Siempre nos quedará Dublín.
Cuando pienso en mi año allí, de lo que más recuerdo tengo (no sé si por fortuna o desgracia) es de la fiesta, las magníficas pintas de cerveza fría y, por supuesto, todo la gente que conocí allí.
La verdad es que no perdonábamos una, ya fuera lunes, jueves o domingo, la mañana o la noche, aquí o allí... Nunca había excusas. El horario y calendario ya estaban marcados: Los lunes eran de descanso, pero el martes empezábamos fuerte con Dicey's, ¿quién puede resistirse a una pinta por 2€? (Eso sí, antes de las siete, no nos fueran a cobrar 7€ de entrada). El miércoles, la fiesta erasmus. Semana sí semana también. Cada miércoles una cruz más (una fiesta menos) en la pulsera con la que me duché todos los días. ¿Los jueves? Los jueves tocaba descanso, recuperar fuerzas para atacar al viernes en Dtwo, en las fiestas Cielo Fridays. Preferiblemente bebiendo siempre antes en casa, para ir bien hidratados. Y los sábados, ¡FIN DE SEMANA! ¿Por qué no? Y los domingos, ¿quién dijo depresión? Los domingos volvíamos a Dicey's, donde prácticamente se volvían a regalar las pintas, nunca bastaba con una.
Ahora es cuando echo la vista a trás y pienso en cómo fue capaz mi pobre cuerpo (y, sobre todo, mi pobre hígado) de tolerar tanto alcohol, tanta marcha. Pero sin duda mereció la pena. Algún día volveré allí, visitaré todos esos sitios, pero sé que nunca será igual. Nunca, nada superará aquello.
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