Donde empecé: Múnich

Publicado por flag-es Héctor Vera — hace 6 años

Blog: La importancia del camino
Etiquetas: flag-de Blog Erasmus Múnich, Múnich, Alemania

Siempre hay un momento en la vida de toda persona en el que se puede considerar que comenzó algo. Lo que sea, todo tiene un comienzo. Es ahí donde coloco mi viaje a Múnich, en el que con 18 años realicé con un amigo mi primer viaje por cuenta propia a un país extranjero. Y lo que comenzó con ese viaje fue un estilo de vida, una forma de pensar; el lugar en el que se comenzaron a materializar una serie de sueños que ya tenía planteados escasos meses atrás. Y qué mejor lugar que Alemania, un sitio que me llevaba generando inquietud desde muy pequeño por toda su historia (carrera que por cierto acababa de empezar).

Además, el pretexto principal no era otro que el de asistir a la fiesta europea más grande y multitudinaria: Oktoberfest. En ese contexto estábamos mi amigo Fernando y yo, dos chavales recién universitarios yendo al aeropuerto de Barajas dispuestos a, en este caso, bebernos el mundo.

Primeros pasos

La primera lección que aprendí fue en el propio aeropuerto. Y es que por muy guay y espaciosa que sea una maleta ‘vintage’ no mola nada cuando tienes que desplazarte por una terminal. Tantos años de desarrollo en cuanto a maletas se refiere tienen sentido. El vuelo de ida y vuelta nos costó a cada uno aproximadamente 200€ con AirEuropa, pero es cierto que lo compramos con bastante antelación. Una vez en Alemania, lo primero que me di cuenta era de lo altos y rubios son estos alemanes. Tópico que se me desmontó en cuanto pisamos el metro. Hay de todo. Allí en el metro ya se podía intuir las fechas que eran, ya que a pesar de que era un martes se podían ver a algunas personas (extranjeros supongo) llevando puestas las ropas bávaras clásicas de la festividad.

Curioso también fue ver como la altura de los vagones de metro es considerablemente más alta que la de los metros de Madrid, sobretodo de los antiguos. Aquí no, trenes altos con las agarraderas altas. Si mides menos de 1’70 estás condenado a usar los postes. Desde luego no sólo mirando las agarraderas te dabas cuenta de que era un sitio en el que destacaba la gente alta.

Después pasamos del metro a la S-Bahn, como conocen allí la red de cercanías, para ir al sitio en el que nos íbamos a alojar, el cual era la casa de un amigo de Fernando que conoció durante el tiempo en el que estuvo viviendo en Munich durante su etapa estudiando secundaria. El amigo era español también, se llamaba Miguel, y vivía en una casa a las afueras de Munich, concretamente en el municipio de Ottobrunn.

Y hacia allí íbamos en el tren. Bastante lleno de gente, se notaba la presencia de gente extranjera por las fechas, y como ya he dicho, era un martes, no me quiero ni imaginar lo que debe de ser la ciudad durante el fin de semana de mayor afluencia de gente. Paisajes muy verdes por la ventana, de vez en cuando se llegaba a sitios con pequeños chalets bávaros muy bonitos en los que se subían al tren mujeres y hombres vestidos con el traje típico.

Poco después, el tiempo que dura una explicación por parte de mi amigo sobre las palabras comodín que saber en alemán (sólo me acuerdo de decir “an mass”), llegamos al sitio. Cómo Fernando no se acordaba de cómo llegar a la casa de su amigo, tuvo que preguntar a una afable señora sobre la dirección, duda que nos resolvió con gusto. Supongo que daríamos algo de lástima por allí perdidos.

Al final no recuerdo muy bien cómo llegamos a la casa de este chico. Nos recibieron su madre y él, que de forma muy hospitalaria nos llevaron a nuestras camas donde dejamos las maletas y descansamos un poco del viaje. Pero tampoco demasiado, ya que teníamos que ir a cenar y las cocinas de los restaurantes en Alemania a las 22h están cerradas. Llegamos a un restaurante típico alemán aproximadamente a las 21:30. La gente allí presente estaba ya de sobremesa y el camarero que nos atendió nos miró con cara rara, como si les hiciésemos una faena porque ya estaban recogiendo y deseando irse todos a casa. Pero nos atendieron.

Pedimos nuestra primera cerveza del viaje junto con un variado de salchichas, codillo, puré de patatas y chucrut. Más tópico imposible. Fue una buena cena, el precio no fue muy alto y la cerveza demostraba lo mucho que había idealizado hasta el momento la cebada alemana.

Un paseo por Munich

El día siguiente decidimos que iba a ser para visitar la mayor parte de la ciudad. Hacía un muy buen día, algo sorprendente como vi los días siguientes. Comenzamos visitando Ottobrunn, la zona por la que vivía Miguel, que a su vez era por la que vivío Fernando. Era como un pequeño pueblo que tenía una serie de zonas residenciales. No había casi nadie por las calles a pesar de hacer un magnífico día y fuimos a comer un restaurante italiano que, hasta día de hoy es el mejor italiano fuera de Italia que he probado en mi vida.

El resto de la tarde lo dedicamos a visitar Munich de verdad. Allá fuimos en tren directos a la Marienplatz, en la que se encuentra el edificio del Nuevo Ayuntamiento, una construcción monumental de estilo neogótico que hace que realmente sientas paseando por la plaza que estás sumergido en otra época.

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Desde ese punto comenzamos nuestra visita por las calles de Munich. Desde el primer momento me dio la sensación de que era una ciudad en la que resulta muy fácil orientarse, y eso que yo desde luego no soy la persona con mejor orientación del mundo. La Marienplatz es el centro neurálgico, tanto para el resto de calles como para el transporte público, lo que hace muy fácil el llagar hasta ella en caso de pérdida. Es una ciudad muy cómoda y bien estructurada. El resto de la tarde fue caminar divisando monumentos importantes y edificios de corte bávara a los que sentías un deseo irrefrenable de hacerles una foto.

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Es curioso como en un lugar con un pasado tan reciente como es Munich la historia te golpea simplemente recorriendo sus calles aunque no sepas que estás viendo realmente.

En concreto me sorprendió cuando hablando y paseando con Fernando y Miguel de repente cruzamos de lado a lado la plaza Odeon. No me di cuenta en el momento en el estaba allí, pero la imagen de los leones y el edificio de la plaza me resultaban familiares. Fue entonces al salir de la plaza cuando me di cuenta de que acababa de pasar por el sitio en el que arrestaron a Hitler manifestándose en 1914, el de la famosa foto. Y esa fue la manera en la que recorrí Munich, con dos personas que ya conocían la ciudad, sin dirigirnos a ningún sitio en concreto, pero encontrándonos inevitablemente con todo. Planear en exceso sobra, hay que saber disfrutar de las ciudades.

Al caer la tarde fuimos hacia la zona donde se encontraban las facultades de la universidad de allí. La comparación con las facultades de las universidades españolas era insultante. En ese momento sentí verdadera envidia de donde estudiaban, en especial cuando vi la facultad de Humanidades. Parecía verdaderamente un museo, daban ganas de ir a estudiar todos los días y no faltar a una sola clase. Y eso viniendo de mí es decir mucho.

Oktoberfest era una fiesta (y tanto)

El día amaneció nublado. Había llovido durante toda la noche. Hasta ahí todo normal. Nosotros tres íbamos a ir a Oktoberfest, era el día que tocaba. A primera hora nos fuimos a la ciudad, tomamos una hamburguesa de desayuno y nos fuimos al recinto. Nada más llegar la sensación que me dio fue de estar en una feria de pueblo pero de un tamaño descomunal.

Un pasillo muy amplio con todo tipo de puestos de comida, tabaco, regalos y todo lo que puedas imaginar a los lados. Y cada cierto espacio de distancia, las carpas. Lugares inmensos y preparados con mucho detalle para acoger a cientos de personas que se ponen a beber cerveza todos juntos al ritmo de la música tradicional. Después de echar un vistazo a todas las carpas acabamos entrando en la de Hacker-Pschorr, que además era la más estética de todas.

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Entramos y nos pusimos en una mesa, no había mucha gente todavía, pero ya había bastante ambiente. Lo primero que hicimos fue pedir una cerveza, obviamente. Cada cerveza sale a 10€ y aunque sí, es caro, merece la pena. Eso sí, sólo tardé una hora en darme cuenta de que era un sitio en el que entrar con la cartera muy llena de billetes, cosa que yo, un humilde estudiante primerizo no se podía permitir por aquel entonces.

Pero eso no fue un impedimento. Pasó un tiempo y se nos sentaron al lado un grupo de chicos alemanes. Al principio la conversación no cuajaba, de hecho era inexistente entre ellos y nosotros. No sabría decir en qué momento empezó, pero de repente estábamos hablando todos con todos. Al igual que mi billetera, mi inglés por aquel entonces hacía aguas por todos los lados y los chicos hablaban con un acento alemán atroz, así que en muchos momentos no sé muy bien de qué me hablaban ni yo qué les respondía, pero nos hicimos amigos.

La cerveza y la comida se iban sucediendo, y la camarera nos atendía sonriente ante nuestra más que anunciada decadencia. Hubo un momento en el que Fernando y yo salimos con algunos alemanes a fumar. De pie me di cuenta de que es cierto eso de que la cerveza que te sirven en las carpas tiene más graduación, pero bueno, nada que impidiese que pudiese disfrutar del ambiente cada vez más abarrotado tanto en el exterior como en el interior.

De nuevo dentro vimos que dos chicas se habían sentado en los huecos libres que habíamos dejado. Y la única solución posible era apretarse más y pedir otra cerveza. Las conversaciones cada vez tenían menos conexión entre sí para mí, hasta que un momento, de repente, nos encontramos todos hablando sobre el sentimiento de pertenencia y el pasado reciente de Alemania. Una conversación que recuerdo como muy gratificante (porque quizás fue la única que conseguí seguir) y muy inspiradora para abrir la mente ante el sentir de otras culturas.

Lo último que se puede contar de la experiencia es que cuando ya nos iban a echar, ya que se acababa el turno de la gente que entra por la mañana, vi como uno de los chicos alemanes estaba con una botella de agua en la mesa con gestos de tener una buena borrachera encima. Yo, después de las mismas cervezas que él lo sentí como un logro personal, era como si hubiese aguantado más que un alemán en sus tierras. Yo en ese momento parecía sentirme con ganas de más. Las chicas se fueron y una de ellas, la que tenía al lado, me regaló medio vaso de cerveza. “Danke! ” dije yo. “Puedo con todo” pensé.

Día de despedida

El día siguiente nos lo tomamos con mucha tranquilidad debido a la agitación del día anterior. Fernando y yo fuimos a la ciudad para comer a un restaurante que él conocía y creía muy recomendable. El único problema era que no se acordaba exactamente de donde estaba, pero gracias a las indicaciones de un señor alemán con muy buen inglés pudimos encontrar el sitio. Durante el trayecto observé cómo el suelo estaba libre de colillas o de cualquier papel o plástico. Una virtud que sólo es posible con una gente concienciada en que no se debe ensuciar las calles.

Ya en el restaurante, no sé si por las fechas que eran o si se trataba de una práctica habitual, nos sentaron en una mesa en la que ya había cuatro turistas italianos. No mediamos palabra porque, además de vérsenos a todos bastante "cansados" del día anterior, no parecían tener interés en hablar demasiado. Cada uno comió por su cuenta.

El resto de la tarde lo dedicamos a visitar el English Garden, un enorme parque con colores verdes por todos los lados y amplias explanadas de hierba en las que se debe de pasar un muy buen rato en verano y huir un poco de la contaminación. Ese día estaba muy nublado, por lo que apenas había gente, pero me pude hacer una idea del estilo de parque que es. Después fuimos a la Catedral de Múnich, a la que tuvimos para tener una vista panorámica y así tener una última imagen de Múnich antes de volver. Subir era más barato si tenías el carnet joven europeo. Nosotros no lo teníamos, pero poniendo cara de jóvenes y europeos amables un señor muy simpático nos hizo el descuento sin necesidad de carnet. Las visitas eran espectaculares, se veía el Nuevo Ayuntamiento, el recinto del Oktoberfest, el antiguo estadio Olímpico. Todo vamos. Con ya apenas luz lo último que hicimos fue tomar un krapfen, un bollo típico alemán relleno de mermelada, y nos volvimos para hacer las maletas para el día siguiente.

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A día de hoy es una de las ciudades de las que mejor recuerdo tengo de todas a las que he viajado. Espero volver.


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