Hike a Berchtesgaden

"Vengo directa del paraíso, de otro mundo, otra realidad. Una realidad donde el aire que filtran nuestros pulmones es puro, al igual que la belleza de las montañas. Una realidad donde la única moneda de pago es la gratitud, que se traduce en respeto al medio ambiente y a las maravillas que este nos ofrece.

Porque una mano humana no lo hubiera hecho mejor. Porque pasear por tus montañas, naturaleza, es purificante, es gratificante, es restaurador... Gracias mundo por ofrecerme esto, y por recordarme una vez más, que las mejores cosas de la vida son gratis."

Extracto de mi diario. Dos de abril de 2018.


Berchtesgaden se llama el lugar del cual escribía a principios de abril en mi diario. Aunque agotador, puesto que estuvimos casi seis horas sólo andando, no dudo cuando digo que es de los senderismos más bonitos que he hecho nunca, ya que la grandeza del lago, que podíamos apreciar desde la cima, nos dejó a todos sin palabras nada más llegar. Pero mejor, comenzaré por el principio.

Era un día soleado, en Múnich comenzaba a hacer mejor tiempo y, en la ciudad, la nieve ya se había fundido con el sol que caía sobre ella en los últimos días, pero obviamente, no sería igual en la montaña.

Cuando llegamos al comienzo de nuestra ruta, en el pequeño pueblo de Königsee, tuvimos tan sólo 10 minutos pisando tierra firme, puesto que, a partir de entonces, el camino se vería cubierto por una capa de 1-2 metros de grosor de pura nieve.

Esto, al principio, hizo un poco dificultosa la subida, puesto que nuestros pies se hundían en ella, desequilibrándonos, pero, en cuanto nos acostumbramos, la nieve no hizo más que amenizar el trayecto, haciéndonos sentir el frío en nuestros tobillos, que hacía contraste con el sol que caía sobre nuestras nucas.

El cielo, espectacularmente celeste, y desprovisto de cualquier nube, se veía más bonito que nunca en combinación con la blanca nieve que lo complementaba en el horizonte.

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De camino a la cima, el camino estaba sin estrenar. La blanca nieve nos estaba esperando. Berchtesgaden, abril de 2018.

A la primera parada llegamos tras atravesar un frondoso camino de altos árboles. Ésta la hicimos en un mirador que unía dos caminos, que, a su vez, llegaban a distintos miradores.

Cuando hicimos este descanso inicial, ya no dábamos crédito a lo que nuestros ojos veían. El profundo valle, en conjunto con las altas cumbres que lo rodeaban, diseñaba un escenario espectacular.

Aquí, cogimos fuerzas para seguir ascendiendo, puesto que visto esto, no podíamos esperar a ver qué maravillas nos aguardaban a una mayor altura.

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Primer mirador. Berchtesgaden, abril de 2018.

Primero nos encaminamos a la cumbre de la izquierda, Grünstein; donde la montaña quedaba desnuda en un mirador rodeado de vistas, generando esa sensación de libertad que tenemos cuando sentimos estar en el cielo.

La cruz que señalaba situarnos sobre la cima de uno de los hikes, se veía grandiosa con el esplendoroso cielo desnudo de fondo que, adornado con tan sólo el sol y las nevadas cumbres de las montañas, hacía imposible creer que realmente hubiéramos llegado a ese lugar por nuestro propio pie.

El camino hacia la segunda cumbre, Archenkanzel, fue un poco más largo y complicado. En el tramo se alternaban partes más anchas y más estrechas, más empinadas, y menos, pero, la verdad, que las vistas eran siempre merecedoras de seguir adelante, y la motivación por la panorámica que nos aguardaba, iba incrementando por momentos.

Finalmente, llegamos a la última cima.

El lago, Königsee, resplandecía ante los rayos del sol. La imagen que se plasmaba ante nuestros ojos, parecía un cuadro por la perfección milimétrica que la describía. El lago se veía recortado por las monumentales montañas, que ascendían al cielo hasta casi rozar el sol. Era maravilloso.

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Segundo mirador. Berchtesgaden, abril de 2018.

Cuando llegamos, todos nos quedamos sin palabras, y no pudimos hacer otra cosa que sentarnos en el banco a comer, sin mencionar palabra, tan sólo disfrutando de lo que teníamos delante. Estábamos exhaustos pero no dudábamos de que había merecido la pena.

Este segundo mirador, a diferencia del primero, estaba cobijado por la frondosidad de los árboles. Fue así que, uno de nuestros amigos, Wyatt, sacó su hamaca que siempre le acompaña, y la ató a dos árboles, en plena pendiente, colgando así ésta sobre la ladera de la montaña, en la libertad de los bosques alpinos.

Antes de irnos, todos nos subimos a la hamaca, y esos 30 minutos, dejándonos doblegar por los rayos de sol, en el fresco aire que curtía la nieve, fue un final digno, y adecuado para un día tan maravilloso.

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Sobre la hamaca, disfrutando de las vistas regaladas. Berchtesgaden, abril de 2018.


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