Lanzarote: mi primera visita a las islas (I)

Hace dos meses, en el puente de octubre, mi familia y yo decidimos tomarnos un merecido descanso y hacer una escapada a algún destino cercano. Yo propuse visitar alguna de las islas que tenemos fuera de la Península, en Gran Canaria o en Baleares, ya que nunca había estado y constituyen una de las principales atracciones turísticas de España tanto para extranjeros como para residentes. Primero se nos ocurrió Mallorca pero investigando vimos que en esas fechas las visitas más destacadas que se podían hacer tenían sus puertas cerradas por poca afluencia turística; sin embargo, octubre todavía entra dentro de la temporada alta de Lanzarote.

Lo cierto es que nos apetecía variar y visitar lugares más naturales, pues estamos acostumbrados a ciudades y parajes urbanos, y Lanzarote era el lugar perfecto para conocer otro tipo de paisaje ya que es una isla de origen volcánico y eso influye en todo su paisaje.

El hecho de que fuese temporada alta tiene su ventaja, es decir, nos íbamos a encontrar todo abierto; pero como todo, tiene también su lado malo: estaba casi todo lleno y además se notaba en los precios, que eran más altos de lo normal. Al final nos decidimos por el hotel Beatriz Costa y Spa, de cuatro estrellas (supuestamente), situado a pocos kilómetros de Playa del Carmen, a la cual se puede ir andando sin problemas paseando tranquilamente por la costa.

Cuando llegamos pudimos comprobar que es un hotel antiguo, si bien lo están reformando poco a poco actualmente, destinado principalmente a familias con niños pequeños o gente que vaya a Lanzarote a arrugarse en la piscina, coger color y aprovechar el todo incluido de bebidas y buffet.

No era muy nuestro estilo, pero para dormir y darse un baño en la piscina de vez en cuando no estaba mal, ya que a mediados de octubre en Lanzarote todavía hay una temperatura lo suficientemente agradable como para meterse en la piscina, aunque el baño en el mar se hace un poco más cuesta arriba por ser el Atlántico.

En definitiva, es pasable pero mejor hacer como nosotros y buscarse sitios para comer cerca del paseo marítimo; o bien, para gente joven que haga un viaje exprés, es mejor buscarse un mini apartamento o bungaló por la zona o, en todo caso, un hotel de menos estrellas que casi seguro ofrecerá servicios y calidad parecida.

El mejor consejo que puedo dar de la experiencia es que no se os ocurra coger el todo incluido porque tiene trampa, no incluye todo, ya que en muchos de los restaurantes de dentro (que además no abren todos los días) hay que pagar un suplemento a pesar de que sea “todo” incluido. Además la bebida es lamentable, no es que sea garrafón, es otro nivel. El mojito parecía zumo prefabricado.

Toma de contacto: Día 1

Tras el vuelo, un coche enviado por el hotel nos esperaba en el aeropuerto para llevarnos. Llegamos sobre las 10 de la mañana, una hora menos que la peninsular. El plan era investigar un poco el hotel, pasar la mañana en la piscina y por la tarde pasear, bajar a ver la playa y buscar restaurantes para comer el resto de días.

A pocos metros del hotel encontramos una especie de todo en uno, un “centro comercial” con tiendas de comestibles, tiendas de suvenires y numerosos restaurantes con una oferta gastronómica variada: un japonés, un mexicano, un asador y dos de comida típica española.

Es curioso mencionar que todos tenían sus cartas y menús expuestos fuera para que pudieses decidir sin tener que entrar en el local, estaba pensado para todo tipo de turistas pues estas cartas se planteaban en enormes paneles en muchos idiomas: finés, noruego, alemán, francés, portugués, inglés, y, por supuesto, español. Nunca había visto ese despliegue en ningún otro sitio, lo cual muestra que, realmente, deben de recibir enormes cantidades de turistas de nacionalidades muy diversas.

Entramos en el asador y todos los camareros nos hablaron primero en inglés lo cual es una gran ventaja y un hecho poco corriente en la zona peninsular. La comida estaba bien pero no era nada del otro mundo, lo bueno es que podías admirar el mar desde la terraza, que estaba a escasos metros de la orilla.

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Después de comer bajamos a la playa y nos mojamos un poco los pies ya que el agua estaba realmente congelada y os lo dice alguien que se ha bañado en Asturias con 13 grados en el agua. La arena era bastante oscura, lo cual es típico de las playas de Lanzarote debido a su origen volcánico.

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Por la noche, después de un agradable paseo a lo largo de 7 km de costa, hasta llegar a Playa del Carmen, volvimos para cenar y encontramos un restaurante que no habíamos visto por la mañana: el Blue Horizon Tapas & Sushi que pertenecía al hotel del mismo nombre. Era una terraza chill out muy llamativa de noche por la ambientación lumínica con colores sobre las sillas mesas, sofás e incluso “camas” blancas que estaban dispuestas en toda la terraza.

Ofrecían desde cenas de tapas típicas españolas a una breve pero atractiva variedad de sushi hecho al instante, así como una amplia carta de cocteles. Tengo que decir que el servicio y la comida eran excelentes, eso sí, no es un sitio barato por lo que es adecuado para darse un homenaje pero no como lugar al que ir asiduamente durante todo el viaje porque te puedes arruinar.

Tengo que decir que comí uno de los mejores sushis que había probado nunca y, sin duda, el de mayor tamaño; a pesar de que el restaurante en general era caro, el sushi tenía una inmejorable calidad precio, me parecía hasta demasiado barato para lo bueno que estaba.

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Primera visita: Día 2

A la hora de plantearse un viaje así, lo mejor es alquilar un coche ya que Lanzarote es una isla de tan solo 60 km de largo, por ello el único transporte público que puedes encontrar son los autobuses y siguen unas líneas bastante restringidas. Hay varios establecimientos para alquilar coches en las tiendas cercanas a la playa y la mayoría de hoteles te ofrecen la posibilidad de alquilarlo mediante un convenio con alguna de las compañías.

Esta última opción es la que escogimos, por comodidad más que nada, y así nos dieron un Chevrolet Aveo bastante antiguo y muy usado pero era útil para lo que necesitábamos.

Evidentemente se necesita un GPS para lo cual hay dos opciones, tirar del google maps con el móvil (una opción poco viable si no tienes datos contratados con una compañía española) y rezar para que te dure la batería todo el día, o bien, alquilar un navegador en el mismo sitio que te alquila el coche, lo cual claramente tiene un cargo extra pero merece la pena para no arriesgarse con el móvil y así te quede batería para hacer fotos y demás. Chevrolet Aveo + GPS durante tres días enteros nos costó 112 euros, es una carga adicional pero tampoco muy desmesurada.

También se puede contratar una visita guiada con el hotel con un autobús lleno que te lleva a visitar los principales enclaves, aunque eso te restringe mucho la libertad y la flexibilidad para organizar las visitas a tu gusto.

  • Parque Nacional del Timanfaya (Montañas del Fuego)

Una vez teníamos el coche, el primer sitio al que nos dirigimos fue el Parque Nacional del Timanfaya, también conocido como las montañas del fuego. El parque se extiende a lo largo de los municipios de Yaiza y Tinaja y se accede a él a través de una carretera con bastantes curvas que está controlada en diversos puntos por los operarios estatales, los cuales te cobran la entrada en un puestecito antes de llegar que se parece un poco a una aduana. Estos mismos trabajadores controlan el tráfico de entrada al parking del recinto y si no hay hueco no dejan a los coches avanzar.

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Llegamos a eso de las 11:30 que no es una hora muy adecuada, lo mejor es ir muy pronto por la mañana para no toparse con el “atasco” de la entrada en horas más avanzadas, que fue lo que nos pasó a nosotros.

Debido a ese control del tráfico que da prioridad a los autobuses turísticos, se forma una larga fila de coches literalmente parados que puede llegar a ocupar uno o dos kilómetros y que no avanza hasta que el parking de arriba (la carretera discurre en torno a volcanes inactivos por tanto es ascendente) se vacía.

Todo ello permite que mientras esperas puedas bajarte del coche con toda la tranquilidad del mundo y hacer unas cuantas fotos pues a ambos lados de la carretera ya ha empezado en sí el espacio protegido del parque.

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Lo bueno es que cuando llegas arriba hay sitio para aparcar seguro, y en seguida estás en la cola de los autobuses que hacen el recorrido de la Ruta de los Volcanes, ya que esta es una visita de 14 km por todo el parque que solo puede hacerse en esos autobuses.

En el recorrido una voz en off te va contando un poco de la historia y la formación de lo que estás viendo, mientras el conductor evita que tengáis un accidente lo cual parece imposible de evitar pues la carretera además de ser bastante estrecha, está llena de cuestas. Resulta un poco difícil concentrarse por esa sensación de peligro, pero los conductores controlan mucho, aun así nuestro autobús al acabar el recorrido prorrumpió en un aplauso de agradecimiento por haber sobrevivido. 

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Durante la ruta se puede observar un fragmento de los 51 kilómetros cuadrados de extensión total de las formaciones creadas tras las erupciones volcánicas del siglo XVIII y más tarde del siglo XIX en la isla de Lanzarote.

Desde el cristal del autobús ves las diferentes capas de lava solidificada, cuevas creadas por la velocidad dela lava al caer, e incluso vestigios del goteo de esta misma; así como los cráteres de los volcanes y los distintos tipos de sedimentos que se organizan a su alrededor. Todo ello conforma un paraje desolador de inevitable atractivo, que ha sido objeto de la ambientación de diversas películas a lo largo de la historia, la más reciente de ellas y como curiosidad: Furia de Titanes.

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Una vez finalizada esta visita el autobús te devuelve al punto inicial donde te recoge inmediatamente el encargado de hacer una visita mucho más breve y sorpresiva en las inmediaciones del complejo.

El volcán principal se encuentra activo por lo que la tierra cercana a las paredes del mismo presenta temperaturas muy elevadas y nada más volver de la ruta te entregan unas piedras pequeñas que tu coges totalmente desprevenido y están quemando mucho (aunque no lo suficiente para hacerte una quemadura, es soportable y se pasa rápido) que constituye un buen recuerdo de la visita.

Después te enseñan una oquedad en el suelo, cuya demostración consiste en meter hierbas secas dentro, las cuales prenden inmediatamente por el calor del subsuelo debido a la cercanía del volcán. Debido a las anomalías geotérmicas producidas en el subsuelo, en el complejo hay diversos géiseres que al echarles agua, expulsan vapor a modo de una pequeña erupción.

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Por último, se puede visitar la parrilla del restaurante que constituye el centro en torno al cual se organiza todo el emplazamiento. El interés de esta parrilla es que la comida se cocina gracias al calor que emana del interior del volcán, lo cual sin duda es atractivo suficiente para animarse a comer dentro ya que es muy probable que sea la única comida cocinada en volcán que vaya a probar jamás. La carta no es muy abundante pero sí variada y sobre todo tiene muchas modalidades de carnes que comer cocinadas al “fuego del volcán”, así como varios entrantes suaves.

Las paredes de todo el local son transparentes y todo se organiza de forma circular por lo que desde casi cualquier mesa puedes degustar la comida mientras disfrutas de las vistas. Lo más recomendable son las brochetas de pollo que quedan realmente buenas. La verdad es que merece la pena detenerse a comer aquí, aunque sea más caro que otros restaurantes de la misma calidad, además a las horas de nuestra visita era casi imposible llegar a comer a otro sitio. Recomiendo entrar pronto, sobre la una o una y media porque después se llena. 

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