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La tierra de los cielos despejados y las playas rocosas


El tiempo estaba gris cuando llegué allí. Después de dos vuelos y 18 horas preguntando por los aeropuertos, desde mi ciudad en el norte de Rumanía, finalmente, llegué a Coruña.

Una cálida sonrisa del taxista me dio la bienvenida cuando salí del aeropuerto, la primera sonrisa de muchas, en esta bonita ciudad del norte de España.

El viento frío y la nieve ya formaban parte de mi memoria, pero me sorprendió ver gente que llevaba chaquetas o sudaderas. Fue un buen cambio de clima, especialmente en invierno, o eso creía yo.

El paseo en taxi de este día fue terapéutico para mí, en 15 minutos fui desde el aeropuerto hasta mi nuevo apartamento. Mientras el taxista me iba dando conversación, como un guía turístico, yo iba mirando por la ventanilla, asombrada por la mezcla de piedra natural y edificios arquitectónicos blancos unidos unos con otros, a lo largo de la avenida de Pedro Barrié de la Maza.

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Encontré mi apartamento a través de Erasmusu y una de mis compañeras estaba también en la UDC, Universidad de La Coruña, en el programa de bienvenida Erasmus, así que el proceso de adaptación se hizo muy corto gracias a su calma y asesoramiento. La experiencia académica fue genial y la enseñanza muy satisfactoria, al menos por parte de los profesores del departamento de Comunicación Audiovisual, donde pasé todo el semestre.

Aparte de esto, tengo que admitir que durante la tercera semana no podía aguantar más días de lluvia.

Ya era febrero. Recuerdo claramente las grandes lluvias que no dejaba de ver caer por la ventana de mi habitación, el sonido hipnótico de la fuerte lluvia, que en algunos momentos parecía surrealista, como si los edificios blancos se derritieran como el azúcar. A finales de marzo el tiempo cambió radicalmente a mejor. Aunque aún me sentía como un gusano de seda, envuelta en mi bufanda Burberry, que ya se convirtió en una extensión de mi cuerpo hasta que acabó el "invierno" en España.

Cuando sentía nostalgia, encontré un ritual que me ayudó no solo a afrontar que echaba de menos Rumanía, sino también para enamorarme aún más de lo sitios y calles de La Coruña.

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Fuente

La pasarela que conectaba la Playa de Riazor y la Playa de Orzan se convirtió en mi nueva mejor amiga y todo el camino me llevaba hasta el Paseo Marítimo, desde el que pude ver la gran Torre de Hércules.

Como el verano estaba cerca, la gente a la que le gusta el fútbol nacional lo vivía de una forma que no había visto nunca. Todavía recuerdo cómo vibraban los cristales con cada gol que marcaban en el estadio de al lado.

Aunque estas cosas ya han hecho de La Coruña una de las mejores experiencias en el extranjero que he tenido hasta ahora, lo que más me gustó de esta ciudad fue la gente. Los españoles son muy empáticos y acogen a turistas y extranjeros con una sonrisa, creo que tienen una forma de sonreír que hace que te derritas y por eso ¡gracias España!

¡Mucho amor, Catalina!


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