Mi primer empaste
"Me estoy haciendo mayor" me dijo una buena amiga la semana pasada cuando hablábamos por Skype. "Aah, eso es lo que tú has elegido". Quién te obligó a comprarte un piso sin ni si quiera haber determinado dónde estará tu futuro, aunque si te paras a pensarlo, eso es lo de menos. Quién te obligó a tener que pagar más facturas y cosas de mayores teniendo ya que desembolsar mensualmente el alquiler de un piso en Madrid y sobrevivir en la capital española durante todo un año. Y si para colmo admites que se te junta el seguro del coche, el ir a visitar al novio a Bilbao, el viaje hasta Alicante a causa de la graduación del último viernes del mes etcétera, ectétera... te vuelvo a preguntar ¿quién te obligó? Nadie. Es algo que decidiste tú, y si así fue, muy bien hecho está.
Yo no tengo ningún piso, ni una hipoteca, ni el seguro de un coche nuevo, pero también me doy cuenta que "me estoy haciendo mayor". La mujer de Colombia a la que le doy clase tiene una piel que cualquier persona envidiaría (a su edad y a la de cualquiera). Ella me revela que su secreto se basa en habérsela cuidado con mimo desde que era bien joven. Por Navidad ella me regaló una crema hidratante facial, pero eso no es nada nuevo. Mi madre (a la que tampoco se le notan las arrugas) también ha estado encima de mí desde hace ya un par de años (o más) empeñándose en que empezara a cuidarme la piel: que me desmaquillara, que me hidratara,... y todos esos rollos a los que yo y mi pasotismo no hacíamos caso... hasta ahora. La semana pasada leí que empezamos a envejecer a los veintiún años, por lo que empezar a cuidarse la piel y prevenir todo tipo de arrugas, patas de gallo y manchas es vital desde este preciso instante.
Hace unos cuantos días me llevé un (gran) susto. La doctora no supo explicarme con claridad el resultado de mi citología y, aunque me costó decidirme, acudí a casa de una amiga que estudia medicina (casualmente en ese momento se hayaba estudiando la parte de ginecología) para que me explicara sin rodeos qué significaba aquel jeroglífico. Afortunadamente la visita mereció la pena porque me tranquilizó bastante (lo que por otra parte me llevó a confirmar mi pensamiento de que llegará a ser la mejor doctora de La Región). Yo me disculpaba por haberla abordado de aquella manera y le confesé que estaba asustada porque "esas cosas pasan cuando eres mayor, ¿no?", pero sabiamente me dijo que cuanto más tiempo dejas que vaya pasando, mayor es el riesgo de que ya no haya remedio, por lo que lo importante es comenzar a revisarnos a nuestra edad.
Durante esta semana he acudido a dos médicos más (sí, estoy en racha). El primero fue el podólogo y el segundo el dentista. El miércoles todo fue bien, pero el jueves... casi me caigo del sillón ortopédico ese que tienen en la clínica. De repente todo iba bien hasta que el doctor echó mano a sus herramientas y dijo:
- No es muy profunda, yo creo que no va a hacer falta anestesiar.
Empecé a sudar, no sé de qué estaba hablando. De pronto caí en que tenía una caries y la tenía que erradicar, pero ¿cuándo? ¿en ese momento? No, no. Mejor pedimos cita y ya vengo otro día. Pues no. El tío se puso a maniobrar dentro de mi cavidad bucal, Me tuvo con la boca abierta veinte minutos o más a la par que estaba de cháchara con mi padre. Yo me quería morir. Bueno no, morir no. Mejor meterle cada uno de sus cachibaches por algún que otro orificio de su maduro cuerpo. Cuando me tranquilicé (al comprobar que no dolía nada en absoluto) tuve tiempo de "relajarme" y reflexionar sobre aquel momento. "Mi primer empaste". ¿Quién me lo iba a decir? Me he convertido en adulta sin darme cuenta. Mira que me cepillo los dientes todos los días y que el dentista siempre me ha felicitado por mi saludable dentadura, pero -como diría mi madre- la edad no perdona.
Ha llegado el fin de semana y me he dado cuenta que durante las últimas semanas es lo que llevo esperando desde cada martes (si la semana va bien, desde el miércoles). Necesito los fines de semana para ocuparme de mí -dígamos "intelectual y físicamente"-, es decir, necesito preparar las clases que impartiré durante la semana y hacer los deberes de la academia (aunque éstos siempre terminan quedándose para la madrugada del día de antes...). Pero es que también, no es hasta el sábado o el domingo cuando puedo sacar tiempo para depilarme las axilas, arreglarme las cejas, cortarme y limarme las uñas (¡menos mal que no me las pinto!), hacerme un peeling facial, limar las durezas de los pies, tardar diez minutos más en la ducha para que el cabello absorba la mascarilla, etcétera. ¿Acaso eso no consiste en hacerse mayor también? Me gustaría entonar la brillante frase que la marca Valor lanzó allá por el 2000: "no estoy preparada", pero lo más lamentable de todo es que no tengo tiempo ni para decirla.
¡Ay que ver, lo que un empaste ha desencadenado!
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Comentarios (2 comentarios)
Gabrii Marcháis hace 10 años
no me digas eso, que yo soy mayor que tuuu!!!! XP
Vir SN hace 10 años
pero tú te conservas mucho mejor que yo ;)