En qué momento...
¿En qué momento te das cuenta que la vida de algunas personas que te rodean te importa una mierda? Es la pregunta que me lanzó Iván hace una semana mientras me encontraba en Murcia esperando el autobús bajo la lluvia. Afortunadamente pude resguardarme del aguacero en la marquesina acondicionada para ello (aunque en Murcia más bien se diseñó para proteger del bochornoso sol estival).
Estoy acostumbrada a desplazarme en mi propio vehículo, un Seat Ibiza rojo con los cristales traseros tintados y pegatinas chinas en los delanteros. Está tuneado a conciencia: faros, tubo de escape, bajos,... Mi madre no quería que lo heredara de mi hermano "Ay, que te van a parar, que vas a tener problemas,..." en fin, cosas de madre, a las que yo contesto "Mamá, si me lleva y me trae es más que suficiente". Y la verdad que sí.
La semana pasada tuve que dejarlo en el taller para que pudiera pasar la ITV satisfactoriamente. El hecho de tener que valerme de transporte público después de tanto tiempo me pareció incluso conmovedor. Volver a realizar esa liturgia de transitar la ciudad hasta la parada de autobús más cercana, con paso ligero para que no se te escape el siguiente autocar, llegar allí y darte cuenta que es festivo por lo cual los autobuses pasan con menos frecuencia y te toca esperar casi una hora a la interperie. De pronto una lluvia ligera comenzó a cubrir el asfalto. Yo estaba sentada, pero al percatarme de ello abandoné el lugar que me resguardaba para sentir las gotas en mi rostro. ¿Cuándo fue la última vez que me mojé así? Ni siquiera lo recordaba, lo que me hizo reflexionar acerca de vivir intensamente lo que toque en cada momento, pero no olvidarnos de volver al origen para tomar conciencia y perspectiva. Es un poco aquello que se dice de "no olvidar de dónde venimos" pero aplicado a "no desterrar las sensaciones que un día vivimos y que ayudaron a forjar nuestra personalidad ("yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo." - Ortega y Gasset)". Y ahora que reluce el tema de la personalidad recordarme que ahonde sobre ella más adelante.
Cuando regresé al refugio acristalado donde seguía esperando a que el #30 llegara, me senté y agarré el móvil. Me apetecía llamar a Iván. Últimamente hablamos mucho. Al menos todos los fines de semana nos llamamos. Cuando descolgó el teléfono me saludó tan bromista como siempre, pero enseguida comenzamos nuestra práctica habitual de acometernos con preguntas inusuales (lo cual no tiene nada que ver con el sexo, que también tiene cabida, sino que me refiero al tipo de preguntas que puedo plantear con Isa o Déborah en nuestros encuentros de fin de semana con el objeto de conocer el punto de vista de otra persona respecto a un tema o creencia social). Le comenté la última idea que había extraído de mi libro de noche "el hombre de hoy en día no está programado para aburrirse". La sociedad nos brinda tantas cosas con las que entretenernos que no tiene cabida el aburrimiento. Sí que podemos decir "no sé qué hacer", pero lo entonamos con el móvil en la mano y el Candy Crush en marcha o el whatsapp bipeando (hacer bip = beeping). Hoy en día podemos escuchar la música que queramos o visualizar la película que deseemos en el moment preciso que nos salga de las santas narices.
De ese tema saltamos -no sé cómo- a la frase con la que comencé esta entrada. ¿En qué momento te das cuenta que la vida de algunas personas que te rodean te importa una mierda? Desgraciadamente no podemos ajustar una fecha exacta -aunque tampoco serviría de nada, porque imagino que para cada persona ocurre en una circunstancia distinta- pero sí es cierto que llega. Iván fue quien disparó la pregunta y yo pude contestarle con absoluta franqueza debido al evento que me esperaba a la semana siguiente: La graduación. En la graduación de la licenciatura de Publicidad y RR. PP. me reencontraría con compañeros que me han acompañado durante los dos últimos años (ya que al cursar durante el Erasmus sólo los créditos de libre configuración y optativos, a mi regreso tuve que estudiar con los alumnos de una promoción subsiguiente a la mía original los créditos obligatorios y troncales). Con la mayoría de esos compañeros no había ni si quiera compartido grupo de trabajo, sino que nos conocíamos de charlar en los descansos de entre clases o de haber salido en alguna ocasión de fiesta (previa razón justificada: cumpleaños, fin de exámenes y ya). La cosa es que el siguiente viernes no me reencontraría más que con conocidos con los que tendría que actuar como amiga y repetir en bucle la misma conversación con unos y otros "¿Dónde estás?", "¿Qué estás haciendo ahora?", "Ya, no hay trabajo, la cosa está difícil. Menuda situación nos ha tocado vivir...", "¿Y tú qué?" a lo que procedía manifestar empatía y entonar algunas palabras de consuelo o alegría teatral. ¿Por qué teatral? Porque si yo me preguntaba en el fondo de mi corazón si me importaba que Luis y Alfredo estuvieran cursando un máster que nos les gusta, o que Julio hubiese estudiado portugués y ahora se marchara a 'probar suerte' en Edimburgo, la respuesta era no. No me importaba. Era un buen dato informativo, sí, pero no iba a alterar mi estado de ánimo ni para bien ni para mal, igual que no creo que a ellos les importe que yo esté dando clases de inglés en Murcia, pero el protocolo social provoca que nos preguntemos qué tal nos va en la vida después de un tiempo sin vernos, ¿no? Realmente suena muy frío, quizá desmesurado, incluso yo misma viviéndolo me dije "venga va, sino será para tanto" y es entonces cuando, en medio de la cena sale a relucir el nombre de Amanda, quien se fue a cenar con su hermano y toda la mesa estalló en risas. Aquella happy-pandy de buenas personas (en las que incluyo a la 'mejor amiga' de la chica) estuvieron mofándose de la relación fraternal entre Amanda y Adrián. El gracioso de turno soltó "yo creo que follan" provocando una gran carcajada entre los demás, y los comentarios siguieron. Al escribir este texto me siento hipócrita, pero más debieron sentirse ellos al saludar con una gran sonrisa y tender la mano a la pareja de hermanos que llegaron al restaurante -donde el resto estábamos cenando- cuando nos estaban sirviendo los postres, ¿no?
A los que sí me interesaba ver eran a Ale y Carmen, pero conociendo perfectamente a Carmen, sabía que esa no era la situación social en la que me quería reencontrar con ella. Durante nuestro último año de convivencia en el piso, muchas veces le decía que no sé cómo podía considerar amigos (con todos los matices que esa palabra contiene) a aquel numeroso grupo. Incluso llegué a sentirme infravalorada por ser tratada -por su parte- de la misma manera que ellos en ciertas ocasiones. Nunca se me olvidará la noche que salimos de fiesta 'el grupo 4' y yo me sentí profundamente incómoda, hasta tal punto que le dije "Carm, me quiero ir a casa" y ella me correspondió con dos besos y un "lleva cuidado". Mi media naranja en Alicante me reprochaba frecuentemente que no quisiera ir a tomarme una cerveza con aquella gente. Me calificaba de antisocial y yo me dejaba, porque realmente tampoco me importaba que una persona que va a su pueblo y le escribe a toda la agenda telefónica para ver quién se toma un café con ella porque "ha vuelto durante 48 horas", como acontecimiento excepcional de manos de una celebrity, me juzgase. Entonces no dejaba que me afectasen los comentarios de la que se va de festival durante una semana con la persona a la que ha criticado durante meses porque sus amigas "le han dejado tirada". No, realmente no me afectaban porque no creía en su criterio.
Durante las últimas semanas me he ido quemando cada vez un poco más conforme leía los mensajes de "qué ganas tengo de veros a todos", pero lo que puso la guinda al pastel fue leer una dedicatoria en la que adulaba a otra persona diciéndole "gracias por nacer". Sé perfectamente que la circunstancia -de la que Ortega hablaba- de Carmen he sido yo. La de los últimos años, no tiene nada que ver con la Carmen que me encontré en el aula C13 de primero de carrera, ni si quiera con la de segundo. Ella me ha llegado a reconocer que no sería quien es sino fuera por mí. Ha adoptado nuevos puntos de vista y adquirido más desparpajo. Su propia hermana se sorprendió cuando le dijo que iba a hacer un interrail como viaje de fin de carrera. No me estoy queriendo poner yo aquí como la reina de la huerta, pero sé lo que quiero decir aunque no lo sepa expresar. Al igual que me ocurrió en la época de instituto, con Carmen he vuelto a presenciar la usurpación de mi personalidad. Ha aprendido a utilizar los gags que naturalmente a mí me salen, o destinar las frases que con cariño yo dedico y con las que me siento identificada al pronunciarlas. Ha llegado incluso a escuchar la música que a mí me gusta, por no hablar de que ha empezado a quererse y respetarse más. Lo que más me jode es que todo ello lo utiliza como complemento de su personalidad, no es que sea yo, es que se ha convertido en un ser formado con lo mejor de Carmen y lo mejor de Virginia. A veces llego a pensar que por eso Alejandro se enamoró de ella. Yo los he observado desde la distancia durante mucho tiempo, y veo que él se ríe cuando ella gasta las mismas bromas que yo gasto con ella, o sonríe cuando acompaña el saludo con "chati" o "guaperas" tal y como yo lo hago. Algún sábado que llamo a Alejandro y corren los minutos como si nada, le pregunto por cómo le va con Carmen y siempre me dice que los únicos problemas que tienen son "X" (es decir, los que yo identifico como la auténtica 'esencia de Carmen'), pero que por otras cosas le compensa (y ya sé yo qué cosas son).
Me jode profundamente todo esto, pero no puedo hacer nada. Mi madre me dice que las personas no cambian, que antes o después se descubre el pastel, pero no es justo, ¿no? Desde que he visto la trilogía que Christopher Nolan hizo sobre Batman me dan ganas de hacerme con una máscara y una capa para luchar por la justicia y el equilibrio social. No estoy interesada en acabar con la corrupción política o monárquica a nivel mundial, ni meter en la cárcel a los terroristas que tanto daño han causado. A mí me gustaría ser lidiadora de las peleas de a pie, las de la calle. Anhelo combatir las injusticias y desigualdades, creo que podría llegar a convertirme en el Sanmartín de cada cerdo. Sí, eso es. Y ahora me pregunto, ¿yo soy buena o mala persona? No lo sé. Imagino que todos nos consideramos buenos, ¿no? No me entra en la cabeza pensar que un hombre pueda matar a su mujer e hijos sino confíe plenamente en que lo hace por amor, (y el amor siempre es algo bueno, ¿no?), ni entiendo que una amiga pueda dejar de hablar a otra sino considere férreamente que lleva razón y es por el bien de las dos, ¿verdad? Otro de los logros de la humanidad sería crear una máquina que objetivamente determinara si somos buenas o malas personas para poder abrirnos los ojos francamente, o que reflejara si hemos herido o no a alguna persona (de manera inconsciente) y el cómo. Yo me cuestiono muy a menudo a qué personas habré molestado sin darme cuenta, porque seguro que lo he hecho. Si llegara a inventarse o lograramos ser capaces de averiguarlo a tiempo entonces sí, podríamos cambiar (a mejor).
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