucha y ama, -entre otras cosas- a pesar de la edad.
Él nunca ha sido mucho de hablar, tampoco mis abuelos cuentan demasiado si no se les pregunta (y ni con esas). Los grandes secretos que he conocido del pasado de mi padre me los ha revelado mi madrina -quien también me explicó que nos parecemos tanto porque su nacimiento y el mío están ligados por el número nueve, mágico representante de la gestación. Es decir, yo nací en septiembre y él en junio. Ambos están separados por nueve meses-. Yo también me he abierto a él, lo que inevitablemente a provocado un alejamiento de/con mi madre. Ese acercamiento y amar sin mesura al referente paterno lo aprendí de esa gran amiga que enseña sin hablar, de la que todos aprendemos y a quien admiramos. Su ejemplo nos sirvió a todos. Desde que le tocó vivir la situación más difícil de su vida, y que generosamente compartió conmigo, puse empeño en conocer a tiempo a mi padre.
Hace unos días le grabé un disco para el coche, pensé que pasa demasiado tiempo al volante y le gustaría una compañía distinta a toda la discografía de Bruce Springsteen. Cuando fui a comprar el CD virgen al kiosko (el de Pepito de encima del subterráneo, el de toda la vida), ví que tenían palotes de gominola y recordé que una vez me contó que eran sus favoritos de pequeño, por lo que añadí dos de éstos a la compra. Se le puso esa cara suya de chaval, igual que cuando le regalé las entradas para ir al concierto de El Boss en Sevilla. No sabemos expresarnos con palabras, pero reconocemos nuestras miradas, así que de sobra sé que acerté y volví a experimentar esa sensación que te recorre el cuerpo de abajo arriba y te sana por dentro.
Como relataba hace un par de días, he padecido una semana de estrés e inquietud. Fui al trabajo de mi padre el jueves para hablar con él. En el camino desde mi trabajo hasta su oficina casi se me derramaban las lágrimas de la impotencia provocada por la charla que mantuve con "mi jefe". Quizás fue mejor que no se encontrara allí, que justo ese día hubiese tenido que ir a Valencia, pues las decisiones hay que tomarlas con los pies fríos. Como no quería charlar en casa -prefería un sitio neutral-, fue el viernes cuando acudí de nuevo en mi ayuda a su oficina. Le expuse todo lo que me atormentaba y pude describir adecuadamente ese miedo de equivocarme por perdurar en un puesto de trabajo que no me satisface pero en el cual me estoy empezando a implicar demasiado y creando compromisos delicadamente quebrantables -en consecuencias-, frente al miedo de equivocarme por tirar la toalla demasiado pronto sin saber si quiera si lo llegué a intentar. Mi padre reaccionó rápidamente ante esto, porque conoce y valora mi potencial -directamente proporcional al suyo-. Me corrigió "Virginia, no te equivoques, no estás tirando la toalla, la estás recogiendo para volver a empezar". En ese momento me di cuenta que mi padre es el altavoz de mi conciencia, la que siempre me habla aunque a veces la evado, pero aquello sí que se me grabó bien. Tenía razón, este mes en la agencia me ha servido para darme cuenta que soy una tía que valgo. Me he formado y lo he hecho de la mejor forma posible: aprendiendo. Cuando acabas la carrera universitaria te invade la indeguridad de no sé hacer nada, no recuerdo ni una sola frase de lo que di hace cinco años, ni cuatro, ni tres, ni si quiera hace un cuatrimestre. Me he dado cuenta que es mentira, sí que sabemos, está todo ahí, grabado (señalo mi frente ahora mismo con el dedo índice), o por lo menos lo está en las mentes de los que han aprobado estudiando y esforzándose.
Durante estas cuatro semanas me he enfrentado a clientes satisfactoriamente, me han venido conceptos clave en momentos clave. He reflejado la seguridad que transmite una persona que sabe de lo que habla: briefing, DAFO, responsabilidad social corporativa, inputs, SEO y SEM, USP, y un largo etcétera. He sacado a la superficie algo que creía inexistente. Por primera vez me he dado cuenta que aprendí algo en la anterior agencia de publicidad donde estuve haciendo prácticas durantes tres meses. He caído en la cuenta que mi ilusión de empezar aquí se basaba en aprender y de pronto me he sorprendido enseñando. Y no. No es de lo que se trata. Es por eso que he desenpolvado la balanza de los pros y contras y he tomado una decisión. Tenerife (más bien todo lo que hay detrás), inglés y formación pesan más que cualquier otra cosa ahora mismo. Basta ya de tontos que hacen tontear, como diría mi madre.
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Comentarios (2 comentarios)
Gabrii Marcháis hace 11 años
wuau! me asombra como escribes, en serio... un beso!
Vir SN hace 11 años
otro para ti, que también siempre me escribes, maja!