Tiempo de gente de Cork

11 de enero de 2016, una fecha que permanece bien grabada en mi mente, porque marca el comienzo de la vida paralela que viví durante los 6 meses de Erasmus en la ciudad de “Cork”, Irlanda. ¿Y ahora? ¿Qué sucederá? ¿Me llevaré bien? ¿Podré hacerme entender con mi inglés pobre? Mil dudas me asaltaron mientras cruzaba las nubes en el vuelo hacia esta nueva aventura. Pero “Cork” tardó muy poco en lograr transformarse en mi nueva casa, donde siempre podré regresar con placer. No es que la ciudad en sí tuviera algún tipo de encanto, de hecho, allí y entonces, no me había gustado tanto. Luego descubrí que, en realidad, de cómo se hizo la ciudad, me importaba muy poco, porque fueron las personas que encontré y conocí allí quienes la llenaron de belleza. "Gente de Corkon" como se oiría decir a los irlandeses que viven allí hablando sobre sí mismos, pronunciando con la boca apretada y luciendo orgullosos, pero buenos, juguetones y alegres a la vez, hasta quizás un poco achispados. ¡En las calles, no te dan respiro! Una sonrisa, un asentimiento, un "¿Cómo estás?" ¡No perdonan a nadie! Me sorprendió esto, e incluso las primeras veces que pensé: oh, finalmente encontré a alguien que respondió a mis sonrisas en la calle. Me gustó establecer este tipo de empatía con ellos, me ayudó a crear una conexión que las primeras veces, en un nuevo país donde comenzar desde cero, nunca se da por sentado crear y encontrar.

En “Cork”, y en Irlanda en general, encontré personas que vencen el gris de un cielo demasiado severo, con el deseo de celebrar, pasar la noche riendo como locos en un pub, uno de muchos, como el llamado "Sìn é", un pequeño nicho, un poco más escondido, que con la simplicidad de su propio nombre, el cual significa en el irlandés antiguo “eso es todo”, con guitarras y ukeleles, se calentaron y consolaron con la envolvente llovizna que nunca falta.

Si pienso en “Cork”, vuelvo a la cálida atmósfera de “swing” que encontré, formada por una comunidad de personas que me dieron la bienvenida y me adoptaron, como si siempre hubiera sido uno de ellos, y yo, ahora que estoy de regreso, dejé un pedazo de mi corazón allí que todavía baila con ellos. Todos los bailes sociales con mi maestra, los domingos, uno sí, uno no, a las 4 pm... ¿Y quién se olvida de los sociales en “Crane Lane”? Y luego todos juntos en “Fran Well”, porque nunca se cansaban de bailar. Se podía ver a este pequeño grupo calentarse y continuar bailando, dirigiéndose hacia el otro lado del “Lee”, donde siempre quedaba demasiado estrecho para nuestros bailes. Y luego ir a “Balboa”, muy cercanos al ritmo genial del “Gypsy” de los chicos, los mismos del grupo que los domingos tocaban en vivo.

Tan pronto como llegué, cuando solo pude gesticular para hacerme entender, no hizo falta nada para hacerme sentir a gusto, una pregunta, una mano extendida y alguien que me decía “¿quieres bailar?” Y así fui a la pista sin pensarlo dos veces. Luego, el idioma y mi inglés se fundieron con las piernas, y aquellos que eran simples compañeros de baile se convirtieron en amigos y familiares al mismo tiempo. Están invitados a cenas italianas, compañeros de viaje, a canciones en un automóvil en la costa. Ahora gris, ahora un resplandor solar colorea todo con una luz que casi no parece el mismo lugar, agua azul intenso y colinas verdes. ¿Dónde está mi té? ¡Leche, por favor! ¿O más bien una cerveza? ¿Pero cómo a esta hora de la tarde? ¡Ah, claro, “gente de Cork”!