Creciendo en Múnich
Todo empezó cuando, después de tanto papeleo y exámenes de nivel de idiomas, validaron al fin mi solicitud de Erasmus+ Estudios a Múnich.
Con simplemente un certificado de la UM de A2 de Alemán y B2 de inglés, me dispuse un 31 de agosto a coger el vuelo que me llevaría a mi nueva ciudad durante 10 meses. Sinceramente no tenía miedo, estaba ansiosa de ver que me esperaba alli, como sería mi nueva casa, mi nueva universidad y por supuesto, con quién iba a compartir todos aquellos nuevos momentos.
La universidad (MUAS) nos proporcionó dos semanas de un curso intensivo de alemán antes de empezar las clases. El día del examen de nivel empecé a conocer a personas de distintas partes del mundo que estaban allí con la misma finalidad que la mía. Varios días después dió comienza la Oktoberfest, me compré un Dirndl (vestido tradicional bávaro) y me dispuse, junto con varias personas de la universidad, a descubrir aquella fiesta internacional de la cerveza de la que todo el mundo hablaba y muchos deseaban estar allí. Fue una experiencia que recomiendo, un ambiente increíble con música, gente, comida y cerveza alemana, y por supuesto buena compañía en la que estaba.
Una vez empezaron las clases, nuestra universidad tenía un grupo en el que nos reuniamos todos los internacionales cada semana en un bar para apuntarnos a excursiones futuras o simplemente para conocernos más y echar un rato en el karaoke. De ahí poco a poco fueron naciendo los grupos con los que más iba uno, pero al fin y al cabo acababamos todos en la misma discoteca.
Cuando empieza a llegar el invierno el clima es más duro, hay nieve y temperaturas bajo cero y lo peor que se puede hacer es quedarse en casa viendo series o haciendo nada. Cada día habia que ir a la universidad o salir a comer a casa de alguien y pasar aunque fuera la mañana, si no se hacía cuesta arriba. Sin embargo, la navidad allí es preciosa y mucho más intensa de como la vivimos en España. Los mercadillos navideños tenían su encanto, y el vino caliente con la típica currywurst no es de lo mejor que haya probado, pero se toma con ganas aunque solo sea por el ambiente en el que estás.
Acaba el semestre y tienes que despedir a personas con las que habías compartido la mitad de la experiencia. Algunos pocos se quedan y la gran parte se van, y con ello llegan nuevas personas y el proceso vuelve a empezar, pero ahora lo haces acompañado de algunos amigos que entienden perfectamente lo mismo que tu.
Cuando solo queda un mes para irte a casa, cuando eres consciente de que todos esos momentos, esa indepencia y esas experiencias constantes están acabando... ahí nos dimos prisa por hacer muchos más planes aprovechando la subida de las temperaturas, época perfecta para hacer barbacoas, picnics y hablar con compañeros que aún no conocías.
Llega el momento final, el momento en el que algunos de tus amigos se van antes que tu y te toca despedirlos. Esas lágrimas de emoción y de tristeza a la vez... esa sensación tan agria de saber que te vas, que despides a tu nueva familia y que ya no sabes cuando los volveras a ver, y que sabes que no volverá a ser lo mismo, por que te faltan las calles de la ciudad, su olor, su ambiente, su gente, te falta todo pero es el momento de acabarlo, y con un sentimiento muy fuerte coges el avión con destino a casa y allí están tus padres y hermanos recibiendote con muchas ganas de volver a estar contigo, y tu estas feliz de verlos, pero con una especie de tristeza constante, con un montón de recuerdos en la cabeza y con deseos de que volvieras a coger ese vuelo aquel 31 de agosto.
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