Cojo y me voy
Uno de los momentos más duros que he pasado durante el Erasmus fue la lesión de rodilla que sufrí el pasado noviembre mientras jugaba un partido de futbol. Fue de repente, mientras corría, así sin más… Yo quise seguir porque pensaba que no sería nada importante, pero el dolor al doblar la rodilla era insoportable, así que paré y les dije a mis compañeros: “Cojo y me voy”.
Y bien cojo que iba… Así estuve alrededor de dos meses, sin poder superar la irrisoria velocidad de 2km/h. Se me hizo eterno, ya casi no recordaba andar con normalidad y lo único que deseaba era volver a esprintar de un momento a otro a lo Forrest Gump cuando se desprende de sus artilugios metálicos de las piernas.
Pensando que se me resolvería solo, no recurrí a ningún hospital hasta pasadas dos semanas de mi lesión. Me puse en contacto con mi seguro médico para contarles mi situación y preguntar dónde podía acudir aquí en Lugano. Tras varias llamadas y haber hablado con diferentes personas de la aseguradora me dieron un sinfín de códigos e indicaciones para concertar una cita. Tanto era el lío que tenía en la cabeza y el colapso mental que me había ocasionado tantas cifras y direcciones que le solté un: “No lo cojo”. Al tío se les escapó la risa y yo, tonto de mí, no caí del porqué hasta después de haber colgado.
Me mandaron al hospital más alejado de dónde vivo para que me hicieran una revisión. Tuve incluso que subir un tramo cuesta arriba, hasta casi media hora después que llegué a la cima hospitalaria arrastrando los pies. Acabé realmente muerto. Una vez ahí me practicaron la autopsia, digo la radiografía, y no vieron nada en absoluto. Yo les intentaba explicar en italiano exactamente dónde me dolía y cómo había sido, pero mi italiano también andaba cojo y no pude expresarme cojonudamente.
“¿Te lo recojo? ” era la broma fácil después de acabar de comer o si se me caía algo. Tenía su gracia, sobretodo cuando contestaba un “sí, gracias”. Y fue gracias a una pomada y unas pastillas que me recetaron, que poco a poco fui mejorando, con alguna recaída que otra después de jugar algún partido de futbol, hasta que un día, sin darme cuenta, empecé a andar con normalidad y no pude evitar expresar un “¡Anda! ¡Mira qué bien! ”.
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