Días 55-56: la visita de la cuadrilla (Primera parte: Leiden)
El martes por la noche, el primero de mis amigos llegaba a Amsterdam. Alex me comentó que llegaba un día antes que el resto porque ésta era su ciudad favorita en el mundo. Y, siendo una de las personas con más aeropuertos a la espalda que conozco (desde Japón a Hawái y desde Noruega a Australia), quizás me lo hubiera creído, pero resulta que se confundió de día al ir a comprar el billete. En fin, no le culpó, con todas las chorradas que tienes que esquivar en el proceso de reserva de un vuelo de Ryanair…, se comprende perfectamente. Además, él venía de Madrid, donde está estudiando este año, así que iba a tener que hacer otro viaje a Schiphol sí o sí, porqueno wayde que llegaran todos al mismo tiempo.
La verdad es que no me curré mucho su llegada: otras veces he escrito carteles, pancartas en sábanas y hasta he llevado regalos. Pero aquel día no me sentía muy por la labor. Y menos mal, porque yo estaba esperando en un banco cercano a la puerta de llegadas y prácticamente tuve que correr para pillar a Alex de lo rápido que iba, y eso que llevaba un maletón consigo. Tras los saludos y tal, el resto de la noche me estuvo dando envidia con sus últimos viajes y sus proyectos (porque siempre tiene alguno mente, eso seguro). No sé qué me ocurría aquel día, quizás aún no me había recuperado del todo de la visita de mis padres (¿quién habla de la vitalidad de los jóvenes?), pero estaba particularmente cansado. Por suerte, aquella semana Giulia se sentía especialmente cocinitas, así que nos hizo la cena a todos. Apenas tuve que hacer de mediador casi, porque Alex es muy extrovertido y le encanta conocer gente nueva, así que en seguida se pusieron a hablar de lo que él había visto ya de Italia y de lo que ella le recomendó que no podía dejar de visitar.
En seguida nos fuimos a la cama, porque también él estaba reventado, y eso que me ofrecí a bajar al pub del campus, con el peligro de quedarme dormido encima de mi cerveza. Jeanne me había dejado un colchón para Alex, y la verdad es que casi se lo cambio de la buena pinta que tenía. Así que sin más dilación, una de Lunnis, y hasta mañana.
Por suerte, al día siguiente habíamos programado una excursión a Leiden. Digo por suerte porque es más difícil pensar en cómo pasar todo el día con una persona que, aunque tu amigo, estás acostumbrado a desarrollar esa amistad con más gente. Es decir, no sé si será el caso de todo el mundo, pero yo tengo por un lado amigos con los que salgo en grupo, y, por otro, amigos con lo que salgo en grupoyquedo a solas en ocasiones. Es muy distinto. Evidentemente, los segundos son con los que más relación tengo y, aunque aprecio a los primeros también, no podría ni empezar a imaginarme pasar un día entero con ellos. No hay que decir que Alex es de los segundos, de ahí todo este rollo. En todo caso, una excursión con Jeanne, Cristina y Giulia fue un entorno de amistad del todosuficiente.
Una vez más, los trenes camino de Leiden no nos decepcionaron y llegamos a la hora… Bueno, a la hora que nos dio la gana, porque no tenía nada mirado. Esa es la diferencia de cuando viajo en solitario y cuando no: yo soy maniático de las guías de viaje, los consejos turísticos y los carteles señalizadores, por si no había quedado claro a estas alturas del blog. Aun y todo, debo decir que lo primero que hicimos nada más bajarnos del tren fue acudir al centro de información turística. Bueno, lo segundo, pues primero nos ocupamos asombrándonos de la presencia de unJumbo. Hasta entonces pensábamos que esta cadena de supermercados sólo existía junto a nuestro campus, porque sus precios abusivos sólo podían ser tolerados por estudiantes sin muchas más opciones. De todos modos, en la oficina de turismo (que en Holanda recibe el curioso nombre deVVV, como quizás recordéis del viajecito que se pegaron mis padres en Rotterdam para encontrarla) nos miraron con el ceño fruncido cuando les dijimos que sólo veníamos a pasar el día. Pero nos dieron unos mapas, y con eso pudimos apañarnos perfectamente, pues alguno debía tener sentido de la orientación. Aún no he averiguado cuál de nosotros.
Lo primero que nos llamó la atención de Leiden fue su tranquilidad. Lo cierto es que esta pequeña ciudad a tan sólo 20 minutos de Amsterdam es muy similar a la capital en su arquitectura, la omnipresencia de los canales, las gentes… Pero es mil veces más silenciosa. De hecho, tardamos bastante en encontrar a una persona por la calle. Efectivamente, latranquilidadde antes sólo era un eufemismo demuerte. ¡No había nadie por las calles! ¿Dónde se metía la gente? Mientras mirábamos debajo de las piedras, descubrimos todo un molino en mitad de la ciudad (¿pueblo?), peor nos encantó sobre todo el mini-puerto interior, con sus barquichuelas y su restaurante de a 10 euros la hogaza de pan (y eso que sería pan holandés). Y el McDonald’s situado en el centro del pueblo. Nada como uno de estos para sentirte como en casa. No es que me guste particularmente esterestaurante(de hecho, soy más deBurger King), pero me ocurre como con las paradas de metro en Bilbao: una vez encontrada una, me siento en un sitio conocido, a salvo. Acabo de escribir el mayor homenaje gratuito a McDonald’s, seguro que sí.
Finalmente dimos con la principal calle comercial de Leiden, que estaba abarrotada. Ingenuos de nosotros mirando debajo de las piedras… ¡esto es Holanda!, ¡aquí no hay crisis! Mejor comprobar las tiendas y te ahorrarás una buena investigación de campo, como diría Artigot (DEP). Mientras Cristina y Giulia se compraban sendos pantalones (parece ser que coincidimos con las rebajas, cosa que nunca me sucede en Bilbao porque siempre estoy o de exámenes o de viaje por vacaciones), yo me dediqué a curiosear a ver si encontraba algún café por las cercanías. Y, por extraño que parezca, en este país, reino indiscutible de los lugares calentitos donde poder volver a sentir la sangre circulando por los dedos, no encontré ni uno solo.
Al fin, tras media hora de búsqueda interminable por calles desiertas (sí, nos volvimos a alejar de la zona comercial) y encantadores patios y verdes jardines, dimos con una cafetería de lo más curiosa, justo al principio de un mercadillo callejero. Así que entramos dentro para tomarnos un buenhot chocolate(o café, a los que les gusta) acompañado de su buen trozo de tarta, como la tradición manda o debería mandar si no lo hace ya. Una vez más, el café no nos dejó indiferentes, con su decoración totalmentekitschy su personal de sexo ambiguo. Tuvimos un par de accidentes, por cierto: Giulia se tiró medio chocolate por encima y a Jeanne se le cayó media porción al suelo. Si es que no se las puede sacar a ningún sitio… xD
Una vez recuperadas las fuerzas, nos pusimos manos a la obra con el mercadillo. En su día, me propuse visitar todos los mercadillos callejeros de Amsterdam, pero como ya sólo tengo uno pendiente (el aislado Dappermarkt), creo que decidí tácitamente extender mis dominios a todo el país. Si me llego a quedar 6 meses más,I would have accomplished! El mercadillo de Leiden era mucho más grande de lo que parecía a simple vista, probablemente porque se extendía a través de diversos canales y era imposible contemplarlo todo de una vez. Aunque era sobre todo de frutas, verduras, pescados y otras comidas, nos lo pasamos pipa poniéndonos finos a base de queso, torciendo el morro por el olor de los peces y cerrando la boca para que se nos escapara la baba ante la procesión de dulces que pasaron ante nuestros ojos. Al final, me hice con unas patatas fritas (quizás por el recuerdo del McDonald’s), las patatas fritas más grandes que he visto nunca. Fue curioso contemplar a unas adolescentes sentadas en hilera frente a un restaurante: todas divinas con su largo cabello rubio, sus botas de piel, sus gafas de sol (?), mirando en la misma dirección y, probablemente comiendo lo mismo. Todo un espectáculo surrealista.
Leiden es la ciudad de Holanda con mayor densidad de museos. Sin embargo, no visitamos ni uno solo. Tampoco es que me arrepienta demasiado, porque los miramos con antelación y todos eran un poco estilo aquel museo que NO estaba dedicado a España que tuve la mala suerte de acabar visitando en Maastricht. Quiero decir, la mayoría estaban dedicados a la historia de las vigas, el desarrollo de los sauces o la formación de los canales. No, la verdad es que no me llamaron demasiado la atención. Ni a mí ni a ninguno de nosotros. Y, de todas formas, Leiden está a tiro de piedra de Amsterdam, así que siempre podemos acercarnos alguna noche de insomnio. No, para ser sinceros, el motivo de no visitar ni uno solo se debe en gran parte a que sólo tres de nosotros teníamos la Museumkaart y, desde luego, no merece la pena hacer pagar a los demás la entrada a un museo relativamente interesante. Y he dicho relativamente. Pese a todo, para demostrar nuestra buena voluntad, hicimos un amago de visitar el jardín botánico de la universidad. Nos costó 5 largos minutos darnos cuenta de lo que estábamos contemplando no era el original, sino sólo una maqueta. Ya decía yo que me parecía más un parterre que un jardín. Por cierto, el original no estaba abierto al público.
Como, a pesar de llevar mapa, no seguimos un recorrido muy definido, pasamos de largo de una bonita iglesia cerrada, en mitad de más calles desiertas. También examinamos la competencia (desde fuera) en la Facultad de Derecho de la Universidad de Leiden, una de las Facultades más prestigiosas del país. Y también bastante más antigua y bonita que la nuestra, con toda seguridad. Lo que ya nos costó un poco más fue encontrar el camino de vuelta hacia el centro urbano, porque la universidad estaba rodeada de canales que a nosotros, por no ser familia del amigo Jesús, nos impedían el paso constantemente.
Ya de nuevo en la (escondida) civilización, nos encaminamos hacia una elevación que destacaba mucho en nuestro mapa turístico. En nuestros esfuerzos por encontrarla, nos acabamos topando con el Ayuntamiento, un viejo y feo edificio que ocupaba toda una manzana. A pesar de ello, resultaba encantador e imponente como se entremezclaba con las demás construcciones, y es que, a diferencia de la mayoría de los ayuntamientos (en inglés tienen 80 palabros para decirayuntamiento¿y en castellano sólo tenemos uno? I can’t believe it!), este se encontraba inmerso en la fila de casa de su calle, sin un plaza o, por lo menos, un espacio propio con distancia de seguridad, como viene siendo usual en esta clase de edificaciones públicas.
Bueno, como iba diciendo, nos costó horrores encontrar aquellas maldita colina, porque todas sus entradas estaban camufladas en callejones, pero sólo una de las verjas estaba abierta. Resulta que, desde un patio interior en mitad de la ciudad, se accede a una colina bastante elevada, en cuya cima se halla una fortificación circular desde la que se puede contemplar prácticamente toda Leiden. Es un lugar precioso, posiblemente el sitio que más me gustó de la ciudad. Si te paseas por las almenas, encontrarás distintas explicaciones de los edificios que puedes ver desde cada parada en los 360 grados del recorrido. Y nada más pintoresco que un enorme árbol para presidir toda esta atracción. Totalmente recomendable.
A eso de las 4 de la tarde, cuando definitivamente NO había gente por las calles y el mercadillo y las tiendas comenzaban a cerrar, buscamos un sitio para comer. ¡Y sorpresa!, no acabamos comiendo hamburguesa, pero sólo porque nos prometimos expresamente que evitaríamosesoslocales. Así que nos metimos en un pequeño wok familiar. La verdad es que yo elegí bastante al azar los 16251232 ingredientes que podíamos pedir en tu bol, pero la mezcla salió buena. Nos tiramos bastante rato ahí, haciendo la digestión, y riendo disimuladamente de la telenovela que los dueños estaban viendo mientras esperaban a que termináramos para recoger. Aquella comida nos sentó de maravilla a todos para recuperar el calor, el color y las fuerzas. Así que realmente no entiendo cómo es que nos quedamos adormilados en el tren de vuelta.
En general, podría decirse que Leiden es la típica ciudad holandesa: antigua, bonita, romántica, nebulosa. Y mucho más serena que lalocazade Amsterdam. Y a pesar de la ausencia de arte callejero, no lo eché de todo en falta, porque, de vez en cuando, escrito de forma oficial (si es que pueden llamarse así a los grafitis probablemente encargados por la municipalidad) encontramos citas de personajes famosos (bueno, alguno debía ser famoso, sigo yo). Y a mí con las citas se me gana en seguida. Me quedé con la incógnita de saber si era sólo una iniciativa temporal, un concurso o una frikada holandesa (más). Entretanto, os dejó una que apunté y cuyo autor podría demandar a Alicia Keys con todas las de la ley…, y nunca mejor dicho: “I don’t have any reasons, I left all them behind, I’m in a NY state of mind”.
Ya de vuelta a Amsterdam, pedí a las chicas que acompañaran a Alex a casa, porque yo tenía que hacer un pequeño recadito en Waterloo, antes de que el resto del batallón aterrizara en unas horas. Como sabía que se iban a decepcionar por no poder contemplar los tradicionales campos de tulipanes de colorines, les compré a cada una de estas flores, cada una de color… y de madera, claro está, que requieren menos cuidados (por no comentar que salen bastante más económicas… supongo). Y cuando llegué a casa, les escribí un cartel personalizado, como aquellos que sujetan los botones de los hoteles y los becarios de las empresas en las puertas de llegada del aeropuerto.
Una vez hechas las tareas, a un nos quedaban un par de horas antes de que llegaran, así que me dispuse a ofrecer a Alex bajar al café, pero le vi enfrascado en una profunda conversación con Nathan en mi cuarto, así que cogí mis apuntes y me fui a la habitación de Giulia a ponerme un poco al día con mis tareas pendientes. Y es que Nathan cuando tiene, tiene para rato, así que, o te quedas hasta el final, o te piras antes de que la conversación empiece. Aquel día yo no estaba de humor, que digamos.
Me gusta pensar en la película deLove actuallycuando recojo a una persona en el aeropuerto, pero la verdad es que se parece más bien a la insufribleEl náufrago(no sé cómo puede aguantar dos horas de Tom Hanks en el 80% de las escenas), una interminable espera. Pero, ¡ay, cuando aparecieron! ¡Qué alegría, qué ilusión, qué alboroto! Después de los besos, los abrazos, la tradicional foto de llegadas, las preguntas y las respuestas interrumpidas por más preguntas (generalmente repetidas), finalmente pude poner un poco de orden, sacarles los billetes y montarlos a todos en el tren con destino a su hotel (este año tiraron la casa por la ventana, pasamos de hostal a hotel), con la promesa de que al día siguiente nos pondríamos al día de todas mis y sus peripecias desde que nos viéramos por última vez allá a mediados de julio. Y yo me fui a mi casita a descansar. Parece que me paso el día tirado en la cama o deseando estarlo, pero ni de lejos: yo sabía lo que me esperaba, al fin y al cabo llevamos muchos años siendo amigos y sé lo agotador que puede ser tener 24 horas al día a 10 personas revoloteando a tu alrededor, cosiéndote a preguntas, dudas y exigencias. Por algo mis compañeros de piso acabaron denominado a mi grupothe Spanish army.
- Metedura de pata del día: he mentido con respecto al wok. No acerté con todos los ingredientes. Digamos que, si algo es de color negro y se encuentra sumergido en líquido, a mis ojos (a quienes les gustan los encurtidos aún menos que a mis papilas) que no va a ser muy buena elección.
- Moraleja del día: es curioso, pero cuando más se acerca le fecha de las visitas, más los echas de menos, y más culpable te sientes por no haberles echado de menos hasta entonces.
- God bless: Nathan y su habitual diarrea verbal. Gracias por entretener a mis amigos hoy y en todos los días por venir.
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