Atardeceres en Ullíbarri-Gamboa

Publicado por flag- Julen Diez — hace 4 años

Blog: Pequeños viajes
Etiquetas: flag-es Blog Erasmus EHU, EHU, España

¡Hola! El asunto de hoy trata de la más reciente escapada que he hecho este diciembre 2018, y puede que la última antes de navidad: el pantano de Ullíbarri-Gamboa, un destino irresistible para un fin de semana o cualquier día libre.

El pantano de Ullíbarri-Gamboa es un embalse a veinte minutos en autobús de Vitoria, ciudad en la que actualmente resido. Junto al Embalse de Urrunaga, en el cual se encuentra el pueblo de Legutiano, este pantano es una de las mejores cosas para ver tanto en los alrededores de Vitoria como en Álava.

Si no disponéis de un coche para llegar hasta aquí, que fue mi caso, la única opción es coger el autobús. Pertenece a la empresa Lurraldebus, sale cada dos horas de la Estación Central de Autobuses de Vitoria (destino Éibar) y cuesta 2'55 euros el viaje hasta el pantano. Puede que para algunos resulte un poco caro para ser un tramo de menos de media hora, pero os prometo que merece la pena.

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Yo cogí el bus de las 14:30 (un poco tarde teniendo en cuenta que a las cinco y media ya atardecía) pero las pocas horas de luz que tuve me sirvieron para llenarme el cuerpo de amor y de ganas de volver. Desde luego, aquello no sería la última vez en visitarlo.

Bajé en la parada de la localidad del cual proviene el nombre del pantano: Ullíbarri-Gamboa. Es relativamente pequeño, está dividido en tres barrios que parecen ser una sola y que comparten entre ellos dos restaurantes, una iglesia, un puerto náutico y varios chalets con jardines grandes.

Pero el pueblo es lo último para ver, ahora enfoquémonos en la estrella del día: el pantano. El lugar más tranquilo que he conocido en años, donde apenas hay gente paseando y los coches se escuchan a lo lejos. Donde no hay olas y el mero sonido del agua relaja el cuerpo y la mente.

Donde no hay ruido de los barcos ya que pocas veces los verás en marcha. Donde los pájaros cantan sin interrupción y la brisa es muy agradable. Pero lo más bello que encontré aquí fue el cielo reflejado en el agua. El cielo tan bellamente teñido y degradado que encendía mis ojos de emoción.

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Era un lugar tranquilo, místico y completamente maravilloso, perfecto para desconectar de los exámenes, trabajo o cualquier factor del estrés. Lo primero que hice al llegar a Ullíbarri fue sentarme en las piedras de la orilla y, con el altavoz encendido, poner música relajante. Fue una tarde de diez.

Si lo vuestro es sentarse en una modesta terraza con una taza de café o una copa mientras abrís los ojos ante semejante obra de arte, esta parada sigue siendo vuestro destino ideal, ya que los dos restaurantes que se ubican aquí tienen vistas al pantano. No he tenido el placer de conocerlos en detalle, pero parecen ser buenos miradores.

Desgraciadamente, a las cinco ya había empezado a oscurecer un poco, así que antes de contemplar el amanecer, primero paseé por uno de los barrios de Ullíbarri: Zelandia. El barrio era solamente un terreno de aproximadamente seis chalets y una iglesia. No había mucho para ver, la verdad. Solo encontré belleza en un balcón de la iglesia que daba al pantano. Eran unas vistas insuperables.

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Después de dar varias vueltas, bajé a la Playa de Ullíbarri para rematar el día. Era una playa de piedras con bancos alrededor, un parque de columpios y un largo sendero que recorría la costa con vistas al lago y a las frondosas colinas de fondo.

Me senté en una esquina de la playa, entre las pequeñas y blancas piedras, y ahí todo cambió. Era otro mundo, otro punto de mi vida. El cielo no podía estar más impecable y el sonido del agua no se había alzado a pesar de una brisa menos floja. El reflejo del arrebol era inmenso, no podía dejar de mirarlo. Lila, rojo, naranja…  Cada vez me maravillaba más. Ojalá se quedara en pausa durante toda la noche.

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Era un lugar mágico, de los que a uno se le quedan enladrillados en la memoria. Los colores se fusionaban y las nubes ayudaban a que éstos cogieran forma. El pantano no tenía ni un solo defecto, todo su entorno estaba adecuado y adaptado a él y la tranquilidad que se respiraba era imposible de creérselo. Creer que era real.

Yo os lo digo: visitadlo si tenéis la oportunidad. Es una huida ejemplar de la gran ciudad, del tráfico, de la vida cotidiana. Pocas veces os encontraréis a los habitantes (o visitantes) molestar vuestro momento de silencio. Es un sitio hecho para adorarlo sin ningún tipo de excusa.

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