Comienza la aventura: Bélgica y Holanda 2º part (Antonio contra el tiempo)
Todavía me encontraba en Łódź, ese día uno de febrero que jamás olvidaré y es que como comentaba en mi último artículo, tras haberme quedado dormido y despertándome a las 8,07, miré el móvil y pensaba que ya no llegaría de ninguna de las maneras, por lo que volví a quedarme dormido hasta que el compañero gallego me despertó y se llevó las tarjetas de embarque. Descubrí que la hora de salida del tren de Łódź hacia Varsovia era a las 9.37 y por ello metí el turbo de mi vida para ducharme, vestirme, preparar la maleta y correr como nunca antes había corrido primero a sacar dinero y luego hacia el tranvía número doce que me abrió las puertas en el último segundo.
Ese tranvía doce pasa cada ocho minutos por lo que si me había montado a algo así como las 8,57, el siguiente no lo pillaría hasta las 9,05, cosa que complicaría aun más mi viaje y mi más que esperada llegada tarde por consecuencia al tren. Pero no era el caso y había tenido esa chispa de suerte con la que me monté en ese tranvía que para mí llegaría sobrado de tiempo.
Pronto empezaron las complicaciones, pues aunque aun quedarían cuarenta minutos para que el tranvía hiciera unas diecisiete paradas más o menos, en la tercera cerca de rondo solidarnosci se llevó algunos minutos en los que la cosa no avanzaba. No era difícil de imaginar esa situación, pues es una rotonda con miles de variantes, trenes que se cruzan por ambos sentido y perpendicularmente, y semáforos que duran nada y menos en ponerse en verde. Si a eso le sumas uno de los semáforos más lentos de toda Polonia con casi toda seguridad en ponerse en verde, pues hacía que empezara algo de nerviosismo en mí, aunque no totalmente pues aun veía que quedaba bastante tiempo.
Pronto pasé aquella rotonda maldita y hablando con uno de mis compañeros que ya se encontraba allí en la estación esperando irse hacia Varsovia, le dije que me comprara el billete que le daba el dinero en cuanto llegara. Para mi sorpresa me dijo que no, que podía perderlo y el perdería el dinero, cuando lógicamente se lo daría yo ese dinero nada más verlo en el hipotético caso de que lo perdiera. No me hizo el favor, cosa que nunca llegaré a entender cuando tan sólo costaba 19 zlotys, por lo que se lo pedí a los dos compañeros que viven ahora en mi residencia número diez, que se encontraban a unas siete - ocho paradas por delante mía en el mismo tranvía doce. Ellos sí que tenían claro que iban a llegar, y es por eso que se los dije cuando fueran a comprar su billete; no hubo complicaciones y en cuanto llegaron más tarde se hicieron con uno más para que yo no perdiera el tiempo en el proceso en cuestión.
Transcurrían las paradas lentamente dentro de mi subconsciente y cada vez que miraba el reloj iba más y más rápido (lógicamente sensación mental), y es que cuando quedaban unas doce paradas, el tiempo indicaba un contundente 8,13, quedando aun para el minuto final unos 24 lapsos de sesenta segundos, que daba a dos minutos por parada; lo cual significaba que estaba de tiempo sobrado pues la mayoría de las paradas se hacen a los 45 segundos más o menos hasta volver a salir (e incluso muchas menos tiempo al estar en la misma calle).
Todo parecía que se iba tornando a la manera positiva hasta que me llega un mensaje de esta primera persona que no me hizo el favor en comprarme el billete y me dice que se había equivocado, que el tren pasaba a las 8,29, por lo que tenía ocho minutos menos y cuando quedaban ocho paradas justamente disponía de unos trece minutos hasta que llegase el tren.
"Ufffffffff, la cosa se pone fea Antonio, esto sólo lo puede salvar quien yo me se si es que existe". Y es que cuando leí ese mensaje fue cuando ya empecé a decir aunténticas gilipolleces por whatsapp desde que parasen el tren, hasta que la liasen en plan que me caigo y subieran ya con el tiempo cumplido, y es que tenía una amarga sensación de que estaría la cosa demasiado justita incluso de poder perderlo. Tenía un minuto y algunos segundos por parada, pero dependía de que los semáforos y la última rotonda de nuevo infernal me respetaran y no llevaran al traste todas mis ilusiones de ese momento.
Pasaban las paradas pero el tiempo aunque respetaba rozaba el minuto por parada, dándome esos quince segundos de margen por cada "stop", los cuales tendría que usar más tarde para de nuevo correr lo más rápido que pudiera y llegar primero a la estación y luego a la vía o "peron" en polaco en cuestión. Ésta, que se la pregunté a los compañeros que estaban allí era la vía uno, por lo que sería justo la primera que me encontraría una vez estuviera en el callejón, por lo que ganaba unos segundos que me podrían venir muy bien para la carrera final que se anticipaba. Serían unos ciento cincuenta metros, con escaleras incluídas, un frío de uno menos tres o cuatro grados y una maleta que no podría rodar, sino que lo mejor para ir más rápido era el que la llevara en una mano a peso, aunque fuera más difícil a priori y me cansara más corriendo.
Pero no podía pensar en eso, sólo en el reloj, el número de paradas y el número de minutos hasta que me toco el bolsillo de mi chaqueta donde guardé el día anterior las tarjetas de embarque y me doy cuenta de que las mías de los viajes de ida y vuelta no están, ninguna de ellas; recordando luego que al dárselas al compañero gallego las suyas y las del gaditano que vive en la residencia número diez conmigo también; pues dejé las mías encima de la mesa con las prisas. Lógico que algo se me olvidara si estoy a 3.000 revoluciones preparándolo todo, pero eso de nuevo era un mal menor (72,50 eurazos no es un mal menor, es un problemón el no tenerlas), comparado quiero decir con la posibilidad de perder el tren hacia Varsovia.
Porque cuando luego me enteré de que el siguiente salía una hora y media después, haciendo cálculos de que todo saliera perfecto, no llegaría ni de coña al vuelo excepto que se retrasara, cosa que no iba a caer la breva posiblemente.
Las cosas no podían estar saliendo peor en este inicio de viaje, quedándome dormido, cogiendo el tranvía doce por milésimas de segundo, no comprándome de primeras un compañero el billete (si bien al final los otros dos que iban algo por delante sí que lo hicieron), enterándome que el tren sale doce minutos antes de lo pensado y encima olvidándome de las tarjetas de embarque encima de mi mesa, teniendo la imagen en mi mente de ambas dobladas como una losa que me pesaba demasiado en ese momento.
No podía entender cómo esa "desviación negativa" me seguía a todas partes desde hacía unos meses, pero no era tiempo de rechistar, sino de ver si llegaba o no llegaba. Fruto de nuevo del mal cálculo me di cuenta de que quedaban un par de paradas de más que no tenía previstas cuando en una misma línea en el tranvía, ponian dos nombres apartados por una barra, "/", lo cual indicaba que aunque estuvieran ambas paradas en la misma calle, serían dos y no una las veces que el tren dejaría de marchar. Llegó el momento en el que quedaban siete minutos y tres paradas y aunque la cosa estaba chunguísima, yo aun me veía con alguna opción. Opción que se esfumó en el momento en el que en una calle cuando ya iba a por la penúltima parada, se tuvo que frenar el tranvía por una furgoneta con las luces de avería puestas. Fueron sólo unos treinta segundos perdidos, pero eran unos treinta segundos fundamentales que podrían decidir si me valía o no me valía todo el esfuerzo y las carreras realizadas.
Seis minutos y aun tres paradas, pero pronto llegó la antepenúltima, y dejaría cinco minutos y cuarenta segundos para dos paradas más y salir empitonado hacia la estación. Ya me encontraba en posición de Usain Bolt (hombre más rápido del Mundo para el que no lo sepa), pero de nuevo la mala suerte se apoderó de mí y se llevo tras esa penúltima parada, justo a escasos metros de la estación de tren exactamente dos minutos en la rotonda hasta que pudo pasar. Era otra rotonda infernal, de esas de miles de variantes y problemas y de que si tienes prisa pero no suerte, dile adiós a todo. Cuando arrancó quedaban unos dos minutos y medio para la hora prevista que saliera el tren.
Me decían por el otro lado que el tren ya se encontraba en la vía y que las puertas estaban cerradas, lo que significaba que en cualquier momento andaría y todo se convertiría en un "Game Over". Fue entonces cuando llegó el tranvía número doce a la parada en cuestión, y salí corriendo a miles de kilómetros hora hacia la puerta, bajando los escalones de dos en dos y subiéndolos de tres en tres. Corría y corría con un viento que me rozaba la cara y molestaba muchísimo, pero que el momento en cuestión tampoco es que dejara mucho en lo que pensar. Hubo un momento en el que las fuerzas flaquearon, las piernas me dolían y mi biceps no podía más. Quedaban oficialmente unos veinte segundos y ya no confiaba para nada en mis posibilidades, ni yo ni nadie de mis compañeros que ya se encontraban sentados en el tren.
Pero saqué fuerzas de donde no las tenía y seguí corriendo hasta entrar por la puerta, y en sprint continuo bajar las escaleras, volverlas a subir por la vía uno y ver cómo a la izquierda subiendo de nuevo escalones juntos de tres en tres se encontraba un tren mirando hacia el lado bueno. Corrí hacia una de las puertas, donde estaba un operario, pero aunque intenté abrirla no se podía. Le pedí que me ayudara y él me abrió la puerta incluso rechistando. Fue justo cuando me subí que el operario se subió detrás y noté como el tren empezaba a moverse.
Había pasado, había subido, justo en el último segundo, y aunque mis piernas se resentían yo me sentía el hombre más féliz del Mundo en ese momento. Lo había conseguido, pero había sufrido lo insufrible. Pero.... ¿era ese el tren bueno?
Continuará....
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Comentarios (4 comentarios)
Alberto García hace 11 años
Yo he vivido eso contigo, que poco faltó
Anthony Power hace 11 años
Ni que lo digas
Saul Latorre hace 11 años
Mu rico mami!
Ana Morillo hace 11 años
Interesante!