Murcia y Tenerife en Málaga (IX)

Publicado por flag-es Vir SN — hace 10 años

Blog: Murcia. Quién me lo iba a decir
Etiquetas: flag-es Blog Erasmus Málaga, Málaga, España

¿Falda, vestido o pantalón? ¿Con o sin escote? ¿Tanga o braga? ¿Me llevo pijama? Imagino que son la clase de preguntas que a todas las mujeres nos vienen a la cabeza mientras preparamos el equipaje con la ropa que llevaremos puesta (o no) el primer fin de semana romántico con nuestro amante (por llamarlo de alguna manera). Allí estaba yo, frente al espejo de cuerpo entero de mi habitación a las doce y media de la noche, visiténdome y desvistiéndome, preguntándome qué impresión le causaré si llevo puesto esto o lo otro. Así, a modo de curiosidad reflexiva, me pregunto cuándo es el momento que dejamos de preocuparnos por estas cosas, ¿cuándo se produce el instante en que cogemos lo primero que hay en el armario para recibir o encontrarnos con nuestro galán? Por fin me decidí, llevaría una falda corta pero con medias oscuras. Por si hacía frío durante el viaje (pronosticaban lluvia) me abrigaría con un jersey de cuello vuelto pero de manga corta y como calzado unos botines planos por dos motivos: a) Al día siguiente tendría que conducir durante siete horas seguidas, b) Javier no era mucho más alto que yo, dejaríamos que para el primer reencuentro lo siguiera siendo (el orden expuesto de las razones no se vincula con la prioridad de una sobre la otra).

La primera parada fue Torreagüera. Allí me esperaba Jesús, un murciano fotógrafo que se ganaba la vida en el mundillo de lo audiovisual (lo que antes se conocía como la BBC: bodas, bautizos y comuniones, pero ahora mucho más desarrollado y creativo. ¡Reinventarse o morir!). A la segunda pasajera había que recogerla en la Alberca. Era Rosario. Me llamó por teléfono y casi pensé que se trataba de una menor de edad con aquella voz tan dulce. Llevaba el pelito corto y un piercing de aro en el labio. Muy guapa y muy maja. Por último, en Ronda Sur, teníamos que recoger a David, un chaval que desborda murcianismo desde la primera palabra que le escuchas decir por teléfono. Honestamente creo que fue la chispa que tiene la que me hizo acogerlo como tercer pasajero hacia Granada, pero quién me iba a decir que en el Hospital Mesa del Castillo me iba a encontrar con un heavy de levita negra hasta los tobillos, alguna que otra rasta que le caía bajo el pañuelo que llevaba sujeto a modo de turbante, por no hablar del hedor entre sudor y alcohol que desprendía. Realmente me sentí muy mal por Rosario, al fin y al cabo era ella la que tenía que estar sentada a su lado durante las tres horas y pico de viaje.

Cuando estábamos a la altura de Lorca, David ya se había quedado totalmente frito en el asiento trasero mientras que Jesús y Rosario eran los que llevaban las riendas de la conversación. Debatían sobre farmacultura, frugívorismo, mascotismo y el concepto de felicidad frente al de libertad. Realmente aprendí muchísimo gracias a ellos, no sólo por el acercamiento hacia conceptos que desconocía, sino al observar sus actitudes, posiciones corporales y gestualidad, entre otros aspectos, a la hora de expresar ideas contrarias.

Una vez los dejé en la rotonda del Hipercor ya estaban esperándome allí las siguientes viajeras que me acompañarían hasta Algeciras. Bueno no, estaban todas menos una, precisamente la última que esperaba que me dejase colgada (qué curiosa la vida, nunca cesa de sorprendernos). Ellas eran Melissa, una peruana coqueta y monísima que estudiaba medicina; Almudena, una murciana que le faltaba mucho por madurar pese a sus veintitres años y Laura, la más longeva y nacida en Barcelona. Ésta última fue mi copiloto (y menos mal, porque las demás se pasaron todo el viaje pegadas al gua-sá). La  treintañera me confesó que tenía prisa porque había quedado para un vis a vis en la cárcel de Botafuegos. Teníamos que estar allí a las dieciséis horas, así que de vez en cuando me decía "hermana, acelera", "písale un poquito más", "vete por la autopista de peaje que yo la pago", "¿te importa parar en la gasolinera que me compre una cervecita?". Me contagiaba su nerviosismo, o mejor dicho, daba rienda suelto al mío por mucho que pretendiera domarlo.

Antes de la hora prevista ya estábamos entrando por Algeciras, dejé a cada una de mis pasajeras en el lugar que me indicaron y me dirigí al parking del puerto. Los nervios eran tales que ya formaban un campo de fuerza a mi alrededor. No me podía creer que después de casi siete horas de viaje estuviera allí, enfrente del peñón (por cierto, ¡impresionante pedrusco sobre el mar!). Me llamó. Él estaba casi más nervioso que yo. Me preguntaba si realmente estaba allí. Y yo que sí. Y él que ven. Y yo que dónde. Y él que ya.

El coche estaba en marcha, abierto y con las llaves puesta (evidentemente si estaba en marcha). Me daba igual. Yo fuera, mirando mi imagen reflejada en los cristales tintados traseros. No sabía por dónde iba a aparecer así que me paseaba de lado a lado, bajando y subiéndome la falda. De pronto lo ví, arrastrando la maleta, con esa sonrisa amplia y pulcra, los hombros por delante del cuerpo y los andares chulescos. Llevaba una sudadera gris con remates naranjas fosforitos a conjunto de los cordones de las zapatillas (¡pero mira que es presumido!). Me quité las gafas de sol para contemplarlo tal y como es. Me abalancé sobre él, en realidad no recuerdo exactamente cómo fue, me viene flashes de estar abrazados y riendo. Nos besamos una vez. Luego otra. A continuación nos subimos al coche y nos volvimos a besar. Cogí el bocadillo de tortilla y jamón que mi madre me había preparado. Eran las cuatro de la tarde y no me había entrado ni hambre todavía. Dejamos de interrumpir el tránsito del tráfico y nos desplazamos a una zona de aparcamiento pública. Allí estábamos. Mirándonos y riendo, incrédulos de que la vida estuviera sucediendo.

- ¿Puerto Banús?

- No, es más alante. Tenemos que dejar atrás Marbella y pasar Fuengirola para llegar hasta Mijas.

- ¿Seguro?

- Que sí niña...

No dejaba de hablar y a mí me encantaba observarlo por el rabillo del ojo. De vez en cuando se acercaba para besarme en la mejilla. Constantemente me acariciaba el brazo derecho, palpándome, como si quisiera cerciorarse de que no se trataba de un holograma que podía desaparecer en cualquier instante.

- Nos hemos perdido...

- Que no. Espera, es el móvil éste que no carga...

- ¿Nos paramos a preguntar? Mira, a ese hombre por ejemplo.

De pronto veo que vuelve inmediatamente.

- Esto... necesito tu ayuda.

- ¿Es inglés?

- Sí... - respondió casi disculpándose por no poder comunicarse con él.

El hombretón nos supo guiar hasta el faro, y una vez allí apreciaríamos el apartahotel desde la autovía. Así fue, no tenía pérdida, pero en realidad yo no tenía prisa por llegar, ahora ya no aceleraba más allá del límite que marcaba la señal circular, ahora ya estaba como en casa.


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Comentarios (2 comentarios)

  • flag- Gabrii Marcháis hace 10 años

    tu publico quiere una foto del canario!!!!!! ;)

  • flag-es Vir SN hace 10 años

    jajaja, lo tendré en cuenta!

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