Sobre raíles

Después de una vida confinado a una isla en la que sin coche no eres nadie, vivo en una ciudad en la que me muevo, casi exclusivamente, en tranvía. En uno de esos trayectos silenciosos escribí esto:

Subir y bajar del tranvía. Puede sonar estúpido, pero sigue pareciéndome especial. cada vez. En cada estación, en las aceras y en cada asiento hay gente. ¿Cómo son sus vidas y en qué gastan su tiempo y dinero?

Algunas veces me invento historias para esas personas, y sonrío imaginando a ese niño saltando charcos, viéndolos elegir la ropa por la mañana, o corriendo hacia la parada. Creo verlos sonreir al salir del trabajo o decir adiós a sus amigos al partir hacia un nuevo paso o tropiezo. Otros, sin embargo, los imagino queriendo volver a casa, donde unos colegas, una novia, o una familia, les dará conversación; y dejará el móvil y su estrés en pos de unas cervezas o una cena.

Vi a través del cristal alejarse a decenas de amores platónicos, puestos para mis ojos. Seguí en cada parada pasos a ningún lado; se quedaron atrás los que andaban mirando al suelo y escuché tras de mí al mundo rodar. Pero sólo en el río creí escuchar las olas del mar que añoro.

Viajaré sobre raíles para cargarme de sentimientos que derramaré en este cuaderno. Hay niños, madres, padres, solteras, casados, borrachos ricos, pobres felices, perros, gente de pie, sentada, hablando, callada o escuchando una banda sonora; hay estudiantes con sueño y trabajadores descansados, hay deseos, energía, sueños, angustia, ansiedad, paciencia…. Y me pregunto: ¿se imaginan cómo es mi vida? ¿Es mejor que la que vivo?


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