Dubái: parada en boxes antes de Glasgow

Ya me habían avisado sobre lo horrible que sería el vuelo desde China hasta Dubái

Mi hermana me había preparado para los clientes impacientes y el caos debido a las barreras lingüísticas. Pero para lo que no estaba preparada era para el constante olor a pedos y a olores corporales en la cabina. Tampoco estaba preparada para que el pasajero que estaba sentado a mi lado pensara que no pasaba nada por escupir en el suelo, justo donde sus pies. Qué asco, escupió en el suelo, a mi lado, y le dio igual. Afortunadamente era un vuelo nocturno, así que me bebí una de esas minibotellas de vino tinto y comí el menú que ofrecían. Armada con mi antifaz para dormir y mi almohada para el cuello, me tapé con la manta, me giré hacia la pared y me aislé del caos de la cabina. Ocho horas después, por fin llegamos a Dubái; sin olvidarnos, claro, de los pasajeros que empujaban a los demás para salir del avión, incluso antes de que se hubiese apagado la señal de los cinturones abrochados.

Dubái:

Estaba muy contenta de haber vuelto a Dubái con Aoife y mi hermana. Había echado mucho de menos a Kirsty y estaba lista para volver a casa. Al haber estado ya tres veces en Dubái, decidí estar poco tiempo. La amiga de Aoife también trabaja para Emirates, así que podría irme pronto mientras ella se quedaba toda la semana. Me monté en el conocido metro de Dubái en dirección al Burj Khalifa. Ya había subido antes al metro.

Las primeras dos paradas pertenecían al aeropuerto. Habíamos aterrizado muy temprano, así que los vagones tenían ese olor a citronela dulce, omnipresente en la ciudad. Pronto se convirtió en olor a sudar, a medida que los vagones se llenaban. Con mi inmensa mochila y la maleta de mano de ruedas, parecía un adefesio frente a esa ciudad tan chic. Dubái no es precisamente uno de los mejores destinos para ir de mochileo. Pero me dio igual, ¡estaba de regreso a casa! Kirsty había acabo de operar un vuelo sobre medianoche y muy amablemente se ofreció a recogerme en la parada del metro a las 7 de la mañana. Era un ángel caído del cielo, ya que llevar mis maletas con ese calor desértico hubiera sido matador, incluso si vivía a tan solo 10 minutos.

Subimos a su apartamento y di las gracias de estar, por fin, en un lugar acogedor tras todas esas semanas viviendo en hostales. Nos quedamos hablando una hora o así antes de caer rendidas en su (ejem ejem) cama de 2 metros x 2 metros con un edredón ultra suave y muchos cojines. Era un sueño del que no me quería despertar. Sobre la 1 de la tarde, Aoife nos había mandado un mensaje. Su amiga tenía que operar un vuelo, así que le dije que cogiese un taxi y comiese con nosotras en el apartamento. Pedimos comida de un restaurante persa cerca de casa. Comimos kebab de pollo, arroz, hummus, pan naan y ensalada. Estaba riquísimo, ¡pero fue demasiado! (Me guardé algo para más tarde)

El novio de Kirsty, Jamal, vino al apartamento y todos nos fuimos a hacer la actividad que más ganas tenía de experimentar en Dubái: montar a caballo en el desierto. Por suerte, Kirsty tenía coche y nos pudo llevar hasta el establo, que estaba en medio de la nada. Nos pusieron la ropa, las botas y el casco necesarios y esperamos a que llegara el resto del grupo.

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Me estaba cagando viva. De niña, mis hermanos y yo habíamos hecho rutas en pony, con un monitor que sujetaba las riendas. Nunca había montado a caballo por mí misma. Tuve que utilizar una pequeña escalera para subirme al caballo y tenía demasiado miedo como para subirme enganchando la pierna. ¿Qué pasa si sale corriendo y me da una patada? Una vez montada en el caballo o, más bien, con una pierna en cada lado, me calmé un poco. Llevó algo de tiempo que todos estuvieran listos y el caballo de Aoife no paraba de comer hierba. Controlarlos era difícil, especialmente junto a los machos, que eran unos chiflados y solo querían pelea.

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Partimos hacia el desierto mientras se ponía el sol. Era el paisaje perfecto, a pesar del dolor en mis muslos y del pelo que se me quedaba pegado a mi cara pegajosa. Montamos por la arena, acostumbrándonos a los caballos y a sus movimientos. Pronto, los monitores nos enseñaron a "trotar". Parece fácil en las películas, pero j*der, es duro. Tras haberles dado un pequeño golpe a los caballos en el costado, empezó a correr un poco. El trote no es muy rápido, pero cuando no lo controlas, acabas rebotando arriba y abajo como si fueses imbécil, además de ese eterno miedo a caerte o a perderte y que el caballo salga corriendo hacia el horizonte. Eso de dos arriba dos abajo y seguir el ritmo es, cuando menos, muy complicado. Tienes que apretar las rodillas y los muslos para impulsarte hacia arriba, como levitando, de manera que solo tus pies estén en los estribos. ¡Imposible, lo sé!

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Tras fallar continuamente en el trote, me rendí y decidí que un paseo agradable sería suficiente para el resto de la tarde. Paramos a sacarnos fotos antes de volver a los establos. Intenté trotar de nuevo, pero tras casi perder el control de las riendas y de que mis pies se resbalaran de los estribos, pasé del tema. Me ayudaron a bajar del caballo, por lo que estuve muy agradecida ya que una de las jinetes "habituales" (una chica delgada con ropa ajustada y pelo y maquillaje inmaculados) se cayó del caballo de la forma menos elegante que hay. ¡JA!

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Mis piernas, abdominales y dedos me dolían. ¿Quién iba a saber que montar a caballo iba a ser un deporte tan físico? El dolor mereció la pena. Me alegré mucho de haberlo hecho. Nos recompensamos a nosotros mismos con una excursión al gran Dubai Mall y con una mesa en el restaurante Cheesecake Factory. Pedí un virgin cocktail (no se puede beber alcohol en Dubái) y una tarta de queso de Nutella. Estaba riquísimo y no sentí ni una pizca de culpabilidad, incluso si Kirsty y Jamal habían pedido ensaladas.

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No me la pude acabar, así que lo pedí para llevar y me lo comí para desayunar al día siguiente. Dormí como un bebé gracias al cansancio y a la comida. Kirsty me había comprado los billetes de avión para el día siguiente porque trabajaba y, de todas formas, ya conocía la mayoría de Dubái. Quería que Aoife pasase tiempo con su amiga y tenía tantas ganas de ir a casa que me conformaba con mi parada en boxes de 24 horas. Tenía el equipaje hecho y estaba lista para irme, así que llamé a un taxi para llegar pronto al aeropuerto. Tuve un pequeño problema en el check-in cuando me dijeron que mi falda era demasiado corta y me tenía que cambiar. Fue bastante humillante pero nada podía ponerme de mal humor antes de ir a casa. Me cambié rápido, pasé por el control y la aduana y puse fin a mi aventura por Asia. Habían sido unos 9 meses de locos, de cosas buenas y malas. Pero había aprendido mucho y no podía estar más contenta por volver a ver a Iacopo, a mi familia y a mis amigos.

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No sabía entonces que no tardaría en volver a irme del país para embarcarme en otra aventura lejana.


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