Francia, 4 meses después...
7 de junio de 2016
Son las 4:30 de la madrugada. Después de haberme venido de viaje a Eslovaquia el día 1 de junio, ya es 7 de junio y es hora de volver a Francia. Como cada vez que tengo que coger un avión, dormí fatal en el hotel de Vecses, que está a 4 horas del aeropuerto de Budapest. Pero al menos podía estar tranquilo porque ya había resuelto el problema que tenía ayer con el peso de las maletas y tenía ya la tarjeta de embarque. ¡Vamos con las maletas!
Podía moverme mejor si arrastraba por un lado solo la maleta a la que le faltaba una de las cuatro ruedas. Así fue como llegué hasta la parada del autobús, aunque no rularan las ruedas por la gravilla. Cuando llegó el autobús, una persona me ayudó a subir mi segunda maleta.
Una vez ya estando de camino por la carretera principal, se ve lo amplio que es el horizonte. Son las 5:15. El alba inunda el cielo de una punta a otra formando halos que salen del astro solar como si se tratara de erupciones continuas, las primeras azules, después se tornan naranjas y después de fuego. El autobús se apresura hasta llegar a las pistas de aterrizaje. Me gustaría haber podido parar el tiempo unos segundos para poder quedar saborear un poco más esos últimos minutos de mi viaje, que está a punto de terminar.
Cuando llego a la terminal facturo mis maletas y me dispongo a pasar los controles de seguridad ya que son muy estrictos con la hora de embarque. Ya estaba sentado y tranquilo en el avión, listo para ponerme a dormir. Tan solo había dormido cinco horas. El avión deja de ir marcha atrás para por fin alzarse en el cielo ya calmado. Son las 6:35.
Estamos en Bruselas, Bélgica y es la última escala antes de llegar a Lyon, mi destino final. Cada vez se escucha a más gente hablando francés. Cuando pasé por Hungría hace ya dos horas, me quedé sin palabras. Me quedé sin habla también por las noticias. Me puse a pensar en las víctimas del atentado que tuvo lugar en este aeropuerto el día 20 de marzo. Tan solo dos meses después de haber hecho escala en ese sitio para ir a Viena.
Entre las 8:35 y las 9:35 se repite el mismo proceso que para el vuelo de Budapest a Bruselas, solo que esta vez el avión iba con media hora de retraso. «Tienen que arreglar un fallo» escuché en el avión en francés. ¡Por fin franceses!
Sobrepasando Francia por encima de las nubes.
¡Francia, te veo a las 11:30 después de un tercio de año! Ese periodo tan corto de tiempo en el extranjero ya me parece ridículo en comparación con los que se pasan años en países que están mucho más lejos que Eslovaquia. Me pregunté para mis adentos, ya que estaba mudo por mi regreso, cómo habrán vivido la vuelta a Francia Florence Aubenas o Ingrid Betancourt. Además, ellas, al contrario que yo, ¡han estado incomunicadas de sus seres queridos y del mundo en general todo ese tiempo!
El sol, tal y como solía hacerlo en Budapest, ahora brilla en el aeropuerto de Lyon y pasa a través de las cristaleras. Cuando paso por los pasillos escucho como mi lengua materna, que era tan rara por aquellos lares, ahora está presente en la mayoría de conversaciones. Antes de estrechar a mi padre y a un amigo entre mis brazos tengo que pasar sin falta a por la cinta de recogida de equipaje. La cinta de goma se activa enseguida. Las maletas van cayendo una a una por la trampilla como si fueran tirándolas con cuentagotas. Aquí me inquieté mucho por si se me perdía alguna. Esta vez tenía razones para sentirme así. No volvería a casa con una maleta menos. Como ayer, era la misma que me dio problemas en Bruselas: la gris.
En la oficina de reclamaciones y de objetos perdidos, el responsable de tez morena me dijo: «En unos días te la enviaremos a casa». Como acababa de llegar del extranjero, le di las gracias farfullando una especie de franglés. Se compadeció de mi y me dijo: «¡No pasa nada! » Como ya me dijo un turista francés que me crucé en Budapest en los bancos de la sinagoga: «Qué raro se te va a hacer cuando vuelvas a Francia».
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