En Madrid con mi Mejor Amiga.

Como me he mudado a Dinamarca por la universidad, y creo que mi mejor amiga me odia por ello, en Marzo cuando volví a Milán quedé con ella para saludarla. Mientras hablábamos terminamos reservando dos billetes de avión a Madrid y un apartamento. No, a decir verdad no elegimos Madrid nosotros, es un poco como si Madrid nos hubiese elegido a nosotros. Lo único que queríamos es un lugar barato, y ahí estaba Madrid, dispuesta a acogernos. Los billetes los tomamos para el cinco de junio, con vuelta el ocho por la tarde. Aún quedaban dos meses y medio por delante, pero por suerte pasaron rápido.

Domingo 4 de junio de 2017.

Había vuelto a Milán hacía poquísimos días y ya estaba listo para volver a partir. Como nuestro vuelo salía a las seis y cuarenta y cinco de la mañana siguiente, decidí ir a dormir a casa de Alice, y su padre se tuvo que despertar pronto para acompañarnos. Solo una palabra: pobrecillo. Esa noche nos pusimos a hacer el check in para la vuelta, pagando el suplemento para poder sentarnos al lado. Nada, movieron a Alice al sitio que debía estar a mi lado, y a mi en cambio me cambiaron la tarjeta de embarque. Donde tenía que figurar el número de mi asiento había una preciosa frase "Asiento asignado en el aeropuerto". ¿Perdona? Esperábamos que fuera una broma de mal gusto, una especie de pescado de Abril con retraso, pero nada, así que básicamente habíamos pagado un suplemento para tener que hacer cola en el aeropuerto y no sentarnos al lado. Gracias Ryanair, muy buena esa. Tras la desilusión (y las pelotas por los suelos), yo y Alice tuvimos la loca idea de pasar la noche en blanco, o casi, en el sentido de que intentamos dormir un par de horas, pero sin éxito (al menos en lo que a mi respecta). "Despertador" temprano y después enseguida a prepararnos.

Lunes 5 de junio de 2017.

Todo en el coche y listos para partir a las cuatro. Alice naturalmente se quedó dormida en el coche mientras yo mascaba un chicle que me ofreció su padre, con un sabor como poco nauseabundo. Hay que ser honestos. Una vez llegamos al aeropuerto, obviamente, fuimos a desayunar, aunque a decir verdad la única cosa que necesitaba era una cama y un cojín. Vale, me comí mis tortitas del McDonald's mientras Alice se tomaba un delicioso té caliente y después fuimos a la puerta de embarque. Afortunadamente a la ida estábamos sentados uno enfrente del otro y un muchacho muy amable me cambió el sitio para que pudiese sentarme junto a Alice. La chica que estaba a mi lado, es decir al lado de la ventanilla (ya que yo estaba en el medio), se pasó todo el viaje durmiendo. Decir que la odié es poco, cuando tienes el asiento ventanilla se mira fuera, no se duerme. "Touch-down" y ella sigue allí con la cabeza abajo. Está bien así, al menos no estaba sentada en el pasillo, si no tendríamos que haberla despertado para pedirle que nos dejara bajar.

Una vez llegamos al aeropuerto de Madrid, perdimos la brújula un instante. Dimos la vuelta y finalmente llegamos al metro. Allí, nos pusimos a hacer cálculos para entender cuánto nos iba a costar el billete. A pesar de haber pasado diez minutos mirando el tablón para contar las paradas y calcular cuánto íbamos a gastar, en la maquinita de imprimir el billete descubrimos que, al contrario de lo que pensábamos, costaba cinco euros Joder. teníamos que cambiar de línea y en la parada del medio, mientras esperábamos al segundo tren, llamé al propietario de la casa en la que íbamos a alojarnos los siguientes cuatro días. Hola, le dije, soy Cristian, continuando a hacerme el listo y hablando español. En un momento dado me quedé en blanco y no conseguía hacerme entender, así que espontáneamente la primera cosa que le pregunté fue ¿Hablas inglés? y este me gritó Español! . Vale, pero cálmate, por el amor de Dios. Al final continué hablándole medio en italiano medio en español, "¿a las once? ", y él enseguida "¡A las doce! ". Comprendí que en cuanto llegásemos a casa le iba a preparar una tila porque estaba empezando a ponerse de los nervios.

Cuando llegamos a Atocha, nos detuvimos en un sitio porque habíamos visto que el bocadillo con un buen vaso de cerveza costaba tan solo dos euros con cincuenta. Nos sentamos y tomamos nuestro aperitivo, dado que eran aún las once y el otro antes de las doce no nos quería ver en su casa. Después, una vez encontrada la fuerza para levantarnos de la silla, nos dirigimos hacia la casa. De ahí, vimos a una señora que se convirtió en nuestra mejor amiga para toda la vida, una señora permanentemente borracha e inestable que se quedaría allí durante los cuatro días de la excursión, día y noche. Pobrecilla. Una vez llegamos a la casa, el tipo nos abrió el portal sin ni siquiera decirnos a qué piso teníamos que subir y por ello nos quedamos allí parados de pie en el vestíbulo como dos bolos con la esperanza de que alguien nos indicase la puerta correcta. Después escuchamos gritos. Era el golfo ese con el que habíamos hablado por teléfono poco antes, seguro, que se preguntaba dónde estábamos ya que habíamos llamado al telefonillo hacía ya algunos minutos. Una vez entramos nos dimos cuenta de que esto no estaba tan mal, quizás era solamente su modo de interactuar con las personas, pero llegados a este punto le aconsejaría que cambiara de oficio.

Una vez dejamos todo en casa, nos dirigimos al Parque del Retiro, donde alquilamos una barca a remo. Durante el trayecto, entramos dentro del palacio de cristal. Nada del otro mundo, me esperaba algo mejor para ser sincero. Cuando llegamos al lago nos dimos cuenta de que teníamos que ir a la otra orilla para hacer la cola y utilizar la barca. Mientras caminábamos, Alice, intentando escribir a su madre, le mandó un mensaje al propietario de la casa seguido de un corazón. El mensaje decía "Te las mando a casa con el Wifi", quién sabe qué habrá pensado el tipo.

Tras diversos intentos de ponernos en medio, conseguimos separarnos del pequeño muelle y alcanzar el resto de barcas; disparamos unas cuantas tonterías y después sacamos alguna foto. Bien, nuestros cuarenta y cinco minutos sobre la barca se había acabado y nos dirigimos hacia el centro. Cuando llegamos a Gran Vía, nos dimos cuenta que era realmente grande. Hambrientos como estábamos, decidimos pararnos en un Burger King, y sí, lo sabemos, estábamos en España y no tendríamos que hacernos parada en la primera cadena de comida rápida, pero teníamos todo el tiempo del mundo para comer comida española y no aguantábamos caminar ni un segundo más. Una vez recuperados, nos paramos en un supermercado llamado Día para hacer un poco de compra. Como si ya no estuviéramos lo suficientemente cansados, Alice se acordó que no tenía ciertas cosas y entonces nos pusimos a buscar un segundo supermercado cerca de nuestro apartamento. Al final llegamos a un Carrefour que estaba cualquier cosa menos cerca. Luego me hice todo el trayecto de vuelta a casa con seis botellas de agua sobre la cabeza. Cuando llegamos a casa, Alice se estaba duchando mientras yo me puse a cocinar verduras congeladas, que habíamos comprado, en una pequeña sartén que sería tan grande como un cuenco de pienso para perros. Sobrevolamos. Una vez que estaba listo lo condimenté con un maravilloso aceite de girasol que habíamos comprados poco antes en el supermercado, y ya está, porque en casa no había ni siquiera sal y no queríamos compra para solo tres días y medio. Solo tras haber comido nuestra cena insípida salimos a dar una vuelta y desde Atocha acabamos en la Plaza de Santa Ana y tras dar una vuelta volvimos a casa.

En Madrid con mi Mejor Amiga.

Martes 6 junio de 2017.

El martes, en vez de pasar por Atocha, fuimos a la Gran Vía de San Francisco, que desgraciadamente para nosotros era bastante empinada, nos fuimos rápidamente.

En Madrid con mi Mejor Amiga.

Después llegamos al Palacio Real y continuamos después de hacer alguna foto (y algún vídeo tonto con la GoPro). Llegamos a la Gran Vía y tomamos las calles interiores, donde terminamos en uno de los mercados cubiertos. Allí nos comimos unas empanadas, las tenían de todos los tipos, desde argentinas a chilenas y ecuatorianas. Nos sentamos en una plaza a comérnoslas, sobre el mármol cocido por el sol sin tan siquiera una brizna de sombra. Después continuamos caminando y terminamos en la Plaza Mayor, donde decidimos comprar los famosísimos bocadillos de calamares. La plaza en mi opinión es estupenda, me recuerda un poco a las típicas plazas italianas. La zona está llena de locales turísticos y siempre hay un vaivén de gente, también por la noche. Qué pena que una tarde mientras estábamos allí, yo y Alice estábamos hablando cuando vino un tipo por detrás y nos agarró los hombros. Yo dí un paso a un lado de unos dos metros y me lo quité enseguida de encima, luego cuando me di cuenta que solo era un imbécil con un la máscara de Mr Bean ni siquiera me preocupé volver atrás a recuperar a Alice, que vino hacia mi y me dijo algo como que menos mal que éramos amigos, que si le hubiera hecho daño hubiera escapado igual. Le respondí que le juraba que me había dado cuenta de que era inofensivo.

Entre las varias terrazas quizás la más conocida es la del Círculo de Bellas Artes, así que es la primera que vimos. Cuando subimos arriba comenzaron las carcajadas. La vista era impresionante, era increíble admirar la ciudad desde ahí arriba y si hubiésemos tenido un poco más de dinero nos habríamos seguramente tumbado allí a beber algo. Había un montón de tumbonas y mesitas donde pararte. Alice vio también a un señor con un spritz en la mano y exclamó que se lo robaría con mucho gusto. Una pena que el tipo, y toda su familia, fueran italianos, menos mal que lo dijo por la bajo, si no la habría escuchado. Mientras estábamos arriba se nos ocurrieron varias ideas para hacer fotos. El problema es que la luz no daba siempre cuando íbamos a bajar, así que yo creo que el tipo que estaba delante del ascensor debió pensar que éramos dos idiotas. Disculpe! En cualquier caso, esos habían sido los cuatro euros mejor gastados del días, mientras que los cuatro euros y medio que gastamos en el Dunkin Donuts eran los que menos mereció la pena gastar. Sí, por que también nos detuvimos ahí. No es español, lo sabemos, pero no había estado nunca y me di cuenta de que los precios eran distintos con respecto al Dunkin Donuts de Copenhague, donde de hecho no he quise nunca entrar, pero al final me gasté de todos modos casi cinco euros por dos mierdas. Después volvimos a casa a ducharnos y volvimos a salir. Desde Atocha fuimos hasta el Templo de Debod, donde tomamos un aperitivo con una sangría cada uno, aceitunas y patatas, y luego vimos el sol ponerse. Como no sabíamos dónde ir a cenar y queríamos algo menos turístico, pedimos consejo al chico del bar donde nos habíamos tomado la sangría, que intentó indicarnos un local, pero sin éxito. Terminamos en un restaurante comiendo un menú hamburguesa porque solo costaba 11 euros con 80 céntimos. Lo sé... una hamburguesa, pero en mi defensa puedo decir que el jamón del interior era serrano, haha! Luego entramos al supermercado, que extrañamente seguía abierto, y nos compramos un paquete de diez brioches por un 1 euro. El snack de los pobre, en definitiva. Durante el camino de vuelta, sobre la una de la noche, comencé a decir frases así porque sí sobre gente que paseaba como nosotros, y Alice perdió la cabeza y en un momento dado me dijo "Sigues con la chica de la guitarra? " Y nada, comenzamos a hablar de nosotros hasta casa. Yo corría hacia el portal con mi GoPro tipo reportero y ella corría detrás de mí hablándome. Un manicomio.

Miércoles 7 de junio de 2017.

Tras nuestro habitual desayuno a base de productos del supermercado, decidimos dar una vuelta por el norte, zona Tribunal, porque había un sitio de helados muy famoso llamado Creamies. Se trata básicamente de un helado entre dos galletas americanas, al cual le puedes añadir ingredientes particulares encima. Antes de ir allí, sin embargo, fuimos a la terraza de Cibeles porque Alice descubrió que el primer miércoles de cada mes era gratis. Cuando llegamos tuvimos que esperar media hora porque el turno de las once y media estaba lleno. Visitamos los cuatro pisos y luego subimos al último cuando nos tocó el turno. Dejamos nuestras cosas en los armarios y luego subimos a la terraza, un espectáculo! Desde aquí podíamos ver la terraza en la que habíamos estado el día anterior, la plaza Cibeles con su fuente y muchas otras cosas. Aquí un chico italiano nos escuchó hablar y nos pidió que le hiciéramos una foto, y yo por respuesta le dije "si, gracias". ¿Pero gracias por qué? No lo sé, no me lo preguntéis porque no me explico porque le respondí así. En un momento determinado me dirigí a Alice con tono histérico y conseguí quedar mal por segunda vez porque él seguía estando allí, detrás, como si nos estuviera siguiendo.

Vale, una vez que llegamos a Cremies, el hambre se había hecho sentir y no estábamos muy convencidos de que un helado pudiese satisfacer nuestro gran apetito, sobre todo porque la heladería estaba todavía cerrada para comer. Así que nos dimos un paseo por la calle, que como estaba bastante lejos del centro, estaba llena de españoles y no de turistas. En un momento dado vi un menú que costaba solamente siete euros con ochenta céntimos, y podías elegir qué comer entre un plato principal, bebida, pan y postre. Un espectáculo! Así que me acerqué a una persona que creía que trabajaba allí y cuando me di cuenta de que se trataba de un cliente que hablaba con el camarero le pedí perdón e hice por irme de allí, pero no se rendía. Continuaba preguntándome si tenía preguntas y por respuesta lo único que me salió decir es que todo estaba bien. Tuve que decirle que creía que trabajaba allí porque no me daba tregua, y entonces me dijo que era amigo del propietario, que allí se comía bien y que él conocía otros sitios por la zona. Vale, en eso estamos, queríamos tan solo comer, pero el tipo no dejaba de hablar. Estuvimos allí de pie mínimo 40 minutos hablando con este tío, que nos decía como actúan los delincuentes en Madrid, para avisarnos. Luego nos dijo que los españoles engañan también como los italianos, así que Alice y yo nos miramos y le dije a este señor: "somos italianos". A partir de ahí cambió de registro, comenzó a hablar en italiano (primero habla solo y exclusivamente español) y comenzó a decirnos que enseñaba canto y piano y que ama la lengua italiana. Nos hizo sonreír, y no nos lo tomamos a mal aunque prácticamente nos hubiera insultado, por otro lado había puesto al mismo nivel a italianos y españoles, así que qué importa.

Tras esta profunda charla con el español sexagenario, que yo creo estaba un poco borracho, nos paramos a comer una paella y a relajarnos. Después fuimos a comernos el famoso helado que había esperado pacientemente. Estaba bueno, pero también un poco pesado. Nos lo terminamos en la Plaza del Dos de Mayo, una placita bonita con una escuela bilingüe, una estatua en el centro, un parque de juegos y muchas personas que paseaban.

En Madrid con mi Mejor Amiga.

Para volver a preparar la cena, hicimos un camino alternativo para terminar desembocando junto al supermercado donde ya habíamos hecho la compra, así que compramos algo para cocinar. Nuestra elección se volvió a inclinar por las empanadillas, tomatitos, un salchichón y una coca cola light. Tras nuestra cena low cost, salimos a dar una vuelta y volvimos a la Plaza de Santa Ana, donde habíamos estado la primera noche, y a lo largo de la calle encontramos un sitios con unos precios tan baratos que de hecho se llamaba "Low Cost". Una sangría nos costó tres euros, pero también la había por dos euros. Volvimos a casa un poco borrachos (tampoco tanto). Yo estaba cansadísimo y Alice se puso a hacer la maleta justo a la una de la noche. Después de insultarla hasta en chino, la convencí de que siguiera haciéndola la mañana siguiente.

Jueves 8 de junio de 2017.

La noche anterior Alice se había puesto a hacer la maleta porque estaba convencida de que no iba a ser capaz de hacerla entera por la mañana y que cuando llegase la hora de hacer el check out ella seguiría en un mar de bolsas varias por terminar, y sin embargo salimos de casa incluso antes que los otros días. Pero antes de salir de casa algo increíble sucedió ante mis ojos, pero también ante el objetivo de mi GoPro que grabó todo: un vaso que había puesto a secar se "suicidó" y se rompió en el fregadero. En la puerta del apartamento estaba colgado el reglamento de la casa, en el que decía que si se rompía algo retendrían el dinero de la tarjeta con la que se hubiera hecho la reserva. A lo que, propuse sacar todo el dinero de la cuenta corriente y escapar a Burundi, pero luego nos preocupamos menos y dejamos la habitación como los chorros del oro, con la esperanza de que el propietario de la casa no se diera cuenta de la falta del pequeño cáliz (solo había dos). Para desayunar, mientras comíamos churros con chocolate, unas señoras españolas se estaban comiendo una tostada con el capuccino o un mítico "escalope a la milanesa" (recuerdo que eran las diez y veinte de la mañana). Pasamos el tiempo recordando un poco todo lo que había pasado durante los tres días anteriores, como el avistamiento del culo de una chica que iba poco vestida, seguida de una ráfaga de insultos que Alice le dedicó, y todos los "no me toques" que le dije mientras ella me respondía "pero te quieres callar!? ". Con las maletas nos dirijimos al parque del Madrid Río, donde nos comimos una mítica pasta de supermercado que costaba exactamente un euro y veintiséis céntimos. No me olvidaré nunca del sabor ácido de aquella confección definica como "Pasta Italiana". Joder qué suerte, la pasta italiana es justo así!

En Madrid con mi Mejor Amiga.

Después, creo que Alice alternaba sentimientos de amor y odio hacia mi, porque la hice caminar mínimo diez kilómetros con la maleta en la mano, la hice subir una rampa, y luego la asusté diciéndole que deberíamos haber hecho la Gran Vía una última vez, para despedirnos. Estaba hasta las pelotas de la Gran Vía y como se lo dije así me miró como un cachorro mojado mira a su dueño buscando calor y afecto: "pero... de verdad quieres ir? Ya hemos estado un montón de veces" "Vaaaale", le contesté, "no vamos, que sino me lloras! ".

Llegamos al aeropuerto y nos dimos cuenta de que, quizás, habría sido mejor comprar algo en un supermercado porque en el aeropuerto el Burger King se convierte en un ladrón. Nos cogimos solamente dos aros de ceblloa (que en vez de quitar el hambre nos abrieron el apetito tanto que me habría comido hasta la mesa si hubiera estado limpia). Hice la cola en el check in porque a pesar de que ya lo había hecho online, mi tarjeta de embarque no era válida. Al final me asignaron un sitio justo en el extremo opuesto del sitio de Alice (el famoso sitio que había pagado el domingo por la noche para asegurarse un sitio cerca de mi).

Concluyendo, España es realmente fantástica y estoy seguro de que volveré con mucho gusto (con o sin Alice).

- Cristian


Galería de fotos



Contenido disponible en otros idiomas

Comentarios (0 comentarios)


¿Quieres tener tu propio blog Erasmus?

Si estás viviendo una experiencia en el extranjero, eres un viajero empedernido o quieres dar a conocer la ciudad donde vives... ¡crea tu propio blog y cuenta tus aventuras!

¡Quiero crear mi blog Erasmus! →

¿No tienes cuenta? Regístrate.

Espera un momento, por favor

¡Girando la manivela!