Lo inesperado en Marrakech
Mi nombre es Patricia, mexicana de nacionalidad, en el 2014 inicié un viaje por Europa, un continente que me atraía desde varios años atrás, el primer país que descubrí fue Francia. Algunos meses después de haber tenido la oportunidad de viajar sola a algunas otras ciudades en Europa como Londres, Dublín y Estambul, decidí visitar la ciudad de Marrakech, situada en Marruecos. Francamente no llamaba mucho mi atención, pero la experiencia que viví sin duda fue única. Mi estancia fue de corta duración, pero bastante enriquecedora.
Elegí hospedarme en un hotel situado en el corazón de la ciudad, el cual tiene una terraza desde donde se puede contemplar la Gran Mezquita. El personal del hotel tuvo en todo momento atenciones de mi total agrado durante toda mi estancia, los chicos muy simpáticos y serviciales, el desayuno estuvo incluído en mi tarifa, así que degusté un buen té a la menta con pan típico del lugar, además de todo, dos chicos personal del hotel se ofrecieron a ser mis guías turísticos en su bella ciudad, me sorprendió que la mayoría es bilingüe, mi comunicación fue mayormente en Inglés y francés.
Al día siguiente de haberme instalado, decidí recorrer un poco la ciudad, no soy una turista adepta de museos, me gusta descubrir la magia del lugar a través de su gente, su presente. Quedé gratamente admirada por la calidez de sus habitantes y su simpatía haciéndome sentir como en casa, en mi México. Recorrí sus calles llenas de color, estrechas para mi gusto, pero llenas de vida, un gran mercado al aire libre en la Gran Plaza, vendimia de jugos frescos, dulces típicos, artesanía, animadores de serpientes, y un fuerte olor a especias que te sigue por doquier.
Durante mi recorrido de ese día encontré en la plaza a un chico originario de Senegal llamado Samba, vende cuadros hechos por él mismo con alas de mariposas, me pareció realmente increíble su trabajo, aunque jamás pregunté si trabaja con alas que quizá encontraba por ahí, en todo caso, eso espero. Tuvimos una breve charla y me compartió un poco sobre su historia, hacía un par de años que decidió llegar a Marrakech para trabajar y enviar dinero a su familia, en Senegal. Después de charlar largo rato, tuvo un gesto que realmente fue invaluable para mí, me invitó a comer un platillo típico marroquí en su hogar, me quedé sorprendida, pues siendo mexicana, no confié del todo de primera instancia, pero decidí vivir la experiencia a fondo a pesar de la incertidumbre. Fuimos juntos a un mercadito cercano, bastante parecido a los mercados en México por cierto, a comprar lo necesario para preparar cuscús (un grano de trigo muy fino muy común en los platillos marroquíes). Ofrecí cooperar con los gastos, pero él simplemente no aceptó. En nuestro breve recorrido por el mercado me compartió que vivía para ese entonces con algunos otros chicos y chicas que como él, trabajaban en lo que podían, algunos de ellos estudiaban.
Caminamos aún un poco más por calles estrechas y llegamos a una humilde puerta, en Marrakech es difícil saber qué se esconde detrás de ellas, pues todas conservan una fachada sencilla. Al entrar descubrí una pequeña, realmente pequeña casa, de dos plantas, con unas escaleras estrechas que conducían a su hogar en el primer piso. Samba inició los preparativos de la comida, yo ayude como pude, su pequeña cocina no contaba con mesa, ni sillas, ni trastos, ni estufa, había una pequeña llave de agua que fallaba, pero Samba se las ingenió para poder cocinar para su invitada. Cuando al fin quedó listo el platillo, él se encargó de acomodar un tapete muy colorido en el suelo en una habitación que daba al frente de la cocina, separada por un pequeño pasillo, ésta era pequeña, larga y estrecha, la cual ocupaban como dormitorio, había varios tapetes en el suelo, los cuales ocupaban como camas. Colocó el gran plato de cuscús en el centro y comimos con los dedos, fue un poco raro, pues no estoy acostumbrada a hacerlo, pero ese día me atreví, fue para mí la comida más exquisita que había probado desde mi llegada a Europa, no sólo porque estaba deliciosa, sino porque había sido preparada por un “extraño” para una desconocida turista mexicana. Me sentí realmente halagada al recibir gentileza tan grande de un desconocido, lo narro hoy, y me sigue pareciendo realmente increíble encontrarse en un lugar tan lejano, tan distinto y tan igual a su tierra, con gente de enorme calidad humana como la suya.
Hoy día sigo agradeciendo de corazón su hermoso gesto, aunque es una lástima que olvidé pedir algún medio de contacto. Debo mencionar que en todo momento él fue muy respetuoso conmigo, al terminar de comer me retiré y él, muy gentilmente me acompañó a la Gran plaza para continuar mi recorrido. La moraleja de mi experiencia es “La gente con magia, si existe”.
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