Entre le Rhône et la Saône
Familia, fiesta, comida y arte. Aunque esta última podría englobar perfectamente a las tres anteriores.
Hace tan solo dos semanas que llegué a Lyon, Francia. Tenía las expectativas muy bajas, ya que mi ilusión era ir a Bélgica y hacer allí el erasmus. El día 28, llegué con mi madre y con mi padre a la residencia; vinimos desde Madrid en coche, por lo que estábamos muy cansadas; y al llegar con todas las maletas (y sabiendo que algo malo tenía que pasar) me denegaron la entrada, ya que no habían recibido los papeles debido a un retraso del correo. La poca ilusión que tenía se desvaneció. Al día siguiente conseguí entrar en la habitación y mis padres se volvieron a Madrid. Estaba totalmente sola. En un país extranjero (en el cual cuando me hablaban no entendía absolutamente nada), sin mi familia y sin mis amigas. Decidí salir a dar una vuelta y conocer un poco Lyon. Llegué al parc de la tête d'or(tras haberme perdido cuatro veces en el metro y a punto de explotar) y empecé a caminar hasta que vi un piano. Dicen que la música amansa a las fieras, y yo no puedo estar más de acuerdo. Me senté en la banqueta y empecé a tocar una de mis canciones favoritas de Amy Beach y, de repente, todas mis preocupaciones y todos mis miedos se desvanecieron.
Cogí el metro (mucho más tranquila y sin perderme) y justo antes de entrar en la residencia vi en la puerta un coche con matrícula española. Había un padre descargando maletas. Sin pensármelo dos veces fui a hablar con él. Ahora mismo, su hija es mi mejor amiga en Lyon. Coincidió que esta chica estudia la misma carrera que yo, le encanta salir de fiesta, toca un instrumento, le apasionan los museos, no sabe cocinar (aunque estamos aprendiendo) y le encanta la moda. ¿Lo primero que hicimos? Ir al museo Lumiere, ya que otra de nuestras pasiones es el cine.
¿Lo segundo? Salir de fiesta. Nos duchamos, nos vestimos (con un jersey porque aquí en septiembre hace frío), nos maquillamos y nos fuimos al Rhône, que es el río en donde todo el mundo queda.
Aquí conocimos a francesas, italianas, americanas, españolas… y nos fuimos al Café Sevilla, que es una de las mejores discotecas en Lyon (como su nombre indica). A la mañana siguiente, nuestras amigas francesas nos llevaron a cenar a un restaurante ideal, en el distrito III, donde disfrutamos (y no exagero) del mejor queso que hemos probado en nuestra vida.
Hoy, 10 de septiembre, puedo decir que menos mal que me dieron Lyon y no Bélgica. Nunca pensé que visitaría (ni que tendría la oportunidad de estudiar el erasmus) en una ciudad así, tanto por su gente (dicen que los franceses son unos bordes, pero yo os digo que eso no es así, que son casi igual de majos que los españoles) como por su esencia renacentista y medieval.
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