Mi Erasmus en La Coruña: una experiencia de vida
«La vida se ha alargado y el tiempo de la formación, también», afirmó, en una intervención acerca del papel del proyecto Erasmus en el incremento formativo de los estudiantes, Paolo Crepet, escritor, sociólogo y psiquiatra turinés, señalando como principales consecuencias de esta experiencia el desarrollo de la autonomía individual y la posibilidad de tejer relaciones útiles en nuestra vida.
Desde septiembre de 2017 a mayo de 2018 fui una de las cerca de cuatro millones de beneficiarias del Erasmus+, meses en los que estuve asistiendo a la Universidade da Coruña. El destino quiso que la belleza y la variedad de Galicia entraran en mi vida y que, junto a ello, se entrelazasen, de modo indisoluble, las vidas de las personas que conocí durante esta experiencia, la cual no debería contemplarse como un paréntesis, más o menos breve, para echar solo un vistazo de forma nostálgica al pasado; sino que, más bien, el Erasmus es un periodo de incubación donde el germen de la diversidad (y su enriquecimiento) y el conocimiento (y su capacidad de ampliar horizontes) expanden la mente de manera exponencial. En Galicia tomó forma lo que hasta aquel momento había leído solo en los libros o escuchado a través de las historias de otras personas.
- Soñé por primera vez en lengua española.
- Vi por primera vez el océano, el cual me recordaba cada día lo lejos que estaba de casa.
- En Cabañas participé en un churrasco entre amigos que me hicieron sentir como en casa.
- Recorrí con la mirada, de orilla a orilla, Pontedeume.
- Probé la tarta de Santiago con su típica cruz en la parte superior y ofrecida a los viajeros fuera, concretamente, en las tiendas ubicadas a lo largo de la calle. Después, una vez delante de la catedral, observé cómo se emocionaban los peregrinos a su llegada. Y yo con ellos.
- Seguí la Ruta de los Monasterios a lo largo del Cañón del Sil, visitando el monasterio de San Pedro de Rocas en Esgos (en la provincia de Ourense) y el de San Vincente do Piño en Monforte de Lemos (en la provincia de Lugo).
- En Vilagarcía vi a los criadores de almejas en sus "huertos" de la playa, es decir, en parcelas delimitadas entre sí.
- Mientras llegaba en coche a la Illa de Arousa, me acordé de mi ciudad universitaria de origen, Mesina, imaginando por un instante que atravesaba un puente imaginario sobre el Estrecho.
- A lo largo del Sendeiro máxico de A Lanzada descubrí la vitalidad de Sanxenxo, el encanto místico de sus restos arqueológicos y el sugerente pueblo de pescadores de Combarro.
- Durante la Semana Santa, en Pontevedra, me quedé impresionada con las cofradías en procesión, especialmente con las figuras encapuchadas, a veces inquietantes, y sus túnicas moradas.
- La Coruña, así como sus habitantes y los compañeros de cada nacionalidad que conocí durante mi estadía, tendrán siempre un lugar especial en mi corazón. Nunca olvidaré nuestra cita semanal dedicada a compartir los platos típicos de cada tierra natal, denominada por todos como la “international dinner”. Si en el siglo XVIII el escritor escocés James Boswell definió en su Journal of a Tour to Hebrides al "homo sapiens" como "el animal que cocina", no es para nada raro que alrededor de una mesa se pueda hallar un terreno fértil para el intercambio cultural, para un vínculo fraternal.
- En Galicia ahuyenté a los espíritus malignos bebiendo la queimada.
- Pedí la tarta de la abuela para celebrar el cumpleaños de mis seres queridos.
- Me enamoré del pulpo a feira (el pulpo típico gallego).
- Aprendí sobre la generosa disponibilidad de la gente del lugar y su extrema jovialidad y alegría cuando estaban juntos.
- Recordaré la Bombilla y O'Sampaio (locales situados en la calle que recorría todos los días para ir a la parada del autobús), siempre repletos de gente de todas las edades, con una caña en la mano y una sonrisa en los labios.
- Y cómo olvidar la vez en la que, después de la misa celebrada en la iglesia cerca de mi casa, me recibieron con gran curiosidad y hospitalidad invitándome a un pequeño refrigerio organizado por los feligreses, con muchas especialidades caseras (tortillas, chorizo y el bizcocho, es decir, la típica tarta con pan de España) y con motivo del festivo de San Nicolás al que le estaba dedicado el edificio.
- Comprendí que, detrás de la tranquilidad y lentitud de la vida cotidiana de los gallegos, esto es, el hecho de ser genéticamente tardones, forma parte de la filosofía (trasladada a toda España) del "malo será", un estilo de vida donde prima el optimismo, la esperanza de salir siempre a flote incluso si la vida nos presenta miles de adversidades.
- En la universidad fue inesperadamente estimulante seguir cursos de lo más variados en lengua española: desde Psicología hasta Antropología e incluso de Lingüística Aplicada. Aprecié a los docentes que, a pesar de que tuviesen, por ley, el derecho de dar las clases en gallego (su lengua materna), no dudaron nunca en satisfacer las necesidades de los estudiantes de todo el mundo utilizando, en su lugar, el castellano. También estimé a aquellos profesores que, con firmeza y orgullo, nunca desistieron de su labor, considerando su puesto laboral como un deber social.
- Trabajé en grupo y realicé presentaciones para exponer delante de decenas y decenas de estudiantes, claramente en español. Quizás, por primera vez en tantos años de estudio, capté la esencia de esta lengua maravillosa.
En definitiva, fue realmente una experiencia intensa. Superó cada una de mis expectativas.
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