Las primeras impresiones de la ciudad

La primera impresión que tuve de la ciudad cuando descubrí su interior fue: ¡qué desastre! Las calles son todas iguales y forman un laberinto, hay arena en el suelo y en las carreteras, arena y más arena, no se acababa nunca. Es como si el mar se adentrara en la ciudad, como si poco a poco el mar avanzase sobre ésta, o al contrario, como si se fuera retirando... La basura igual, había un sinfín de ella. La gente tira todo al suelo, sin excepciones. Dakar parecía un enorme hormiguero en el que cada persona ocupa un lugar, o lo acaba encontrando.

Las primeras impresiones de la ciudad

Yo vivía en Diaupeu, al norte de la ciudad, por lo que tenía que ir al sur para ir al centro de la ciudad. Es un hormiguero marcado por el ritmo de los productos que se vendían en las calles (mangos, cacahuetes tostados, almendras tostadas con un poquito de arena) y en los mercados (Sangada, Gueule Tapée... ). Además, me "bauticé" rápido con esto de los mercados, puesto que en la primera compra que hice, me estafaron. Por un bolso y un tapiz para ponerlo en la pared pagué un tercio de una mensualidad... Básicamente pagué el precio que hubiera tenido en Bélgica. Pero bueno, cuando lo pienso con perspectiva me digo a mi misma que eso forma parte de la aventura y que por suerte pagué un precio justo (precio belga) y no el precio senegalés.

A lo primero que me he tenido que acostumbrar es a no ir nunca sola. Porque, fueras a donde fueras, siempre había alguien que te seguía, que te acompañaba, o que te hablaba. Y no para pedirte dinero, sino para preguntarte de dónde eras y para pedirte que te casases con ellos para conseguir un pasaporte europeo. La verdad es que eso no me molestó nunca. Puede que sí un poco al final, porque había veces que me apetecía estar sola y no estar escuchando las mismas cosas de siempre, pero eso formaba parte de la cultura y de esta aventura.

Las primeras impresiones de la ciudad

La primera vez que me pasó eso fue en el albergue, porque las ventanas no se cerraban y escuchábamos todo lo que pasaba en la calle. Como anécdota, la primera comida que sirvieron en el albergue fue... ¡pollo con patatas fritas! Pero eran como las patatas belgas eso seguro.

Después nos tocó acostumbrarnos a los rezos a las seis y media de la mañana. La mayoría de los senegaleses son musulmanes. Hay algunos cristianos y algunos animistas, pero pocos, viven sobre todo en el campo y al sur del país.

También me acostumbré (aunque no fue enseguida) al agua fría. ¡Por suerte los primeros días no tuve que lavarme el pelo!

Otra cosa a la que tuve que acostumbrarme fue la comida muy especiada, por suerte en el albergue sabían que no me gustaba y no le echaban especias a los platos, ¡y mi familia de acogida tampoco echaba especias a la comida!

Era muy común ver animales por todas partes, en la carretera, mientras comían de la basura que había repartida por la ciudad... ¡Incluso en el baobab! Eran muy grandes e impresionantes para la edad y el tamaño que tenían.

Las primeras impresiones de la ciudad

Por último, nos acostumbramos al clima sin ningún problema, era muy agradable en esa estación del año, también a los bailes senegaleses, a la música tan típica de allí, al sonido del yembe, a las sonrisas de los senegaleses, a su enorme amabilidad y a muchas cosas más.


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