Englischer Garten.

Al día siguiente de llegar a Múnich por primera vez, cuando descubrí el Englischer Garten, o, en español, el jardín inglés, no imaginé que sería uno de los lugares más recurrentes para mi en mi Erasmus.

Llegué en septiembre, hacía frío, y ese día, el cielo prometía lluvia. Por lo tanto, el inmenso jardín estaba desierto, vacío de la vida que desde hace un par de meses lo caracteriza a diario.

Viniendo de una ciudad tan desértica y seca como es mi ciudad natal, me quedé asombrada por la interminable extensión de verde que tenía ante mis ojos. El césped se veía denso y fresco, y las verdes colinas, recortadas con naturalidad, acompañaban el paisaje repleto de árboles.

Foto del día de mi llegada.

Foto del día de mi llegada. El agua del río enturbiada por el temporal.

Foto del día de mi llegada. El agua del río enturbiada por el temporal.

Cuando llegué al Englischer Garten por primera vez, tampoco imaginé que ese canal que lo cruza, y que debe sus aguas al río Isar, sería, en unos meses, un sustituto a mis noches frente al mar, en una tranquila charla con vista a las estrellas.

No imaginé que en esas orillas consolidaría mis mejores amistades del Erasmus, ni que me dejaría, más adelante, tostar por el sol, cuando este saliera de entre las nubes.

He visto este jardín nevado, encapotado, y esplendoroso a los rayos del sol, he escuchado en él todo tipo de música callejera y bailado a su compás, lo he atravesado mil y una veces en bicicleta, y me he quedado pasmada al ver cómo los surferos crean arte sobre su ola.

Aún me queda saltar a su canal desde una de las lianas que cuelgan de sus árboles, nadar por sus aguas, unirme a un voley instantáneo, y otras muchas cosas más.

No sé que otras sorpresas me esperan en el Englischer Garten, lo que sí sé, es que las vivencias que ahí he acumulado, me las quedo ya para siempre.

Disfrutando de un picnic en buena compañía. Englischer Garten.

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