El primer Erasmus nunca se olvida

A veces abro los viejos diarios. Me gusta leer las emociones y recuerdos que parecen, a veces, pertenecer a una persona distinta, muy lejana de la que hoy soy. Me gusta también darme cuenta que, en cambio no, sigo siendo yo, pero que en el momento en el que lo escribía no había vivido todavía tantas experiencias, y que habría encontrado con el tiempo las respuestas a tantas preguntas. Me gusta también ser consciente de que, muy probablemente, dentro de unos años también me costará reconocer la persona que soy hoy, y para mi yo un poco más adulto que lea esas páginas será difícil no esbozar una sonrisa.

He abierto, concretamente, un diario que data de hace casi tres años. En aquella época tenía 21 años, estaba en tercero de Derecho y, lo más importante, acababa de leer mi nombre en la lista que llevaba esperando meses: la lista de todos aquellos para los que el Erasmus se había convertido en una realidad. Junto a mi nombre había un destino: Madrid. Desde ese momento supe que mi vida cambiaría de manera radical.

Unos tres meses más tardes, en un jueves de Agosto con 40 grados a la sombra, mi avión salía del aeropuerto de Roma - Ciampino. Era mi primer viaje importante, un poco como saltar al vacío. Decía adiós a todo aquello que conocía para aterrizar en una realidad que no era la mía, o al menos no todavía. Iba a estudiar en una universidad diferente, con un método de estudio que iba a cambiar también, así como el idioma de las clases, que iban a ser en un español que iba mucho más allá de "hola" y de "hasta luego", las únicas palabras que conocía cuando llegué. A pesar de todas las paranoias y miedos iniciales, tenía una convicción que después me acompañaría durante el resto de mi Erasmus: esa iba a ser la experiencia más extraordinaria de mi vida.

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Con esa seguridad en el bolsillo, aterricé en el aeropuerto de Madrid - Barajas y, en solo un segundo, dejé de tener miedo. Todo se convirtió en una aventura en la que lo más difícil fue enfrentarme a mis límites, y superarlos. En los días siguientes iba a encontrar casa, empezaría a hablar español, al principio de manera errática, y luego de manera fluida, y a caminar por los pasillos de la Universidad Pontificia de Comillas, mi nueva universidad, como si hubiera estado allí siempre. Me iba a sorprender por todo, por cada encuentro, por todo aquello que descubría diferente a lo que ya conocía. Iba a empezar a perderme por las bonitas calles de Madrid, bajando en paradas de Metro que no conocía, viendo barrios diferentes. Me iba a sentir como en casa desde el primer momento, gracias al modo ser de las personas que no perdían la ocasión de sonreírte, de hablarte, de hacerte partícipe de ese bonito mundo que es Madrid, desde las personas con las que te cruzabas por la calle hasta los profesores de la facultad. Iba a conocer personas que pronto se convertirían en mi familia madrileña. Iba a conocer a Merav, una chica israelí que hoy todavía, después de tres años y tantas fronteras que nos separan, sigo considerando como una hermana mayor. No sabía que iba a poder contemplar la Puerta de la Alhambra abrirse frente a mis ojos, en Granada, o ver el sol ponerse en Sevilla desde lo alto de Las Setas, durante un viaje "on the road" por Andalucía; no sabía que iba a descubrir lo altas que eran las olas del Océano Atlántico, mientras todos hacían surf en San Sebastián, o lo impresionante que era el museo Gugghenheim de Bilbao, durante un viaje Erasmus al País Vasco. No sabía que, cinco meses después de la partida, las fronteras para mí no iban a representar nada más que líneas trazadas sobre un mapa, a partir de las cuales comenzaban nuevas realidades que iba a descubrir. Iba a conocer mucha gente de culturas muy diferentes a la mía, e iba a entender que la diferencia te hace crecer, y mucho. Iba a descubrir que ni todas las diferencias del mundo nos hacían realmente diferentes delante de una cerveza o de un picnic todos juntos en el Parque del Retiro.

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Cuando el viaje llegó a su fin noté una sensación extraña dentro de mí, estaba triste y al mismo tiempo solo quería agradecer a aquella ciudad maravillosa que me había literalmente robado el corazón y, entonces, para no perder ni siquiera un detalle escribí en mi diario las siguientes líneas:

"Fin del camino. Las maletas están cerradas. Dentro están ya todos los recuerdos, emociones, las sonrisas compartidas. No son ligeras, pero será quizá culpa de todo el peso que esta experiencia ha tenido en mi vida. Con un nudo en la garganta me he despedido de todas aquellas personas que durante cuatro meses han sido mi familia... pero sonrío porque ahora sé que el mundo es un lugar impredecible y probablemente nuestro caminos se vuelvan a cruzar. Echaré de menos caminar por estas calles llenas de graffitis y a las personas que tienen ganas de ser alternativas, solo para rebelarse contra una vida que intenta ser aburrida. Echaré de menos la energía, el perfume de entusiasmo en el aire, el optimismo en los ojos de la gente. Echaré de menos cada pequeña cosa. Los churros que ni siquiera me gustan, la Napolitana de chocolate que sí me gusta. Los montaditos que comía jurando y perjurando que sería la última vez, y que al final no lo era. Echaré de menos las charlas y los encuentros de un minuto con personas que probablemente no iba a volver a ver. Echaré de menos las jornadas a mil por hora. Echaré de menos todas estas emociones que cuestan poco pero que valen mucho. Echaré de menos el Carrefour 24h, la Tarjeta del metro, la cerveza de Malasaña y el Rastro los domingos. Echaré de menos la paz del Retiro, encontrarme a mi misma en el ruido de las hojas.. los últimos pensamientos van entonces para este viaje, surgido de un desafío personal. A Madrid, que me ha robado el corazón y que me ha dado más de lo que yo me hubiera esperado recibir. A este tiempo limitado, que me ha permitido vivir cada momento de forma muy intensa. A todo aquello que he aprendido, a los prejuicios resquebrajados, a las distancias reiniciadas. A las sonrisas que nunca faltaron, a las dificultades que me pusieron a prueba, a la curiosidad que fue una constante siempre, a los descubrimientos, a las conquistas. A un nuevo capítulo que empieza hoy. A mi nueva yo. "

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Aún hoy, cuando hablo de Madrid, no logro dejar de sonreír porque, después de todo, sigue siendo mi ciudad y porque, como todos aquellos que han vivido una experiencia Erasmus ya sabrán: el primer Erasmus nunca se olvida.

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