Visita a Auschwitz

Sin saber, sin miedo y con una maleta que arrastrar me llevan amarrado a más cuerpos esclavos de su propio hedor. Pasan los días dentro de este vagón que no para de rendir a cuerpos desdichados hacia un futuro escondido más allá de las puertas que no se abren. Llegamos a la sombra de un sol que calienta las vías y las piedras. Los que quedamos vivos vamos a izquierda o derecha; clasificados por nuestros andares somos destinados a gastar un futuro distinto al prometido. Obligados a olvidar cada día vivido en un trabajo: forzado desde el inicio, sin sentido ni diferencias de oficio nos gastamos sin esperanza.

Trabajando para los uniformes me arrastro en mi cielo interno. Busco luz dentro del barracón, afuera de este desierto. Oliendo a suelo vomito mi propio infierno.

Sin zapatos, sin dignidad ni alma que arrastrar me debilito cada mañana. Ausente de mi propio yo, siéndome infiel, me despido de otra amistad. La muerte ronda como un trovador que anima a los que llevan el látigo. Sonriendo como un bufón, se crece al herir mi piel con más trabajo. Me quejé ayer. Hoy, de pié, quiero morir contra esta pared. Oigo impotente el dolor de más disparos sin fe.

Trabajo, hambre, muro y muerte.

Seremos libres en pijamas gastados: sin comer ni alzar los labios para respirar nubes de humo y barro. Las chimeneas no cesan de fabricar nuevos cielos tristes. Con color sordo, miedo en las duchas y gritos grises.

Mintiendo a las lunas que se acercan a abrazarme me juro que todo va a acabarse. Firmo este papel robado (como robada es mi vida). No me busquen entre los escombros, soy parte de la masilla que levantó un imperio suicida.


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