De Gante a Brujas

Al día siguiente, me levanté temprano para ir a pasar el día en Brujas. Cogí un tranvía desde el Korenmarkt (un poco difícil de entender porque está todo escrito en neerlandés, así que lo mejor es preguntar a alguien) hasta la estación de tren. Allí cogí un tren de ida y vuelta a Brujas que me costó alrededor de 13 euros. Cuando yo fui la estación estaba en obras, pero era muy fácil encontrar el andén, porque en una pantalla salían todos los destinos y el numero de andén y a partir de ahí te vas guiando por una serie de túneles. De todas formas, lo mejor que puedes hacer es preguntar nada más montarte en el vagón para asegurarte de que vas bien. Una vez allí, hay una pantalla que va indicando las paradas del tren para que no te pases. Recomiendo comprar los billetes con antelación por internet para evitar líos.

Todo el mundo me había dicho que Gante era mucho más impresionante que Brujas, y entonces iba un poco desilusionada, porque siempre me había hecho ilusión ir. Para mi sorpresa, puedo decir que todo el mundo estaba equivocadísimo, porque Brujas fue lo que más me gustó del viaje. 

Cuando llegué, fui andando desde la estación hasta el centro; no puedo describir con palabras la impresión que sentí cuando llegué a la  plaza principal, Grote Markt, toda rodeada de casas de colores con pequeños restaurantes, de la torre  campanario Belfort, el museo de la cerveza y el impresionante Provinciaal Hof sobre un suelo perfectamente adoquinado. Qué preciosidad. No pude hacer más que sentarme allí un buen rato a admirarlo todo. Eso sí, con dos pares de guantes en cada mano y un frío que pela.

Grote Markt

En la misma plaza, junto a la torre campanario, hay un museo de Salvador Dalí. La entrada creo recordar que me costó 7 euros, pero si te gusta Dalí como a mí, merece la pena (aunque también entré por resguardarme del frío, todo hay que decirlo). Hay muchos cuadros, algunas esculturas y frases de él escritas por las paredes. A mí me gustó mucho. A parte, hay una tienda en el mismo museo donde puedes comprar alguno de sus cuadros más famosos hechos puzzles o postales, o incluso algunas láminas. 

Museo Salvador Dalí

Cabe destacar que toda la ciudad está llena de chocolaterías a las que merece la pena entrar solo por ver y oler las obras de arte que hacen artesanalmente. Los precios no son caros, dependiendo de la chocolatería, pero es totalmente asequible para los que queráis probarlo o llevar algún regalo. Una de las más antiguas y famosas se llama Dumon.Yo fui a una que estaba entre la plaza principal y la plaza del ayuntamiento, y compré 3 cajitas, cada una a 5 euros, para mí y mi familia.

Chocolatería

Justo al lado hay otra plaza en la que se encuentra el Ayuntamiento, Burg, muy del estilo de la plaza anterior. Toda la ciudad está rodeada de hermosos canales que le dan el aspecto de cuento de hadas. La ciudad enamora realmente.

A la hora de comer, decidí aprovechar para comer algo de comida belga (me hablaron de las patatas fritas), así que me dirigí a una de las casas de colores de la plaza principal, donde había una especie de freiduría. Como no entendía en absoluto la carta, simplemente le señalé al camarero lo que quería (tenía una vitrina) y me lo cocinó en un momento. Pedí unas albóndigas (que la verdad es que no sé de qué estaban hechas pero estaban buenísimas) y unas patatas fritas. Subí a la planta superior, donde había una ventana con vistas a la plaza, así que fue un gustazo comer allí. 

Cabe mencionar que las tiendas de souvenir son bastante caras, así que lo mejor es ir a las que están más alejadas del centro (aunque siguen siendo caras).

Yo, personalmente, me volví a casa contentísima con todo lo que había visto, así que lo recomiendo a todo el mundo. Debe ser muy bonito vivir allí.

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