Murcia y Tenerife en Málaga (VIII)
Cuando desperté aquella mañana de frío domingo invernal me quedé remoloneando en la cama. Era bastante tarde, pero tenía la sensación de estar aun sumida en un placentero sueño que había comenzado dos días atrás. Traté de buscar alguna evidencia que declarara que no seguía durmiendo, así que alcé el brazo izquierdo por encima de mi cabeza hacia la mesita de noche que se sitúa detrás del cabezal de mi cama (yo tampoco entiendo la distribución). Atrapé mi móvil y comprobé qué hora era. Pasé olímpicamente de la referencia horaria al descubrir que tenía un mensaje de texto.
"Buenos días mi murcianica. Me acabo de despertar y ya el cúmulo de sensaciones por ti me van a hacer provocarme. Me quitaste el hambre radicalmente y ya tengo ganas de volver a verte... Lo necesito y tú también para que no te olvides".
Fue un indicio lo suficientemente fehaciente como para creer que lo vivido la noche anterior ocurrió de verdad. Si ayer dije que me sentía como una niña de quince primaveras, esto hizo que retrocediera a los siete años el día de Navidad por la mañana cuando me encontré el descapotable rosa chicle de la Barbie debajo del árbol. Estaba tan ilusionada que sólo me apetecía jugar con nuevo el juguete de inmediato... pero caí en la cuenta de que ya no tengo siete años. Las cosas cambian y la vida te hace crecer -con o sin tu consentimiento-. Aquel canario tinerfeño se marchaba de Murcia en unas horas, sino lo había hecho ya, y el bonito recuerdo de estar juntos lo habíamos forjazo la noche anterior. Quizás no había que forzar las cosas.
Hablamos esa misma tarde, él ya estaba de camino a Estepona y al día siguiente se cogería el ferry hasta Ceuta -ciudad en la que trabaja su padre-. Los días posteriores se sucedieron rápidamente. Yo había vuelto a mi rutina laboral -ocupada mañana y tarde- y en los ratitos intermedios aprovechaba para escuchar su voz al otro lado del auricular. Por las noches dedicábamos cerca de una hora a conocernos un poco más y decirnos lo mucho que nos echábamos de menos. Él me hacía fantasear con la idea de visitarle en la isla, donde pasearíamos a caballo y montaríamos en moto. Ya verás, te voy a enseñar todos mis rincones favoritos, echamos un colchón en la parte trasera de la camioneta y dormimos cada noche en una playa distinta. Yo me dejaba llevar, igual que las hojas que mece el viento. Sin darme apenas cuenta -un poco sí- una de las madrugadas después de colgarnos el teléfono, me sorprendí a mí misma buscando vuelos. La Navidad está ya aquí, lo que hace que los precios estén por los cielos (¡qué chispa!). La fecha más cercana para viajar hasta las islas sería el final de enero, en plena cuesta. Para colmo él trabaja casi que de sol a sol, y yo sólo tengo libres los fines de semana. Me quedé durmiendo -como otras tantas veces- con el ordenador metido en la cama y mi cara hundida en el teclado. Durante las seis horas de descanso, al parecer, mi cabeza no había dejado de darle vueltas a lo mismo y me desperté con la solución brillando en mis pupilas. ¿Y si no se va? Tuve que enchufar el cable al portátil puesto que la batería se había consumido entera. Mientras se cargaba fuí a lavarme la cara y peinarme. Al regresar a la habitación iba intercalando cada prenda de ropa con una ventana nueva que se habría de una website diferente (¡no tenía tiempo que perder!). Para mi asombro encontré un vuelo el domingo siguiente, de Málaga a Tenerife Norte por cincuenta euros para los residentes de las Islas Canarias. El destino volvía a sonreírme y la sombra de mi madrina confiándome que si le pides algo realmente sincero al universo, éste te lo concede, sobrevoló la habitación durante unos segundos. Me fui al trabajo más contenta que chupita, deseando que llegara el descanso del almuerzo para llamar a mi amante bandido.
- Oye, ¿qué tienes que hacer el fin de semana?
- ¿Yo? Pues no sé, tendré que llamar a mi jefe... a lo mejor trabajar, ¿por qué?
- Había pensado que te podrías quedar en Málaga hasta el domingo.
- ¿En Málaga? Pero tú conmigo, ¿no? -supo reconducir la conversación astutamente.
- Bueno no sé, habría que verlo...- y comencé a descojonarme, no podía seguir conteniendo el entusiasmo que me invadía sólo pensar que podría verlo de nuevo.
- Qué boba eres niña, ¿qué estás tramando? -podía notar su sonrisa al otro lado del auricular.
Le expliqué el plan elucubrado aquella misma mañana. Se quedó un poco a cuadros, al fin y al cabo tenía que replantear algunas situaciones personales, por no mencionar el hecho de renunciar al vuelo que tenía al día siguiente y comprar otro nuevo. Me quedé con un sabor un tanto agridulce, lo que provocó que las horas pasaran lentas como tortugas soñolientas... hasta que llegó la tarde, cuando él me volvió a llamar para decirme directamente.
- He estado mirando habitaciones en Algeciras pero yo creo que lo mejor va a ser pillar un apartahotel en Málaga, cerquita del aeropuerto, así no nos tenemos que mover mucho. Además, podemos hacer una compra grande el viernes y así comemos y cenamos allí todos los días. El vuelo sale el domingo temprano, bueno, tampoco mucho, da tiempo a descansar bien...
- Javi para, para, para... - y la voz se me cortaba interrumpida debido al aire que se escapaba por la comisura de mis labios, llevados muy atrás, casi rozando las orejas -. ¡Estás loco!
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Comentarios (3 comentarios)
Gabrii Marcháis hace 10 años
ya es que le doy a me gusta hasta antes de leerlo... =P
Gabrii Marcháis hace 10 años
ahora yo soy como la de la bolera del capitulo anterior... no se si creermelo o no... que fuerte =D
Vir SN hace 10 años
Trust me ;)