Arrivederci España
Eventually podemos decir que somos una filóloga viajada, porque tenía tela tanto inglés, tanto inglés, y no haber estado nunca ni en Gibraltar. ‘Poco a poco, Cristina’, me digo a mi misma. Llegué el lunes por la noche al aeropuerto de Leeds-Bradford y a continuación, en esta y otras entradas, me dispongo a relatar mis peripecias por estas tierras durante mis dos primeros días.
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Las cosas de palacio van despacio
... por lo que, siendo este un país de monarquía tan largamente establecida (Dio libre al país de -otro- Cromwell), quizás sean comprensible las largas esperas a las que me vi sometida nada más pisar suelo inglés. Realmente no voy a ser tan dura, supongo que es más que normal tener que hacer largas colas cuando cuatro vuelos internacionales llegan a la vez. Pero como la reina Victoria diría, 'no nos divierte'; no es divertido esperar durante media hora para que miren la foto del pasaporte y tu cara alternativamente durante cinco segundo, muy concienzudamente, como buscando ese lunar que delate que acabas de robar el pasaporte y eres un inmigrante camuflado bajo un disfraz de Erasmus. En verdad la espera me sirvió para conocer a un chico muy majo de Hull, con quien estrené mis dotes anglo-parlanchinas y que me alagó mucho al decirme que me entendía perfectamente; y además, la señora que me toco en los mostradores era bastante simpática y no me hizo ninguna pregunta incomoda acerca de mi origen o mis motivos allí.
Luego, simplemente esperar a que las maletas aparecieran tras el portón mágico. Ábrete sésamo, y tons of equipaje rodando por esa cinta negra, esa cinta negra que traía las maletas del vuelo de Barcelona; no del mío. Afortunadamente encontré al chico de Hull en la cinta de al lado y juntos esperamos a que las maletas tardaran largos minutos en aparecer, a que repentinamente cambiarán la cinta por la que saldrían y juntos también, corrimos en busca de ellas a la cinta correspondiente. Luego, ni un adiós. Si estás leyendo esto, perdóname, chico, a una compañera española le perdieron las maletas hace unos días y cuando vi la mía salir el deseo de aferrarla fue tan irrefrenable que olvidé ser educada y despedirme; tan azarada iba que al agarrar la maleta grande, la de veinte kilos, casi dejo sin pie a una chica que había a mi lado y que se tomó como humor que casi la dejase coja.
Y al fin, pude salir a la terminal del aeropuerto. Las 11.30 pm más o menos, las 00.30 en España, desde las 8 que embarcara en San Javier, Murcia. Es un consuelo, sin embargo, pensar que mi compañero de piso, que ha volado desde Hong Kong, ha tenido quince horas de vuelo, ¿Qué son tres horas, pues? Un peli muy larga.
Afortunadamente, una compatriota española, María, estuvo esperándome para llegar juntas a la residencia. Reconozcámosle que desde las ocho que ella llegara, pasaron muchas horas allí en las que ella estuvo digamos “tirada”, cuando podría haber ido tranquilamente a acostarse (que ganas tendría), solo para que pudiéramos ir juntas. Y claro, como no, otra larga espera hasta que nuestro taxi llegó a por nosotros.
Ni decir hace falta que todas estas pocas horas de aventuras estuvieron aliñadas por la incertidumbre ante lo desconocido, los nervios ante la inseguridad, la ilusión ante un reto, el estupor ante mi interacción con anglo-parlantes: tanto favorable cuando el lenguaje era entendido, como apabullante cuando entraba por una oreja y salía no sé ni por dónde; y sobre todo, por un hambre que me moría y que sacié más o menos con un sándwich que me compre en el propio aeropuerto al llegar.
Realmente me gustaría llevar esto más al día, pero al fin y al cabo, esto se trata de disfrutar. Y como decimos en mi casa ‘cuanto más deprisa, más despacio’, así que no voy a tener prisa en rellenar este blog con parrafadas diarias de tareas cotidianas; prefiero mantener la línea del blog ligera aunque vaya un poco retrasada.
Mañana con suerte, más y mejor.
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