De la fondue de queso a la fondue de chocolate
Dos amigas y yo acabamos ayer noche encerrados en el parque de Lugano. Todo empezó después de comer una riquísima fondue de queso en la iglesia.
La hermandad de estudiantes de la universidad nos reunimos la noche anterior para degustar uno de los platos más típicos de Suiza: La fondue de queso. El precio para poder optar a digerir semejante cantidad de queso eran de 4€ por persona. Si ya lo dije yo, la iglesia no se anda con hostias y quiere money, money para seguir predicando la bona nova. Aunque tampoco se nos vaya el santo al cielo y nos pensemos que lo hacen todo por conseguir unos cuantos francos suizos, francamente.
Antes de empezar con la inmersión en la fondue, el Padre nos advirtió que bajo ningún concepto bebiéramos agua durante la ingesta de queso, ya que este se podía solidificar en nuestro estómago y formar una especie de cemento rocoso (y eso que no era roquefort) en la boca del esófago, algo que nadie de los apóstoles ahí presentes (éramos alrededor de 12) estábamos dispuestos a sufrir. Para nada queríamos que esa fuera nuestra última cena, así que acompañamos la fondue con algo de vino blanco. ¡Qué remedio! – pensé yo. Normalmente el vino eclesiástico es negro, pero tantos años con el mismo debían estar hartos y decidieron cambiar, así que nos vino blanco en la mesa.
Jesús… la gente está muy loca. Hubo alguien que destacó por encima de los demás, y no, no fue un Judas chivándose de que todavía no tengo permiso de residencia en suiza y que mi seguro médico no es válido en Lugano. Fue una persona de la calle que sin más entró a la sala y se puso a comer fondue como si no hubiera mañana. Era un hombre mayor que no paraba de hablar con cualquiera que estuviese cerca de él y que no paraba de reír por cualquier tontería. Sin embargo, sucedía algo extraño, a la vez que reía lloraba desconsoladamente. La gente estaba muy confundida, no sabíamos si estaba loco, si realmente estaba disfrutando al máximo del delicioso queso desecho o que simplemente se estaba quemando exageradamente la lengua.
A su lado, casualmente, había otro hombre que también desprendía líquido de su cuerpo, pero esta vez en forma de sudor. Y es que la fondue de queso tiene eso, te deja tieso de calor si no haces breves pausas alejándote de la mesa durante un rato. El pobre hombre parecía que se estuviera fundiendo el mismo en la silla, lo que pasaba es que tampoco podíamos decir que estuviera como un queso como para que las mujeres que compartían mesa se lo pudieran comer. Quería conseguir una foto de ellos fuera como fuera y no sabía cómo, pero inesperadamente, en el momento que iba a tomarles una foto robada, fue el mismo risitas llorica que me pidió que les hiciera una a los dos. Y se hizo la luz del flash.
Pero el momento estrella de la noche fue cuando el Padre se levantó de su celestial silla, cogió el micro y se dispuso a leer su versículo favorito en forma de pregunta: ‘¿De dónde sois? ¡Que levante la mano los de España! ¡Ahora los Alemania! ¡Los de Italia! Etc. Una vez satisfecha su demanda, proseguimos con el pan de cada día mojando el queso.
Nos pusimos hasta el cuello de fondue, pero tuvimos la suerte de que el queso estaba curado y no tuvimos que preocuparnos por si nos poníamos malos. Nos fuimos a casa y nos encontramos con que la gente quería jugar a cartas. Y fue cuando me pregunté: ¿Quesomos? ¿Una residencia de Erasmus o de ancianos? Así que como era domingo y todo estaba cerrado nos fuimos al parque junto al lago a continuar nuestra particular fiesta evangélica. Pero la gente no vino. Quiero decir, que no bebió vino y no estaba tan animada como para salir.
Una vez ahí, tuvimos unas conversaciones muy profundas, del tipo: ¿Quiénes somos? ¿De donde venimos? ¿A dónde vamos? No, es broma. Simplemente estuvimos charlando sobre películas de miedo, experiencias paranormales que habíamos tenido o de si creíamos en fantasmas, ovnis y demás. Parecíamos tres adolescentes intentándonos darnos miedo con pequeñas historietas o haciendo bromas in situ. Y lo que acabó pasando es que nos cerraron las puertas del parque (sobre la 1 de la mañana era) sin darnos ningún aviso y vivimos nuestra peculiar experiencia paranormal, o mejor dicho, para nada normal.
Nos quedamos completamente solos, aunque a veces no lo parecía debido a unos ruidos extraños que escuchábamos y anduvimos buscando durante un buen rato la mejor salida posible. El avistamiento de un posible ovni la noche anterior sobrevolando el lago también influyó un poco en nuestro miedo y ganas de escapar de ese lugar. En cualquier caso teníamos que saltar alguna valla, así que una vez encontrada la mejor nos dispusimos a saltarla, pero con la mala pata que casi me quedo crucificado a lo Jesucristo por los pies y las partes más nobles debido a los puntiagudos barrotes que diseñan expresamente para gente que quiera atracar un parque. Ya me diréis que sentido tiene cerrar un parque… Que yo sepa los perros no se escapan de sus casas a media noche para cagarse ahí.
Sin embargo, nosotros sí que acabamos en nuestras casas algo cagados de miedo y con el corazón a cien por si nos teníamos que quedar la noche en vela en un solitario parque de Lugano. Total, la fondue de queso acabó convirtiéndose en una grandiosa fondue de chocolate en nuestro cuarto de baño. Lo sé… ¡Es un final un poco mierda! :D
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