Recorriendo Escocia (VIII)
Era el séptimo día que amanecíamos en Escocia, el último que conoceríamos algo nuevo de esta localidad tan particular; y el penúltimo del viaje, pues al día siguiente a pesar de levantarnos todavía en Glasgow, emprenderíamos el traslado al aeropuerto de Edimburgo desde donde embarcaríamos en nuestro avión con destino a España, para regresar a Madrid y poner fin a un viaje maravilloso.
Empezamos el día con el copioso desayuno escocés, yo había dormido muy poco esa noche por culpa de la cama supletoria que tenía esa extraña montaña en el centro, y además por el mismo motivo me dolía bastante la espalda. Por eso cuando me enteré de que la primera actividad de la jornada consistía en una visita panorámica en autobús de todo el centro de Glasgow, empecé a tener sentimientos encontrados. Por una parte estaba mi odio acérrimo a las visitas panorámicas de ciudades a través del cristal de un vehículo como es el autocar, pero por otro lado no tenía ninguna gana de ponerme a andar entre el cansancio y el sueño asique sentarme y disfrutar del paisaje de una forma pasiva tampoco me parecía tan mala idea al fin y al cabo.
El recorrido consistía en ver los puntos más destacados de esta ciudad victoriana: la mezquita central, la universidad, el ayuntamiento, George Square, Buchanan Street, etc. Tengo que confesar que me quedé dormido, en todo el trayecto estuve dormitando a intervalos, de vez en cuando abría los ojos y recuerdo vagamente el panorama general de la ciudad, con muchos edificios de carácter productivo y fábricas.
También me acuerdo de haber visto en un periodo de lucidez la mezquita central y sé que me pareció algo decepcionante. En general la impresión que me llevé es que es una ciudad industrial que no merecía pasar en ella dos jornadas enteras y que el tour podría haber empleado un día más en visitar Edimburgo o tal vez Fort William ya que no pudimos ni siquiera ver esa localidad. De todas formas mi opinión en ese sentido es parcial porque no estuve despierto el suficiente tiempo como para poder juzgar con un criterio preciso.
Una vez acabó el itinerario teníamos algo de tiempo libre lo suficiente para ver el punto de la ciudad que más nos hubiese llamado la atención, comer o bien hacer algunas compras. Nosotros hicimos todo eso. Escogimos pasear desde el punto en el que nos dejó el autobús (dentro de la ciudad pero no en una zona excesivamente céntrica) hasta George Square, considerada la plaza principal de Glasgow, es decir, donde se supone que se encontraría el centro de la ciudad aunque geográficamente no sea así. Esta plaza trazada en la época de la Ilustración, en 1781, se concibió como un homenaje al rey Jorge III pero finalmente debido a periodos de inestabilidad política acabó diseñándose una estatua del famoso escritor romántico Walter Scott para colocarse en el centro de la plaza en vez de la del rey.
Además esta plaza está dominada por la imponente vista del edificio del Ayuntamiento de la ciudad que data de finales del siglo XIX. Otras construcciones relevantes que circundan la plaza son la destacada construcción de la antigua oficina de correos también de finales del XIX y un edificio, algo más moderno que los amantes del estilo Chicago conocerán muy bien. Pasamos unos diez minutos admirando estos edificios bajo el cielo encapotado y seguimos recorriendo la ciudad por avenidas principales entrando en algunas tiendas de regalos porque mis padres querían hacer un par de compras más. Fue en este momento cuando adquirimos las galletas de mantequilla de la marca Walkers, que yo ya conocía porque en España algunos (pocos) establecimientos las venden, pero evidentemente allí son mucho más baratas y hay ofertas de packs de tres y algunas tienen formas de animales como del perro Scottish Terrier o de ovejita. Nos llevamos bastantes porque realmente a mi parecer es el mejor regalo que puedes hacerle a tus seres queridos como recuerdo de Escocia, están buenísimas y nunca son demasiadas. Una cosa que me resultó curiosa dentro de estas tiendas es la amplia gama de productos que tenían con la temática de los diferentes clanes escoceses, que ahora convertidos en apellidos antes designaban a las grandes familias del país independiente.
Desde la zona de George Square donde se encontraban todas esas tiendas de suvenires fuimos andando por Buchanan Street hasta la Central Station de Glasgow, camino en el que empleamos tan solo unos diez minutos. Buchanan Street es la calle principal de la ciudad, está llena de bullicio y todo tipo de comercios, principalmente tiendas de las marcas más conocidas. Lo que más me llamó la atención es que a lo largo de toda la avenida hay WiFi gratis lo que me parece un gran avance que muchas ciudades europeas deberían imitar. Recorriendo esta zona es donde más se nota el estilo victoriano de los edificios pues mires donde mires hay una arquitectura revestida de ese carácter especial de elementos decorativos neutros y sencillos pero que adornan en su justa medida a cada edificio.
Después fuimos rápidamente a comer a un sitio que habíamos visto cerca del punto donde nos había dejado el autobús por la mañana, en las inmediaciones de la universidad, a unos 40 minutos andando desde la Estación Central. Era el Café Andaluz, un restaurante que estaba decorado (supongo) como una tasca de Andalucía, hay que decir que se habían pasado un poco con la ambientación, con exceso de azulejos de estilo islámico y lámparas árabes de muchos colores. Era algo recargado pero un buen punto de encuentro para españoles que estén por la zona y quieran un poco de comida de su tierra, que de vez en cuando sienta bien “comer como en casa”. Toda la carta eran tapas, nosotros nos pedimos una de pollo rebozado con miel, una de pato y otra de chorizo al vino. En general la comida estaba muy buena y el ambiente era agradable, el precio era un poco caro pero nada desorbitado, se notaba más que nada en el cambio de euros a libras.
Una vez acabamos de comer volvimos al hotel porque para por la tarde teníamos contratada la última de las posibles visitas opcionales, ésta la había contratado todo el grupo menos dos personas, supongo porque se habían dado cuenta de que Glasgow tampoco tenía mucho más que visitar y lo mejor era pasar el resto de la tarde fuera. Nuestro destino era New Lanark, una aldea a orillas del río Clyde cuya construcción data del siglo XVIII, aunque la gran mayoría de este pequeño pueblo cuya economía se basaba en la fábrica de tejidos de algodón está reconstruido.
La verdad es que no tenía muchas esperanzas depositadas en esta excursión, ya era el final del viaje y no sé lo veía más como un pasatiempo que como la oportunidad de descubrir algo realmente llamativo; sin embargo, New Lanark me sorprendió, cuanto menos, gratamente. Esta aldea fundada por el filántropo y empresario David Dale ostenta la titularidad de Sitio de Patrimonio Mundial que otorga la UNESCO, es decir, que su importancia histórica está considerada de relevancia para toda la humanidad, lo cual es un título de mucho renombre que la proporciona una protección especial para evitar su desaparición. A pesar de que David Dale dotó a esta comunidad de condiciones sociales y educativas muy avanzadas para los años finales de la Ilustración, fue cuando Robert Owen (yerno de David Dale) heredó la fábrica y sus viviendas que las proporcionó una estructura social realmente relevante para la historia de la sociología y la política.
La historia de todo el complejo desde su fundación en 1768 es realmente interesante pero es mejor leer acerca de ella o bien esperar hasta visitar el lugar y conocerla de primera mano por los verdaderos expertos. A mí lo que realmente me dejó huella es la impresionante sensación de estar caminando por un sitio de semejante importancia histórica ya que New Lanark constituye uno de los pocos ejemplos en los que se han podido poner en práctica las teorías del socialismo utópico. Como estudiante de historia y simpatizante del socialismo no os podéis imaginar lo que significa conocer un lugar como este. El ideólogo socialista Robert Owen utilizó la comunidad de New Lanark para realizar una especie de experimento de su nuevo sistema social, una prueba de lo que podría suponer llevar a la práctica sus reformistas ideas.
Los 2.500 habitantes de esta aldea textil cayeron en manos de Robert Owen para ver sus vidas considerablemente mejoradas pues este filántropo consideraba que las situaciones de los trabajadores no eran lo suficientemente buenas (a pesar de que se diferenciaban en mucho de otras mucho más miserables), así las primeras medidas que tomó se centraron en la atención de los niños que trabajaban para él, fundando a comienzos del XIX una de las primeras escuelas de toda Gran Bretaña para niños tan pequeños. Esta escuela hoy en día está recreada y como todos los espacios del pueblo se pueden visitar de forma independiente presentando la entrada general que a nosotros se nos incluía en el precio del tour y que cuesta 8, 50 libras para los adultos, 7 libras para los estudiantes y jubilados y 6 para los niños. Todo el pueblo se encuentra rodeado de vegetación en un entorno natural muy agradable, estructurado mediante una calle principal a cuyos lados se sitúan los edificios con las distintas funciones algunos de los cuales se pueden visitar pues son recreaciones de puntos destacados de la aldea, pero otros están cerrados al público porque la mayoría son oficinas del organismo que administra el Centro de Visitantes.
Las principales atracciones dentro de New Lanark serían: la escuela de Robert Owen que ya he mencionado, la casa en la que Robert Owen vivía dentro del pueblo, la recreación de una pequeña tienda, la fábrica de textiles, la casa del molinero y la experiencia de Annie McLeod. El orden de visita es arbitrario, a gusto de cada uno. Hay que estar atento a los horarios y no desanimarse si se encuentra alguna puerta cerrada porque volviendo a lo mejor media hora o una hora más tarde después de ver otros lugares, puede accederse sin problemas. Cuando fuimos nosotros estaba bastante vacío, o sea que no había una cantidad excesiva de turistas y las estancias podía verse con relativa calma.
Lo primero que nosotros vimos fue la fábrica de textiles ya que fue el punto de encuentro en el que la guía nos explicó toda la importancia histórica del lugar y nos dio una serie de directrices de visita, justo en el hall de este edificio principal, al lado de la maqueta de todo el complejo. También es que en este bloque tenía lugar la visita audiovisual de la experiencia con Annie McLeod, que consistía en una especie de atracción como las de un parque temático: te subías por parejas en unos carritos colgados del techo (por lo que tus piernas quedaban colgando) y mediante un mecanismo automático esos carros te desplazaban por todo el recorrido que en su mayoría estaba a oscuras para que las proyecciones visuales surtiesen efecto. El trayecto se centraba en ir conociendo la historia de una de las niñas que vivían en el pueblo, sus condiciones de higiene y trabajo, sus particularidades familiares y sus opiniones respecto a la estructura del pueblo, hay que decir que era bastante tierno pero el hecho de que esté basado en una niña real, que ahora evidentemente está muerta, a pesar de que el holograma sea de una niña actual leyendo el texto, se vuelve un poco macabro. Pero en general es una gran idea para acercar la historia del lugar al visitante de una manera entretenida e interactiva.
La verdad es que la fábrica era impresionante pues a pesar de ser una recreación en la parte inferior había gente trabajando de verdad con telares en marcha y a lo largo de todas las estancias te explicaban en letreros y con máquinas ejemplificadoras y otra serie de objetos, como era todo el proceso de producción. Era casi como una simulación de la vida hace 200 años, además esta sensación se veía reforzada por las fotografías de la época de los habitantes reales del pueblo que había colgadas por las paredes del complejo.
Nuestra siguiente parada fue la escuela. En la parte inferior de este edificio se encuentra una pequeña exposición interactiva en pantallas, yo creo que pensada especialmente para niños, sobre la evolución de los trabajos de reconstrucción, restauración y conservación de la vida en el pueblo, los cuales comenzaron unos años después del cierre de las fábricas en 1968. Además también en bloque se podía encontrar una gallería interactiva de juegos, donde además había un mapa muy grande para colocar chinchetas en función del lugar del que tú procedieses y así podías ver las nacionalidades de las personas que habían visitado antes que tú estas instalaciones. En la parte superior lo más destacable era la recreación de un aula de la época con los pupitres y las pizarras, especialmente pensada para la visita de niños ya que había tizas para interactuar con el atrezzo, aunque si cogías algunas de ellas podías ver dibujos o inscripciones de adultos tipo: “Juan estuvo aquí” y algunas otras más elaboradas.
Después dimos un paseo por las inmediaciones, disfrutando del entorno natural y del río que discurría a pocos metros del núcleo de edificios. Lo siguiente fue dirigirnos hacia las recreaciones de una casa de un molinero común y a la más señorial de Owen. La de Owen era de dos plantas pero no se podía acceder a la segunda no sé por qué. Se notaba visiblemente la diferencia de decoración en ambas, pues a pesar de que sus empleados contasen con grandes ventajas, seguían siendo empleados y él el empresario. Los espacios estaban decorados con gran calidad de detalles, con algunos maniquíes para reforzar la sensación de simulación de realidad. Estas representaciones te ayudan mucho a acercarte a lo que debía ser la vida cotidiana en un pueblo de estas características, a mí me resultó muy interesante, además no es como en otros sitios que las habitaciones están separadas por barras y tú solo puedes observarlas desde fuera como un espectador sino que en este caso se podía discurrir con libertad por las estancias (siempre bajo vigilancia de un empleado o bien por cámara) y así tener un contacto más directo.
Por último entramos en la tienda, que se había convertido en media representación de una de las tiendas antiguas del pueblo y la otra mitad era una tienda real en la que comprar cosillas muy pintorescas. Una vez acabamos allí volvimos con algo de tiempo al edificio central por lo que decidimos subir a la azotea que tenía una preciosa terraza con un jardín y una gran fuente redonda, desde la cual se podía ver todo el complejo. Era un lugar muy agradable y ameno para pasar el tiempo que nos quedaba antes de la hora a la que habíamos quedado con la guía. Además en la terraza había como figuras de animales dispersas por algunos rincones como para que las fueses descubriendo y sorprendiéndote con ellas: un cuervo en una de las esquinas de la cornisa fingiendo que iba a echar a volar, un búho de madera en un poste sobre los parterres, un par de patitos entre la hierba…
En definitiva, New Lanark es una visita imprescindible para el que quiera conocer Escocia a fondo, además aunque nosotros fuimos desde Glasgow, la aldea está a la misma distancia (una hora en coche) también de Stirling y de Edimburgo. No me puedo imaginar una mejor forma de haber acabado este viaje de siete días recorriendo Escocia, fue la guinda final para un viaje genial.
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