Bitácora de un viaje a Suiza
Son las 7 de la mañana de un día de octubre, aún está muy oscuro y voy saliendo del Hostal en Milán donde había pasado una noche no muy agradable. Primero porque mis compañeros de cuartos en un principio eran muy ruidosos y no había llevado tapones para mis oídos y aunque hubo un momento de paz cuando salieron a eso de las 11, el infierno volvió a la habitación cuando llegaron ebrios a eso de las 3 de la mañana y yo que había tenido un día muy agitado puesto que había estado sentado 4 horas resolviendo el examen de las Saber Pro en la embajada de Colombia en Milán, dormí unas escasas 3 horas.
Al salir de aquel lugar con ese frio característico de los inicios de otoño en esta capital de la moda europea, dejé atrás esa angustia y mala noche junto con mi champú en el baño y me dibujé una sonrisa mientras me dirijo a la estación Loreto con destino a la estación Centrale donde en una hora debo tomar el tren que me atravesará los Alpes y me dejará en Montreux donde me encontraré con mi tía y su esposo suizo.
No hubo ningún contratiempo durante los escasos 10 minutos que tardó el metro en llegar y traerme aquí a la estación Centrale, voy a una cafetería llamada Juicebar y como no tengo mucha idea de que pedir, uso mi italiano machucado y pido un caffè macchiato y una brioche di cioccolato para matar el hambre; también compro una especie de yogurt con granola y frutas para comer en el viaje. Gasté unos 8 euros que son casi 30 mil pesos colombianos. Sí, un desayuno por todo eso. Bienvenido al primer mundo.
Me siento frente a la puerta de donde saldrá el tren, y mis ojos se mueven entre el gigante reloj del fondo, mi celular y la puerta. Una extraña ansiedad me embarga supongo que es mezcla entre la emoción y el susto. Emoción de ver a mi tía después de tanto y al mismo tiempo de conocer un país líder en el mundo y con el que he soñado desde niño; es susto es ridículamente normal y digo ridículamente porque he viajado desde mis 14 años por el mundo, pero normal porque aún 6 años después sigo teniendo ese mismo miedo cada que empiezo un nuevo viaje.
8 y 24 a.m. partimos, fue una verdadera travesía llegar al vagón y a mi silla, pero ya estoy aquí y el tren se aleja de a poco de aquella ajetreada ciudad, de aquel bullicioso amanecer de un jueves y entre una infinidad de rieles los suburbios parecen despedirse.
Me toca junto a la ventana y aunque el vagón está vacío respeto mi turno sentándome en el puesto 36. Al principio fue muy aburrido y totalmente artificial, empresas e industria de todo tipo aparecían en el horizonte y parecían no tener fin.
Todo sigue igual y ya ha pasado casi una hora, mi reloj marca las 9 y 17 y el paisaje es pobre. Me siento decepcionado. ¡No! esperen hay un cambio. Aguas comienza aparecer a un lado de la vía y al fondo se ven elevaciones, seguimos andando en una vía al costado de un pueblo que desde esta ventana parece de hace 700 años; nos detenemos. El parlante del vagón anuncia que hemos llegado a Stresa.
Seguimos no fueron más de 3 minutos detenidos y mis ojos crecen al ver una isla pequeña sobre el lago y en ella lo que se asemeja a un castillo, pregunto a la persona en frente y me dice que es Isola Bella sin ningún otro detalle. El paisaje que me había sorprendido desde la aparición de aquel lago no dejaba de hacerlo ahora, veía montañas y granja; creo que el hecho de crecer cerca a estos me hace sentir como en casa al verlos.
Son 10 y 12 y nuevamente el parlante anuncia que nos acercamos a Domodossola; el tren se detiene 3 minutos y vuelve a ponerse en marcha. Mi teléfono ha empezado a perder la señal constantemente, entramos a un túnel, es bastante largo y estoy prácticamente incomunicado.
Llegamos a un lugar que parece sacado de una película postapocalíptica, se ven vagones viejos comidos por corrosión, el tren se detiene pero el parlante no había hecho ningún anuncio, me doy cuenta que estoy en Suiza y que a diferencia de lo que pensaba también hay controles rígidos al pasar una frontera aquí; un oficial sube al vagón y extrañamente solo a mí me pide el documento, le entrego mi pasaporte lo observa, vuelve a mí y me lo entrega, baja del tren y seguimos.
Aquel lugar tétrico quedó atrás, y a los pocos instantes los Alpes empiezan a levantarse, me siento insignificante ante su inmensidad y aunque no son de las montañas más altas del mundo son majestuosas e inspiran respeto con sus picos nevados que parecen canas.
En el valle a los costados del tren veo muchos cultivos de una planta amarillenta de la que me entero se trata de uvas. Hay kilómetros de viñedos hasta que Montreux empieza a asomarse. Cuando empiezo a ver el gran lago Lemon me doy cuenta de que he llegado, el parlante me lo confirma y luego de 3 horas bajo del tren y el esposo de mi tia me recibe con un abrazo, me dice que tiene algo que mostrarme y bajamos las escaleras la ciudad parece estar hecha por niveles. Llegamos a la orilla del lago que esta adornado con flores de todo los tipo y colores, quedo absolutamente maravillado por la belleza y pureza de aquel lugar. Es la estación final pero el viaje por este pequeño pais amante del chocolate y el queso, apenas empieza.
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Comentarios (1 comentarios)
joan Torres Falguera hace 4 años
Viajar a los Alpes en Suiza siempre es una experiencia llena de contradicciones. Recuerdo mi viaje por Suiza para escribir mi entrada del blog https://www.suizavacaciones.com/blog/que-ver-en-suiza
Uno se siente muy pequeño ante este espectáculo natural.