Tram.
Es uno de mis detalles preferidos de mi ciudad de acogida. Me parecen mucho más auténticos que los trenes modernos que parecen naves espaciales. Éstos son de colores, con la pintura desconchada, todos diferentes. Me relaja el traqueteo, ese baile que sientes cuando entras.
Desde pequeña me encanta hacerme los recorridos enteros de los medios de transporte. Descubres rincones de la ciudad a los que nunca habrías llegado si no hubieses decidido subirte a ese tren, sin rumbo. De repente te encuentras en el medio de la nada, rodeada de sobrios edificios o sucios descampados, no ves un alma. Pero siempre, siempre hay ese pequeño detalle encantador, un graffiti significativo, esa pequeña cafetería tan estilosa, o una librería de antigüedades que nunca habrías encontrado y en la que pierdes, sólo ojeando, las siguientes tres horas.
Así es la vida también. A veces hay que dejarse arrastrar por la corriente y confiar en que, en el camino, sin querer, irás encontrando todas esas pequeñas cosas que te hacen feliz.
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