Malmö: tranquilidad inesperada

Publicado por flag- Julen Diez — hace 4 años

Blog: Las dos caras de Suecia
Etiquetas: flag-se Blog Erasmus Malmö, Malmö, Suecia

¡Hola, buenas! Hoy estreno my blog de viajes, un blog lleno de muchas experiencias y emociones que desearía compartir con vosotros. Como primera entrada, os hablaré sobre mi último viaje: Suecia y Dinamarca.

El viaje por el nórdico comenzó en Malmö, una ciudad ubicada al sur de Suecia, a veinte minutos en tren de Copenhague, la capital de Dinamarca. Para llegar hasta la ciudad, mi tío, que era el acompañante, y yo tuvimos que coger un bus de Bilbao hasta Madrid y después coger un avión a Copenhague.

Una vez que llegamos a la ciudad, no nos quedó más remedio que coger un tren para Malmö, que lo perdimos, pero cogimos el siguiente que venía, aunque ese tren no perteneciese a la misma compañía ferroviaria.

El problema se solucionó muy rápido cuando el la persona que supervisaba nos vino a pedir los billetes y le explicamos lo sucedido, ya que no le dio mucha importancia y siguió con su trabajo.

Pero los contratiempos no terminaron ahí, ya que mi instinto falló y le convencí a mi tío para bajar en la penúltima estación de tren a la que verdaderamente teníamos que bajar, y eso que una señora se molestó en avisarnos que esa no era en la que teníamos que bajar: mi instinto puede ser muy cabezota.

Así que después de este otro suceso, me rendí y dejé a mi tío tomar el control. Él preguntó a unos policías sobre la ubicación de nuestro hotel y amablemente nos lo guiaron.

Al de treinta minutos, y después de atravesar media ciudad con las maletas encima, llegamos a nuestro hotel, que se encontraba en pleno casco viejo.

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Ahí, nos instalamos al instante y fuimos a cenar a un restaurante cercano, porque ya eran las nueve y media de la noche, y puesto que los suecos suelen cenar bastante pronto y, por lo tanto, los restaurantes cerraban por las diez u once de la noche, decidimos darnos prisa e ir a la plaza donde más ambiente habría: Lilla Torg.

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Una vez llegados ahí, nos llamó la atención un bar llamado Drumbar, el cual tenía un patio interior con música, sofás y muchas luces de colores, un sitio idóneo para cenar y estar tranquilamente.

Y ahí estuvimos mi tío, dos amigos suyos y yo cenando ensalada de gambas y costillas mientras gozábamos de la música de fondo y respirábamos aquel ambiente tan acogedor. Y ahí estuvimos hasta las doce de la noche, cuando un camarero nos pidió educadamente que nos fuéramos.

Fue un buen comienzo para aquel viaje espectacular.

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El segundo día fue más agitado.

Aquel día conocimos un poco más la zona del casco viejo (Gamla Staden) y otro poco más de la zona norte de la ciudad, pasando el pequeño canal que rodeaba la zona antigua. 

Después de callejear un poco por el casco, llegamos a la plaza más conocida y más icónica de Malmö: Karl X Gustavo.

Era la plaza que tantas veces había visto en Google, y la verdad que no me decepcionó en persona: era precioso.

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Cuando ya le habíamos sacado suficientes fotos, nos dirigimos al oeste de la ciudad, donde había un castillo en medio de un "lago" que al mismo tiempo era un museo, un acuario y un terrario: Malmöhus Slott.

La entrada costaba cuatro euros aproximadamente, y he de decir que era un precio bastante razonable viendo la cantidad de cosas que se exhibían dentro.

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El museo contenía diferentes exposiciones sobre diferentes temas: la guerra, la historia sueca y danesa, la vestimenta del siglo XX, la contaminación, etc.

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Para mí, la mejor parte del museo fue el cuarto de las lámparas de techo fluorescentes, que brillaban en un color verde radiación y me consiguió hipnotizar.

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Además, un detalle muy agradecido por parte del museo fue la jarra de agua con vasos de plástico que se servía en las escaleras principales, ya que estábamos en julio y hacía un calor inaguantable, y dentro del museo un poco más. Pero luego al pasar a la parte del castillo donde se podían ver las camas, las habitaciones y las posesiones valiosas de la realeza, la temperatura era más baja.

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Después de recorrer el museo, fuimos al acuario/terrario. Había una gran variedad de especies de animales de diferentes lugares del mundo, ordenándolos por tipo de hábitat, ecosistema o clima.

El acuario no fue para tanto, ya que era un único cuarto y solamente exhibían los peces nacionales más algunos exóticos, que es lo que a mí me llama la atención, pero si hay algo que me llamase la atención, fue la decoración de las peceras: bicicletas oxidadas, latas, plástico... Para hacer entender a la gente la importancia de la contaminación marina y el daño que causa.

Desgraciadamente, no tengo fotos del acuario, ya que estaba prohibido sacar fotos.

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Después de ver el terrario, que ese sí que era grande y contaba con muchas especies de animales, salimos del castillo y nos acercamos a un bar/restaurante ubicada al lado que se llamaba Slottstragårdens kafe. 

Era muy agradable e ideal para tomar o comer algo, y disponía de una terraza muy extensa, con sombrillas, mesas redondas y sillas acolchadas. Además, también disponía de un mini-comedor dentro de un “invernadero” con cojines y plantas y lucecitas colgando.

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Yo me tomé un refresco de frambuesa, que era muy típico de ahí, y una especie de galleta con mermelada y helado de yogur. Estaba riquísimo:

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Terminamos de comer y quisimos explorar los alrededores, y fue ahí donde nos dimos cuenta que al lado del café, había un parque botánico al aire libre y totalmente gratis, así que decidimos entrar y explorarlo.

Al principio era muy bonito, con parcelas llenas de flores coloridas, girasoles, frambuesas, fresas, plantas de todo tipo, etc. Y era maravilloso, sobre todo la parcela de las flores: nunca había visto tantos colores en un mismo sitio.

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Pero a medida que avanzábamos, vimos que pocas parcelas disponían de un mantenimiento decente, y muchas plantas ya estaban marchitadas y secas debido a la ola de calor que estaba sufriendo Suecia.

Al final del jardín, había un molino de viento muy grande e impactante, que me recordó plenamente a Holanda:

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El día se terminó en Lilla Torg, como ya era de costumbre. Nos había gustado tanto esa plaza que queríamos cenar en ella todas las noches.

Era una plaza llena de vida a la vez de calma: no había ni ruido fuerte de la gente, ni ruido de coches, pero sí una música muy moderna y actual proveniente de los cinco restaurantes que completaban la plaza.

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Nosotros reservamos una mesa en un restaurante a las afueras de la plaza, se llamaba La Roche. Era un restaurante que servía comida española, con un patio interior muy bien decorado, además de estar acompañado de música flamenca en directo.

Fue una velada inolvidable, me quedé con ese recuerdo en la mente.

Y por último, dimos un paseo por la ciudad antes de que el sol se pusiera y mientras que el ambiente siguiera presente, sin olvidarnos de la música callejera que daba alegría y buenas vibras a las calles. Y se agradecía mucho.

Sin duda, me quedaría a vivir en Malmö, tiene una tranquilidad que solo lo puedes sentir, no oír. Tiene un silencio muy intenso dentro de su ruido.

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El tercer día fuimos a la zona norte de la ciudad, la más cercana a la costa del Mar Báltico. 

Fuimos a un barrio muy conocido de la ciudad con el apodo de "El barrio ecológico", que es donde se situaba el Turning Torso:

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Pero antes de adentrarnos en aquel barrio que se veía atractivo desde fuera, nos acercamos más a la costa y nos interesamos por descubrir la playa.

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Cuando escuché que Malmö tenía playa, yo me imaginé una explanada de arena fina bastante ancha con chiringuitos y olas con los que los niños jugaban, pero la verdad es que cuando llegamos, me impactó bastante el encuentro, ya que no era lo que me imaginaba:

Una playa larguirucha con arena de color grisáceo y restos de algas secas y algo parecido al lodo. La playa comenzaba en unas pequeñas dunas repletas de plantas y terminaba en una orilla de agua bastante templada y de agua poco profunda, pero sobre todo con bancos de algas y algunos peces merodeando.

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Tuve ganas de meterme al agua, pero al ver el panorama me eché para atrás, sinceramente. Sin embargo, había gente (y bastante, además) que se atrevió a darse un chapuzón.

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Al terminar el paseíto por la orilla, nos encontramos con un bar-restaurante en medio del mar con un largo puente que lo conectaba con la costa, ideal para tomar algo o para escaquearse del sol.

Desgraciadamente, no teníamos dinero encima y nos tuvimos que conformar con la sombra.

Volvimos al punto de partida, y esta vez cambiamos de dirección para entrar al barrio que nos habíamos prometido ver.

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El barrio estaba formado por casitas y chalets con jardín y fachadas curiosas, como por ejemplo una casa que era totalmente trasparente y pudimos ver su interior.

También vimos casas de colores, modernas, flotantes...Y todas ellas centradas en un canal general. Todo era muy tranquilo, no se escuchaba ni un solo ruido. La paz controlaba aquel lugar.

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Incluso había una zona donde todos los jardines estaban abiertos y daban al canal, y algunos de ellos tenían unas escaleritas que los conectaban con el río si alguna vez alguien quería bañarse en él.

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Y finalmente, pudimos ver la obra maestra desde cerca: el Turning Torso, un rascacielos monstruoso espiral que me dejó totalmente anonadado.

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Nos quedamos contemplándolo hasta que atardeciera, y ya cuando vimos que era tarde, volvimos al centro de la ciudad pasando por el faro, que mereció la pena verlo con la puesta de sol al fondo.

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Y desgraciadamente, llegó el último día en Malmö. Sabíamos que lo echaríamos de menos y que nos costaría despedirnos porque nos había encantado, la ciudad y su calma, su silencio.

Así que para atrasar un poco la partida, decidimos aprovechar nuestro último día yendo de compras y visitando barrios poco conocidos por turistas.

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Nos alejamos del Gamla Staden y salimos del canal, conociendo así las zonas donde la mayoría de la gente residía, y donde había lugares de ocio como cines, centros comerciales, más restaurantes, bares de ambiente, etc.

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En una de las calles principales, encontramos una tienda de segunda mano llamada Emmaus, donde vendían ropa, cuadros, juguetes y artículos para el hogar, y todo a un precio muy bajo. Yo me compré cuatro prendas de ropa, y la verdad es que si te empeñabas, podías encontrar cosas muy bonitas que eran una ganga.

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Después, seguimos explorando la ciudad y nos dimos cuenta que había calles antiguas y edificios coloridos que parecían ser parte del Gamla Staden pero estaban bastante lejos de ahí. Fue algo que me sorprendió debido al contraste que hacían con las casas modernas y enladrilladas.

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Tuvimos curiosidad por seguir aquellas calles y bajamos hasta llegar a un parque colosal llamado Pildammsparken.

Era un parque con dos lagos y un montón de gansos alrededor, su número era excesivo. Esto sucedía porque la gente los alimentaba y cada vez se juntaban más y más hasta llegar al punto donde había más aves que personas.

Al otro lado del lago más grande se podía ver una galería de arte fácilmente confundible por un castillo, pero estaba tan lejos que ni nos inmutamos en plantearnos ir hasta su puerta.

Nuestros pies no daban abasto.

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Al otro lado del lago había un pequeño recinto lleno de parcelas de flores y fuentes a ambos lados y un gran camino en el centro, que dirigía a un adorable pabellón y un bar con terraza, que lo agradecimos mucho, porque estábamos muertos de sed.

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Era un parque ideal para dar un paseo tranquilamente, sin ninguna bicicleta que podía atropellarte o ningún evento que metiera ruido.

Pero nos habíamos confundido en esto último.

Resulta que aquel día y los dos siguientes había un festival de música electrónica en una parte del parque, donde los árboles eran muy altos y estaban podados con el objetivo de obtener la forma de un cubo. O más bien, cubos. Cubos que aparentemente eran las paredes de un "pasillo" gigantesco hecho de naturaleza.

Era digno de sacarle una foto, aunque el festival en el centro la fastidiara un poco.

Y sí, fastidiaba, porque ojalá hubiera podido estar ahí gozando de las actuaciones de DJs internacionales como Don Diablo o Tiesto.

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Ya cuando se hizo un poco tarde, regresamos a la zona antigua y nos dimos cuenta que todo aquel tiempo habíamos pasado de largo el Ayuntamiento, situado en la plaza principal de la ciudad. No tuvimos la oportunidad de entrar, pero pudimos apreciar su maravillosa fachada.

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Las horas se fueron corriendo, y sinceramente me dolió, porque no quería irme, me había gustado mucho Malmö y su manera de vivir.

Para terminar con el día, nos acercamos a la desembocadura del canal y vimos el atardecer a lo lejos, más allá del faro que se veía diminuto desde nos encontrábamos.

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Me dio mucha pena, pero no tenía que echarlo todo a perder, ya que el viaje por el norte acababa de coger forma.


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