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Callejuelas y terrazas de Montpellier


Callejuelas y terrazas de Montpellier

La joya occitana, uno de los pilares de la vida universitaria en Francia

Llego a Montpellier tras 4 horas de viaje desde Lyon. Los campos, secos por el frío gélido de la región, se pintan de repente con los colores cálidos del sur. Llevo el coche repleto de cajas y maletas: nunca es fácil mudarse pero, cuando te recibe un cielo tan azul, te levanta el ánimo y el cansancio se convierte en una molestia muy distante.

Tras una docenas de pausas para el café, por fin veo la ciudad: unos suburbios como muchos otros. Durante un instante, todas las energías que había empleado en esta nueva aventura se esfumaron ante la desilusión de haber elegido, por error, una ciudad por su reputación sin siquiera conocerla.

Aparco el coche fuera de la zona peatonal y, maletas en mano, me acerco al centro de la ciudad. El sentimiento de llegar a una ciudad nueva es raro, sobre todo cuando sabes que será tu hogar durante mucho tiempo. Me esperan, al menos, dos años en esta ciudad, hasta que terminara mi máster. Me pregunto si estas calles desconocidas me traerán algún día buenos recuerdos, o la frustración de un lugar que nunca supo acogerme.

Callejuelas y terrazas de Montpellier

Avanzo un poco más de cien metros entre restaurantes étnicos y jóvenes estudiantes universitarios que se mueven frenéticamente por las callejuelas. Desde los edificios bajos y los locales se escucha todo tipo de música, y el ambiente se llena en seguida de una alegría renovada. De repente, llego a la plaza de la Comedia, el punto neurálgico de la ciudad, donde miles de personas se encuentran en un espacio inmenso, constantemente observado por la imponente fuente de las Tres Gracias.

Esta plaza, en el centro de la vía de Montpellier, es un espacio coloreado con miles de caras, repleto de voces y de cientos de personas que la atraviesan constantemente. Con las maletas en la mano, me quedo con la boca abierta ante este frenético espectáculo. La moral y la energía que se respiran me contagian. Avanzo hasta el Écusson, también llamado casco antiguo.

Una vez allí, avanzo hacia la plaza donde se encuentra Préfecture, otro punto de encuentro, no solo para los estudiantes universitarios, sino también para las principales arterias del centro histórico. Detrás, la plaza de la Canourgue: una encantadora plaza iluminada de luz dorada, edificada sobre las ruinas de una antigua iglesia que ya ha desaparecido. La tranquilidad de pequeña plaza, una de mis favoritas en Montpellier, contrasta con el frenesí de las calles del centro histórico de la ciudad.

Callejuelas y terrazas de Montpellier

No voy a mentir: es fácil perderse por el entresijo de calles del centro histórico de esta ciudad, sobre todo si aún no la conoces bien. Una amiga italiana, Francesca, me espera en la calle Rousseau. Me va a hacer el favor de dejarme su apartamento mientras busco el mío propio. Me esperan días llenos de compromisos aunque, con las terrazas abarrotadas de los bares, la luz dorada de las callejuelas y el encanto de los antiguos edificios del centro histórico, se me olvida todo. La calle Rousseau es una antigua callejuela, y la casa de Francesca es un entresuelo con una sola habitación que da a la calle. No tiene mucha privacidad pero, desde luego, es divertido permanecer en contacto con las idas y venidas de la vida de la ciudad.

Francesca y yo abrimos una botella de vino y, mientras ponemos música de fondo, nos sentamos en el borde de la ventana. Desde allí, vemos a docenas de chicos que se paran para hablar con la excusa de fumarse un cigarro. También conozco a Pierre, el propietario del restaurante de en frente de nuestra ventana, que aprovecha su descanso para ofrecernos un pastís (un licor). El ambiente es estimulante, alegre y tiene mucha vida. Cuando Pierre ha terminado de trabajar, nos invita a beber algo.

Aquí los bares cierran a las 2 a. m., pero todavía queda tiempo de pasarse por un par de sitios. Nos dirigimos entonces a la Cómedie, y nos paramos en la plaza Jean Jaures, otro espectáculo urbano de terrazas, luces y voces. Nos encontramos con docenas de nuevas personas que, vaso en mano, se acercan para hablar, siempre con una gran sonrisa. La dura mudanza desde Lyon es ya un recuerdo lejano, el cansancio no afecta en absoluto a mi espíritu fiestero, y la noche se transforma en una persecución continua de grupos de un bar a otro. Me doy cuenta de que, en esta ciudad, es muy fácil hacer nuevos amigos, descubrir sitios nuevos, reír y hablar con un vaso en la mano entre las terrazas de los bares.

Llevo unas pocas horas en Montpellier y ya me ha conquistado.

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