Erasmus en Alemania
Como es bien sabido, la experiencia Erasmus te cambia la vida y, tras haberla vivido en mi piel, puedo decir que no hay una frase más adecuada para describir una experiencia "inolvidable" y "melancólica" a posteriori.
Según el procedimiento, presenté el formulario de solicitud con tres destinos favoritos entre los disponibles en mi universidad (Leipzig, Ratisbona, Constanza) con una duración de 10 meses, pero como tenía muy pocos conocimientos del idioma, la delegada de Erasmus de mi departamento me propuso un cuarto destino: ¡Halle an der Saale!
Halle es una ciudad de 200 000 personas, no está muy apartada, pero tampoco muy céntrica. Se encuentra en la región de Sachsen Anhalt, bastante céntrica y bien comunicada con Leipzig, Magdeburgo y Berlín; no hace falta decir que moverse por la ciudad en transporte público es realmente fácil y seguro, tanto por la puntualidad (un término desconocido en Italia) como por la distribución del tráfico.
Si sales desde París hasta Leipzig, el coste del billete obviamente es exagerado, pero al salir de Roma con aerolíneas de bajo coste hasta Berlín, los precios son más bajos y asequibles. En cambio, para los viajes en el contexto/nacionales es recomendable viajar con la compañía Meinfernbus/Flixbus, que, por un precio realmente bajo, da la posibilidad a cualquier persona (en este caso, una estudiante) de llegar fácilmente a ciudades para visitar incluso algunas significativamente lejanas como Dresde, Múnich, Hamburgo, Bremen, Fráncfort del Meno, etc.
Mis primeras 3 semanas en Halle fueron muy divertidas porque no sabía ni el mínimo indispensable de la lengua y las pasé en casa de una familia compuesta por Ralph (reverendo), su mujer Anette (pedagoga) y cuatro hijos (tres chicas y un chico), donde encontré un mundo totalmente diferente del mío. Además tenían costumbres diferentes como los horarios del desayuno (7:15), del almuerzo (11:00) y "posible" cena (18:00) a veces sustituida por chocolate o un trozo de tarta.
Mi primera cena no me desmoralizó en absoluto como podría decir cualquier italiano en el extranjero. Confía en mí, son buenos cocineros, ya que mi "madre alemana" Annette intentó hacerme sentir cómoda en todos los sentidos cocinando al estilo italiano, es decir, espaguetis con salmón, champiñones y nata, y le salían muy bien. Solo que la preparación es un poco diferente, ya que nosotros combinamos la pasta con condimento... ¡pero me gustó igualmente! Reafirmando de nuevo mis deficiencias en el idioma, las conversaciones en la mesa no fueron las mejores, intenté comunicarme en inglés, pero me lo prohibieron, un paso que me ayudó mucho a crecer en esas tres semanas (no solo lingüísticamente hablando).
Durante ese periodo, asistí a un curso de nivel A1, conocí a personas procedentes de países lejanos como Japón, China, Brasil, Siria, Rusia, pero también europeos como Francia, España, Inglaterra, Hungría, Eslovaquia, Polonia, etc. ¡Allí aprendí a asociar las palabras más básicas con objetos como: manzana, zapato, llaves y una segunda ronda de cerveza!
Las primeras salidas fueron agradables, pero no emocionantes porque estábamos convencidos de que la vida nocturna podría tener lugar en las calles del centro, no teníamos más opción que ir siempre a los mismos sitios: Palette, Flower Power, Enchilada y los pubs de la Kleine Ulrichstrasse. Cada vez que explorábamos la ciudad, siempre encontrábamos algo nuevo. Los locales más de moda estaban lejos del centro habitado, pero se puede llegar fácilmente con los medios de transporte como Schorre, Charles Bronson, Endlos y muchos otros.
Después de las tres semanas en casa de la familia, un curso intensivo y formación en grupo, me mudé a la residencia de Kröllwitz. Allí descubrí la parte más bonita de la ciudad: el parque de Peißnitz. Un parque que cruza toda la ciudad y por el que cruza el río Saale, lo suficientemente grande como para que se hagan paseos en bote y muchas otras actividades recreativas. El parque fue un verdadero descubrimiento, especialmente en los meses más cálidos, donde se organizaban diferentes actividades, como ferias medievales, torneos de tiro con arco, música en directo y, por supuesto, no podían faltar el famoso "Bier Garten" y el "Grillparty".
Intenté viajar todo lo que posible y visitar la mayoría de las ciudades del noreste como Hamburgo, Bremen, Berlín, Leipzig y Dresde, pero la ciudad que realmente me cambió fue Weimar. Al estudiar idiomas y tener literatura alemana dentro de mi plan de estudios, tuve la suerte de prepararme culturalmente antes de visitar la ciudad. Asimismo, gracias al profesor Luca Zenobi (de la Universidad de l'Aquila) y la preparación que doctamente supo impartirme, pude captar el lado menos visible de la atmósfera que rodeaba a Goethe, Schiller y Shakespeare.
En segundo lugar, no por importancia, sino por cronología, hablo de la terrible y, al mismo tiempo, conmovedora e instructiva visita al campo de concentración de Buchenwald, a pocos kilómetros de la ciudad. Un conflicto de emociones entre resignación, ira, incredulidad y preguntas existenciales que logra ponerlas todas al mismo nivel, al menos en las cercanías de ese horror. Una experiencia recomendada, muy instructiva, especialmente en lo que se refiere a un aumento de conocimiento y de conciencia.
La experiencia en la residencia fue completamente positiva. Compartí un pequeño apartamento con una chica alemana que estaba en primero de Geología. Una chica muy comprensiva, paciente, amable y con la que es difícil no encariñarse. El alquiler no era para nada exagerado, teniendo en cuenta los servicios y sobre todo la constante disponibilidad del "Hausmeister"('portero'). Ya te lo digo: ¡será difícil sacarme una opinión negativa sobre esta experiencia! Lo único que podría ser negativo para algunos es que pocas personas hablan inglés y algunos son desconfiados y gruñones, pero, por otro lado, a menudo me encontré a personas pacientes y amables.
Durante ese periodo, asistí a otro "Sprachkurs" ('curso de lengua') nivel B1, otro curso intensivo de idiomas con una duración de tres semanas y en el que conocí gente nueva, nuevos puntos de vista, nuevas formas de hablar y ¡todo se ponía cada vez más interesante!
En el "Sommersemester" ('Semestre de verano') fui a clases normales en la universidad, que obviamente se impartían en alemán y comencé a ver el primer progreso gracias a los dos primeros cursos intensivos. Luego decidí inscribirme en un tercer curso de idiomas del nivel B2, que, sin embargo, era semestral y era mucho más difícil. Lo bonito de estudiar un idioma en el extranjero es justamente poder aplicar lo aprendido durante los cursos y las clases... Al hacerlo, ves resultados y te marcas nuevas metas todos los días sin desanimarte.
Si tienes la posibilidad de hacer un Erasmus, no te quedes en el mínimo indispensable, intenta aprovechar tantos meses como sea posible... Nunca serán suficientes para aprender una nueva cultura, un nuevo idioma, una nueva religión, nuevas tradiciones, nuevas opiniones y puntos de vista, una nueva dieta, nuevo entretenimiento, nueva música, nuevos pasatiempos, nueva moda y, ¿por qué no? ¡Nuevos amores!
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